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miércoles, 22 de febrero de 2012

EL ANILLO.

EL ANILLO. ( 1) 

Lucía tenía once años cuando vio el anillo expuesto en la vitrina. Brillaba con un suave destello, blanco y frío como la luz de la luna.
La piedra estaba engarzada en plata y lo exhibían dentro de un cofre de terciopelo azul.
Estaba en el centro de la vitrina, rodeado por algunos prendedores y collares de fantasía. Pero todos se veían opacos y pobres y los ojos se apartaban de ellos rápidamente para volver a clavarse en el maravilloso anillo.
Lucia pasaba todos los días frente a la tienda, camino de la escuela, y no podía evitar detenerse frente a la vidriera.
¡Ah, si pudiera comprarlo! Pero ¿cuánto costaría? Una fortuna, seguramente.
Al fin, un día se atrevió a entrar. Una hermosa mujer le sonreía tras el mostrador.
-Te he visto muchas veces mirar el anillo. Es extraordinario ¿no es cierto?
-¡Sí!- respondió Lucía con fervor- ¡Es el más maravilloso anillo que he visto en mi vida!
Y agregó tímidamente:
-Será muy caro ¿verdad?
-En realidad, no está a la venta. Pero, si quieres, te lo puedes probar.
Sacó de la vitrina el estuche de terciopelo y tomó el anillo con delicadeza.
En la palma de su mano, el anillo emitió de pronto un destello enceguecedor.
- ¡Muéstrame tu dedo! ¡Probémoslo a ver si te calza!
Y tomando la mano de la niña, rápidamente se lo puso en el dedo anular, donde se ajustó perfectamente.
Lanzó una carcajada triunfal y Lucía la miró interrogante.
-¡Este es un anillo mágico, niña! ¡Ahora ya nunca te lo podrás quitar!
Su cara se había transformado. Los rasgos suaves y amables habían dado paso a una expresión malvada, casi diabólica. Era como el rostro de una bruja.
-Pero ¿por qué me lo ha puesto!-gimió Lucía- ¿Qué me pasará si lo llevo?
-¡Ah!  Este es el Anillo de la Soledad. Quién lo lleve no podrá amar ni ser amado nunca. Irás por el mundo siempre sola, y aunque rompieras siete pares de zapatos de hierro recorriendo los caminos, nunca encontrarás a nadie que te ame ni a quién tú puedas amar.
Lucía lanzó un grito y trató de arrancarse el anillo, pero fue inútil. Parecía que le habían brotado garfios de metal que se aferraban a su carne.
Llorando escapó de la tienda, seguida por la risa estridente de la bruja.
Y así vivió muchos años. Sola. Llevando en el pecho un corazón vacío. Aún cuando buscaba la compañía de otras personas, un muro invisible parecía rodearla, apartándola de todos.
Nunca experimentó la dulce emoción que acelera el pulso y lleva a seguir los pasos del amado por donde quiera que él vaya. El Amor le estaba vedado porque sus labios no conocían el idioma de la ternura y sus ojos tenían el mismo resplandor frío de la piedra que llevaba en su dedo anular.
Al fin, la Soledad le resultó insoportable y no quiso seguir viviendo.
Se acercó a la orilla del mar y se adentró en el agua hasta que perdió pié y las olas la tomaron en sus brazos, arrastrándola a las profundidades.
El bramido del mar atronaba en sus oídos. Luego vino el silencio y la envolvieron las tinieblas. Se dejó ir sin luchar.
Sintió que moría y la invadió el inmenso alivio de escapar por fin al maleficio de la Soledad.
Abrió los ojos recostada en una cama. Con la mirada recorrió el techo y las paredes y vio que se encontraba en una cabaña de pescadores.
Gimió débilmente y de inmediato acudieron a su lado dos ancianos de rostro bondadoso y un joven pescador. La  miraban expectantes y sus rostros se iluminaron de alegría al verla despierta.
Ella sintió un calor suave dentro del pecho y su pulso latió con fuerza al encontrar la mirada del joven.
-¡Te saqué del agua cuando ya no respirabas! ¡Qué contento estoy de haber llegado a tiempo!
Una dulce emoción, nunca antes sentida, invadió el corazón de Lucía. Se sentía diferente, como si hubiera vuelto a nacer.
Miró su mano y vio que ya no llevaba el anillo embrujado. La fuerza de las olas se lo había arrancado y ahora estaría en el fondo del mar, a donde nadie pudiera encontrarlo.
Sonrió y cerró los ojos con infinito alivio.
¡La maldición de su soledad había terminado!.


