Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



viernes, 3 de febrero de 2012

AMOR DE UN VERANO.

Alicia me miró entre risueña y enojada:
-¡Pero, Lily! Cada vez que te veo,  estás enamorada de alguien diferente.
--Bueno, no es mi culpa ¿No? Si nos viéramos más seguido me encontrarías enamorada del mismo.
-Es que creo que no te enamoras de ellos,  sino del amor que pueden darte.  Porque siempre andas tan desvalida de afectos. Ni a ti misma te quieres mucho, pienso-agregó con cierta maldad.
-¿Cómo que no? -protesté indignada.
Al llegar a mi departamento, me paré frente al espejo y dije:
-Soy linda e inteligente. Si pienso así,  significa que me quiero.
Pero una vocecita sarcástica me replicó que no bastaba con que lo pensara. Porque en el fondo,  siempre había tenido miedo de no lograr ser amada. De que hubiera algo en mí que me convirtiera en un objeto rechazable por naturaleza.
Me preguntaba si las constantes infidelidades de mi padre me habían vuelto así de insegura. Porque no recordaba haber creído nunca en el amor de un hombre. Aunque se arrodillara para rogarme. . .
Cosa que hizo uno, al menos, en el pasillo de un autobús.
Fue justo en ese caluroso Verano, cuando viajaba a Rancagua a pasar unos días en la casa de una prima.
Antonio y yo empezamos a conversar apenas salimos de Santiago.
Era alto y flaco y tenía un aire de desamparo que le venía,  creo,  de su reciente separación.
Iba a Graneros a la cabaña que le había prestado un amigo. A reflexionar y a lamerse las heridas de la batalla,  pensé en ese instante.
Ya por San Bernardo empezó a rogarme que me bajara con él.
-Tu prima puede esperarte ¿no? La llamas y le dices que postergaste tu viaje.
-Pero,  Antonio.  Si no nos conocemos. . .
-Bueno,  si te bajas conmigo nos vamos a conocer.  Estoy seguro de que no lo lamentaremos.  Hay algo en ti que me encanta y yo,  por mi parte,  puedo ser agradable si me exijo un poquito.
Me quedé callada pensando que era una locura,  pero,  al mirar sus ojos oscuros cargados de una melancolía abrumadora,  dudé.
-¿Lo harás si me arrodillo?
Me reí al no creer que fuera capaz de hacerlo.
 Pero lo hizo.  Y hasta el chofer nos miró por el espejo,  seguramente pensando que llevaba a bordo a un desequilibrado.
En resumen,  nos bajamos en Graneros.
La cabaña quedaba bastante alejada del pueblo,  así es que pasamos a comprar provisiones y luego tomamos un taxi.
La casita era encantadora,  de paredes blancas y persianas de madera pintadas de azul. Estaba a la entrada de un camino llamado "De la Soledad".
Por él paseábamos al atardecer tomados de la mano o salíamos en una vieja bicicleta del amigo de Antonio.  Yo iba en la parrilla,  abrazada a su cintura,  y me parecía increíble sentirme tan libre y tan feliz.
Vivimos sin ninguna responsabilidad ni miedo a decirnos que nos queríamos. Tal vez porque sentíamos que no nos comprometía en nada expresarnos un amor que sólo duraría lo justo y necesario.
Luego de dos semanas,  llamé a mi prima y le pregunté si aún mantenía su invitación.  Asintió de buen grado.  
Antonio y yo nos despedimos en la estación del Metro-tren.  El partía a Santiago y yo a Rancagua.
Intercambiamos los números de celular y los correos,  pero sabíamos que no había promesas ni obligaciones.  Eso hacía que nuestro amor fuera más real y hermoso  que ninguno de los que antes había conocido.
Sin embargo, yo había llorado en secreto la noche anterior a la despedida.
Sabía que él venía saliendo de una pérdida, que no estaba preparado para empezar nada nuevo.  Que debía despedirme sonriente y jovial,  como la amiga a la que se le dice ¡hasta pronto! sin ninguna seguridad de volver a verla.
Esa amiga cariñosa que presta su regazo para que descanses tu cabeza y derrames alguna lágrima.
Comportarme así,  resuelta y  alegre,  facilitándole un adiós sin remordimientos,  era lo único que me daba  la esperanza de persistir en su recuerdo.
Cuando volví a ver a Alicia,  me preguntó cómo me iba.  Por supuesto,  con malicia,  esperando alguna confidencia que motivara sus sermones. Pero guardé silencio.
Entonces pareció decepcionada y a boca de jarro,  me dijo con acritud:
-No sé si te has puesto a pensar que las mujeres,  al envejecer,  perdemos todas las oportunidades.  Los hombres siempre van a querer amantes jóvenes,  esposas más jóvenes que puedan darles hijos.
-Por supuesto- le respondí con soltura- Aceptar la pérdida de la juventud  es la primera renuncia que nos prepara para luego aceptar la Muerte.  ¿Acaso engañándose a sí misma puede una ser feliz? Hay que comprender que la Felicidad es efímera.  Brillante y colorida como las alas de una mariposa,  pero no dura más que la vida de una de ellas.
Alicia se quedó pensativa y no supo qué contestarme.
Luego nos despedimos y se fue a su casa,  donde seguramente la esperaba su marido,  leyendo el diario de la tarde,  en la frescura del jardín.
 Tal vez iba envidiando la libertad de mi corazón.
Pero no sabía que,  a pesar de mis petulantes alegatos de independencia,  yo también caminaba envidiándola a ella,  porque estaba consciente de que al llegar a mi departamento oscuro,  ninguna voz cariñosa me recibiría diciendo:
-¡Por fin llegaste, Lily!

No hay comentarios:

Publicar un comentario