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viernes, 16 de diciembre de 2011

SOMBRAS.

Cuando conocí el drama de Julia,  empecé a preguntarme cómo pudo sentirse ella cuando notó que su mente se iba nublando de a poco.
Primero fueron ligeros olvidos sin importancia que atribuyó al cansancio.
Luego empezó a advertir con sorpresa que tenía  que apresurarse a anotar fechas y compromisos en su agenda, apenas colgado el teléfono, antes de que se borraran de su memoria.
Era como si alguien pasara una esponja sobre una pizarra e hiciera desparecer todo lo escrito.
Esa era la imagen que tenía de su propia mente: Una pizarra y un paño gris que lo iba borrando todo .
Luego, una especie de estopa húmeda empezó a envolver su cerebro,  encapsulando sus ideas y sus recuerdos.
Una tarde debía ir a casa de su hermana Lily.
Llegó muy atrasada y luego le explicó bromeando que se había equivocado y había ido a su antigua dirección.
-Pero ¡cómo!-exclamó Lily-Si me fui de ahí hace veinte años. . .
Julia notó la incredulidad pintada en su cara, pero no lo tomó en cuenta. Prefirió cerrar los ojos a lo que su hermana empezaba a ver con claridad.
Con un esfuerzo, logró apartar la estopa gris que envolvía sus pensamientos e improvisó una conversación despreocupada.  
Comprendió que debía disimular. Sobre todo frente a sus hijas.
Débora, que había sido rebelde cuando niña, de adulta se había trasformado en su enemiga.
Julia la notaba atenta a cada uno de sus lapsus, a cada frase inconexa que se le escapaba a su pesar.
El suyo era un interés frío,  como un agudo escalpelo que escarbara despiadadamente en su cerebro.
Luego ellas le dirían que ya no podía vivir sola y la llevarían quién sabe a dónde. ¿Y qué sería de sus perros?
Se abrazaba a Chiqui, su regalón, hundiendo la cara en su pelaje sedoso y sintiendo que la angustia la envolvía como un oleaje oscuro en el que se ahogaba sin remedio.
Ya le habían quitado el auto.
-No es conveniente que manejes. Podrías olvidar dónde lo dejaste  estacionado.
Por lo tanto ya no podría ir más a su casa de la playa.
Lo iría perdiendo todo y al final se perdería a sí misma.
Los exámenes médicos no arrojaban ningún daño neurológico. El médico se escudaba en evasivas y ella recordaba a sus tías, que habían muerto todas recluidas en clínicas.
En un arranque de nostalgia, llamó a Norma, una amiga del colegio.
Quedaron de juntarse a tomar el té en un local de Providencia.
La noche anterior se sintió de pronto insegura y asustada y la llamó para pedirle su número de celular.
Pero Norma sólo tenía teléfono fijo. Sin embargo la tranquilizó:
-Si anotas el nombre del local y la dirección ¿por qué habríamos de desencontrarnos?
 Al cortar la comunicación, Julia se sentía segura y no anotó nada.
-¿Cómo no me voy a acordar-le había dicho a su amiga con petulancia-si queda en la misma calle donde tú vives?
Pero al otro día, al bajar del Metro notó que no recordaba el nombre del local ni su ubicación exacta.
Anduvo vagando por el barrio, aplastada por el calor y al fin se dirigió al edificio de Norma.
El portero le dijo que ella había salido hacía una hora.
Julia le explicó que habían quedado de juntarse en un local cercano pero que no recordaba el nombre.
Se quedó sentada un rato en el vestíbulo, abrumada por su impotencia. Sentía pesar sobre sí la mirada del portero, cuya curiosidad desdeñosa la humillaba.
Pensó esperar que Norma volviera, pero ya habían pasado casi dos horas y empezaba a anochecer.
Salió de allí cansada y con los pies adoloridos. ¡Había caminado tanto !
En mitad de la cuadra se encontró con Norma, que volvía fastidiada.
-Pero, ¡cómo, Julia! ¡No íbamos a juntarnos en mi casa!. ¡Te esperé una hora y media en el Coppelia!
-No, no era en el Coppelia-Porfió ella débilmente-Era en un lugar por aquí. . . Y con un gesto vago señaló el entorno.
Norma apartó la mirada. Sentía vergüenza y exasperación.
-Bueno, vamos a mi casa, entonces-dijo por fin con desgano.
-No, estoy muy cansada-respondió Julia y sin despedirse, se dirigió a la estación del Metro.
Fue el final de su amistad. Nunca volvieron a llamarse.
Lily me dijo tiempo después:
Hacía años que su conducta se había vuelto errática, pero lo atribuí a su carácter,  que siempre había tenido rasgos incomprensibles.
Luego fueron sus lapsus de memoria, de los cuales, al principio nos reímos como de un mal chiste.
Se sucedió después un estado de confusión permanente.
Sentí que la perdía. Quise retenerla, pero su mano se soltó de la mía.
Había empezado a internarse en una tierra de sombras a dónde no podía seguirla.
Se la tragó una niebla espesa.
Julia se fue, dejándonos su cuerpo vacío. Y su cara que es como una máscara tras de la cual ya no habita nadie.

2 comentarios:

  1. ¡Hola Lillian! Me veía venir el desenlace del cuento, siendo ya seguidor de tu página...
    ¡Sí que es una enfermedad penosa, tanto para el que la padece como para la familia que ha de cuidar del enfermo que ya no es capaz de valerse por sí mismo!
    A ver si los poderosos despilfarran menos dinero y lo usan para encontrar remedio.
    No sé qué opinarán los demás, pero yo encuentro la letra del blog demasiado pequeña. Terminaré viendo los cuentos como en "sombras"...

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  2. ME GUSTÓ MUCHO,ESTÁ MUY BIÉN RELATADA LA PERDIDA PROGRESIVA DE la memoria y la imposibilidad de ocultarlo,hasta que eso también se olvida

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