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lunes, 26 de diciembre de 2011

VOLVER AL PUEBLO.

Ese Verano decidió volver al pueblo. Hacía cuatro años que no iba, desde que partió a Santiago a estudiar en la Universidad.
Cada Verano había surgido algo: La invitación de un compañero peruano a conocer su tierra, un viaje en grupo, cargados con mochilas, por la Carretera Austral. . . Otro Verano se quedó haciendo clases de reforzamiento de matemáticas, porque necesitaba dinero para cambiar el computador.
Era cierto que siempre llamaba a sus padres por teléfono y les escribía "cartas con estampillas", porque ellos no se manejaban con el correo electrónico. Pero ese Verano, los reproches fundados que le hacían, lo convencieron de dejar todo de lado y partir al pueblo a pasar sus vacaciones.
Su mamá, dichosa, lo comentó en la panadería y eso bastó para que al llegar ya lo esperaran varios recados telefónicos.
Pero no llamó a nadie y se deleitó quedándose en la casa para conversar con "los viejos" y jugar baloncesto en el patio trasero, con su hermano menor.
Fue agradable alojar en su dormitorio de la infancia, hojear sus antiguos libros y volver a ver el insectario que había empezado a armar a los catorce años. Cada mariposa, cada escarabajo,  representaba una anécdota y un recuerdo feliz.
Pero una noche lo llamaron y su mamá le pasó el fono sin hacer caso a sus señas negativas.
Era Marisa, su antigua novia, que ahora estaba comprometida con Claudio.
-¡Aló, Mario! Oye, te necesitamos.  ¡Basta ya de hacernos desaires!
El se rió y no le contestó nada.
-Mario, escucha-prosiguió Marisa-Hay una fiesta en la casa de Fabiola y una chica no tiene pareja. O sea, no tenía. . . Porque ahora serás tú y no creas que podrás escabullirte.
Le divirtió su tono imperioso y aceptó la invitación sin reticencias.
A las diez pasaron Claudio y Marisa a buscarlo en automóvil.
-¿Y dónde está la chica?
-Ahora iremos a recogerla.
Pararon frente a una casa que a Mario le resultó conocida y casi de inmediato salió de ella una joven vestida de celeste.
Vio que era casi una niña. Tenía las mejillas rosadas y llevaba el pelo de un rubio ceniza caído sobre los hombros.
-"Alicia en el País de las Maravillas" -pensó Mario-¿Y luego se escapará persiguiendo a algún conejo?
Ella subió al auto en silencio y lo miró de soslayo. Tenía unos enormes ojos grises y una boca pequeña, que mantenía firmemente cerrada en la esperanza de que no se notara que llevaba frenillo.
-Soy Edith-le dijo y le extendió la mano con formalidad graciosa.
En la fiesta bailó dos veces con ella y luego se fue al jardín a conversar con sus antiguos compañeros.
Fugazmente la vio sentada en la escalera, tomando coca cola junto a otra chica. Ambas lo miraban sonriendo cómplices y resultaba evidente que su tema de conversación era él.
A las doce le dio sueño y se fue a su casa, escabulléndose por el patio trasero.
Estaba en su dormitorio, echado sobre la cama, cuando escuchó un rumor como de garúa en el vidrio de la ventana. Alguien estaba arrojando piedrecitas menudas desde el jardín.
Se asomó y vio que era la chica del baile.
-¿Qué haces aquí tan tarde?
-Vine a preguntarte se quieres ir a tomar un café conmigo a la confitería de la plaza. Los Sábado cierran a las dos.
Mario se arregló la camisa y se mojó la cara para espantar el sueño.
¿Qué otra cosa podía hacer sino acompañarla?
Atravesaron la plaza iluminada y les llegó el rumor del agua en la pileta. Ranitas de metal arrojaban chorros por sus bocas enormes y rompían en pedazos el reflejo de la luna sobre la superficie. Bandadas de mariposas nocturnas formaban una nube alrededor de los faroles.
Se sentaron frente a frente en el café y Edith lo contempló meditabunda.
-No me reconociste-le reprochó de pronto.
-Perdona. ¿Es que nos habíamos visto antes?
-Soy la hermana de Felipe. Ibas a estudiar a nuestra casa.
El se quedó mudo, tratando inútilmente de visualizarla en su memoria.
-Yo tenía doce años y estaba enamorada de ti.
Casi se echó a reír, pero alcanzó a contenerse.
-¿Y qué edad tienes ahora?
-Cumpliré diecisiete.
-¿Cuando?
-En Diciembre.
-¡Pero si recién estamos en Enero! ¡Te queda todo un año!
-Pero dice mi abuela que cuando se cumplen los dieciseis, de inmediato "se entra a los diecisiete".
O sea, se abre una puerta y una empieza a recorrer un pasillo largo donde al final están los diecisiete esperándola.
-Tiene razón tu abuela-dijo Mario y la contempló con atención.
Vio sorprendido que el brillo de los ojos grises empezaba a opacarse y luego dos lágrimas brotaron entre sus pestañas. Se quedaron suspendidas un instante, como gotas de lluvia en el follaje y luego resbalaron por su cara.
-¡Edith! ¿Por qué lloras?
-Porque no me reconociste-respondió ella en voz baja.
Mario cogió su pequeña mano por sobre la mesa.
-"Alicia en el País de las Maravillas"-le susurró conmovido-¡Prométeme que no saldrás escapando detrás de ningún conejo!
Por un instante, ella pareció no comprender, pero luego una dulce sonrisa separó sus labios mostrando el metal que aprisionaba sus dientes.
-En Marzo me lo quitarán-susurró casi en secreto y sonó como la más apasionada promesa de amor.

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