EL ANILLO. (2) 

En realidad, ese final feliz fue nada más que un sueño.
Lucía envejeció sola y huraña.
Su pelo se volvió gris, su cuerpo que había sido grácil se encorvó hacia la tierra y dos surcos de amargura deformaron su boca.
El anillo seguía brillando en su dedo con destellos de luna. Aferrado a su carne con garfios indestructibles.
Su mano se había arrugado y cubierto de manchas, y el resplandor de la piedra hacía resaltar aún más su triste decrepitud.
Vivía sola en la casa que heredara de sus padres. No visitaba a nadie.
Su corazón, vacío de amor, latía regularmente como el engranaje de un reloj, marcando sus horas inútiles.
-Tic tac Tic tac ¡Buenos días, Tristeza! Tic tac Tic Tac ¡Buenas noches, Soledad!
Pero había alguien que la visitaba regularmente prodigándole demostraciones de cariño.
Era Rosaura, su sobrina.
Le llevaba flores y dulces y pasaba sus tardes junto a la anciana, hilvanando su infantil conversación que era como el gorjeo de un pájaro.
Tenía catorce años.
Lucía no creía en su cariño porque sabía con certeza que la maldición del anillo la había condenado a no ser querida por nadie.
Ella tampoco sentía nada por Rosaura. Sólo una mordaz curiosidad por desentrañar  el  misterio de sus visitas.
Siendo ella tan pobre, ¿qué podía codiciar Rosaura entre sus escasas pertenencias?
¡El anillo, por supuesto!
A menudo la veía seguir con la mirada su mano mientras servía el té. El anillo  brillaba más que nunca, como si quisiera a propósito acrecentar malignamente la ansiedad de la niña por poseerlo. ¡Y claro que lo lograba!
Rosaura sentía en todo su ser un deseo febril de adueñarse de él, de probárselo al menos.
-Tía, ¿me dejarías probarme tu anillo?
-Imposible, Rosaura. Está tan apretado que no me lo puedo quitar.
La sobrina la miraba con odio disimulado.
-¡Vieja egoísta! ¡Vieja mezquina! ¡Como si pudieras llevártelo a la tumba!
Y comprendió que era cosa de esperar.
Ese Invierno, la anciana enfermó de pulmonía y decayó rápidamente. ¿Qué razón podía tener para aferrarse a la vida?
Rosaura no se despegaba del lado de su lecho, acercándole bebidas calientes a los labios marchitos y secando el sudor que la fiebre ponía en su frente.
Al fin, murió.
Antes de avisar al resto de los parientes, Rosaura desprendió el anillo del dedo de Lucía.
¡Con qué facilidad resbaló de la piel marchita!
-¡Nunca lo tuvo apretado, la vieja mentirosa!-exclamó Rosaura.
Con deleite infinito lo deslizó en su dedo. Vio como la piedra blanca y fría despedía suaves destellos en la penumbra del cuarto.
Rosaura se asombró de lo bien que le calzaba y de la forma en que se apretaba en torno a su dedo como si nunca quisiera dejarlo.
El ansia de su pecho se calmó.
-¡Por fin es mío!-exclamó jubilosa-¡Ahora sí podré ser feliz!

2 comentarios:

  1. Interesante comienzo el de este cuento, me sorprendió la aparición del toque fantástico. ¡Vaya con la pérfida bruja...!
    Veo que te apartas de la tentación de que la pobre víctima encuentre algún amor que pueda librarla de su maldición, pese a uno de sus "sueños" al respecto.
    En la segunda parte, por un momento, parece que la sobrina puede ser esa ayuda cariñosa que venza el poder del anillo pero pronto vemos que es otro tipo de bruja...
    Lucía no consigue salvarse de la maldición pero el final que eliges no deja de ser uno medio feliz.
    Quizá que todos quieran el mal para Lucía es un reflejo del egoísmo que reina por todas partes.
    Me ha gustado.
    José

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  2. Leí estos dos cuentos y me gustaron mucho, aunque me habría quedado con el final del primero.
    También leí "El maniquí", "Santa Claus busca empleo" y "La plaga de avispas". Todos me parecieron interesantes y con mucho sentido. Mantienen expectante hasta el final.

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