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lunes, 26 de diciembre de 2011

SANTA KLAUS BUSCA EMPLEO.

Santa Klaus se sentía acabado. Cada día había menos niños que creían en él.
Antes, su buzón rebosaba de cartas. Todas las semanas el cartero venía en su trineo a entregar una nueva carga que trataba de embutir en él a viva fuerza. Pero no cabían, y al final las dejaba apiladas sobre la nieve.
De aquello hacía bastante tiempo.
Luego, los niños se hicieron adictos a Internet y prefirieron mandarle correos electrónicos.
Si se buscaba en Google, se encontraba una dirección: Santa Klaus, Polo Norte. Pero el anciano nunca había podido aprender a manejar el computador, de modo que esos mensajes no le llegaban y se perdían en el infinito espacio cibernético.
Después, fue definitivo que los niños dejaron de creer en su existencia.
¡Veían a  tantos hombres disfrazados en los Malls, con barbas de algodón o de piel de conejo! Hacían publicidad en las puertas de los locales, agitando sus campanillas y riendo:¡ Jo jo jo! como decía la tradición que Santa Klaus se reía. Lo cual, por supuesto, era otra invención de los publicistas.
¿Cómo podrían distinguir, entre todos ellos, cuál era el verdadero?
Después de todo, era mejor ir a la tienda con sus padres y elegir allí mismo sus regalos. Y después pasar a comer hamburguesas. . . . Aunque se hubieran portado mal, sabían que igual recibirían obsequios. Sus papás eran más complacientes y benévolos que el severo Santa.
Además, si no les compraban nada ¿qué cosas lucirían al día siguiente frente a los vecinos? Sus padres no soportarían pasar una humillación.
Santa Klaus salió de su cabaña y se dirigió a la pesebrera a ver a sus renos. La nieve resplandecía bajo el fulgor de las estrellas y de las hojas de los pinos colgaban carámbanos, como lágrimas de hielo.
Rudolph, con su nariz roja brillando en la penumbra, se acercó al trote a tomar una zanahoria de la mano del viejo.
Este le dijo con melancolía:
-Creo, Rudolph querido, que llegó la hora de partir. Ve con tus compañeros hacia climas más cálidos. Si se dirigen al Sur, la nieve será menos espesa y hallarán hierba verde donde puedan pastar.
Abrió la puerta del pesebre para que salieran, y los renos partieron felices hacia la libertad, sin notar las lágrimas que se congelaban en las mejillas del anciano.
Al día siguiente, Santa Klaus partió a la estación en el trineo del cartero. Su cabaña quedó cerrada, pues los enanos fabricantes de juguetes ya habían partido la temporada anterior. Las nuevas tecnologías los habían superado.
Se despidió de su amigo con un abrazo y tomó un tren que lo llevara hasta la ciudad más cercana.
Alquiló una casita con su jubilación, que no era escasa, después de tantos años, pero bien pronto descubrió que el dinero no le alcanzaba. ¡Era tan cara la vida en la ciudad!
¿Qué hacer? ¿Buscar trabajo a esas alturas?
Le dolían las rodillas a causa de un principio de artritis y además, nadie querría contratar a un viejo.
Si ponía su fotografía en un currículum, al ver su barba blanca y sus mejillas arrugadas, se burlarían de él y tirarían el documento al papelero.
Se acercaba Navidad y las calles bullían de animación. Muchedumbres ansiosas colmaban los Malls empujándose y dándose codazos en su afán de acceder primero a los anaqueles.  Muchos hombres disfrazados con trajes rojos y barbas de algodón, tocaban sus campanillas en las puertas de las tiendas de artículos electrónicos.
Santa Klaus pensó que la única solución era pedir trabajo en alguno de esos locales. ¿Quién mejor que él poseía la autenticidad necesaria para atraer a los clientes?
Estuvo largo rato haciendo antesala, hasta que una atareada e impaciente secretaria lo hizo pasar a la oficina del gerente.
-Quisiera trabajar de Santa Klaus-dijo el anciano.
Desde su escritorio, el hombre gordo lo examinó con impertinencia.
-¿Tiene el traje rojo?-le preguntó.
-Lo tenía, señor, pero se me fue gastando. Y ahora, el forro de piel de la chaqueta se lo comieron las polillas.
-Lo lamento, entonces. Aquí no tenemos disfraces para prestar. Tiene que traerlo desde su casa.
Tocó el timbre y acudió la secretaria, presurosa, equilibrándose en sus altos tacones.
-Acompañe a este señor a la puerta.
Y el hombre gordo se volvió hacia la pantalla de su computador, donde columnas de cifras, las ganancias del día, pusieron una sonrisa en su rostro mofletudo.
Santa Klaus salió despacio, arrastrando las suelas de sus viejas botas por la vereda.
En la entrada, un hombre flaco vestido de rojo y con barba de algodón le lanzó una sonrisa burlona.
-¿Te fue mal, eh? ¡Es que no calificas, hombre! ¡Nunca había visto a alguien que se pareciera menos a Santa Klaus!

5 comentarios:

  1. En el cuento demuestras tu habilidad para tocar la sensibilidad nostálgica de los humanos, el concepto del viejito pascuero está de baja, y eso es una pérdida espiritual digna de recuperar, pero ¡hay amiga mia la publicidad lo inunda todo! Si tienes muchos comentarios pienso es un buen síntoma, la gente está harta de la invasión publicitaria, que le impide disfrutar de lo bello que es la ilusión del "Viejito Pascuero" Acv2

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  2. ME ENCANTÓ,SUPER ENTRETENIDO,POBRE VIEJITO PASCUERO

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  3. Un ejemplo claro de cómo las personas podemos fantasear unos minutos con el mundo mágico de Santa Klaus pero éste no puede sobrevivir en el nuestro, porque desgraciadamente es bastante patético.
    Una crítica al sistema y al mercado laboral. En España sabemos bien lo que es la precariedad en el trabajo y lo difícil que resulta encontrar un empleo digno.
    Y aprovecho para decir que debería quitarse esa costumbre de disfrazar a personas de personajes significativos para los niños porque a veces dan una imagen que puede estropear el símbolo que ellos tienen en mente.

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  4. Ah, no sé si lo sabrás, pero en España no es Santa Claus quien se queja de haber quedado relegado, sino los Reyes Magos, cuya tradición peligra cada vez más por la adopción de costumbres inglesas / estadounidenses.

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