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viernes, 2 de diciembre de 2011

COMIENDO MORAS.

En el jardín interior del edificio, había un árbol llamado morera, que me encantaba. Aparte de ser redondo como un paraguas verde, en Octubre se cargaba de frutos rosados que pronto se volvían oscuros y deliciosos como las moras del campo.
Una tarde en que estaba prácticamente colgada de una rama, tratando de alcanzar una fruta, pasó un hombrecito feo, probablemente un nuevo arrendatario.
-¿Qué está haciendo?-me preguntó sin preámbulos.
-Comiendo moras-le dije y le ofrecí una.
-¡Ah! ¡Qué bien!- exclamó, poniéndola en su boca que era lo bastante grande para permitirle saborear medio kilo de una vez. Luego, mirándome con intención agregó:
-¡Que me traiga suerte y me vaya bien en el amor!
-Pero, no tiene nada que ver-argüí.
-¿Cómo que no? Mora-amor. . Están harto relacionados.
Días después nos topamos en el ascensor. Lo miré con más detenimiento y pensé que era feo como una pesadilla por excesiva alimentación nocturna. En realidad, tenía un aspecto raro, como un príncipe convertido el sapo y al cual el beso de una princesa no había logrado desencantar del todo.
Bajito, con el pecho ancho como para incubar un ¡croac! sonoro, una boca grande para emitirlo con soltura y unos ojos de batracio nostálgico, mirando la luna.
Pero, había algo en él. Un cierto encanto melancólico y humorístico, como de quién se ríe de su propia fealdad.
Al verme, se acordó de las "moras-amor" y me contó que acababa de mudarse dos pisos por debajo del mío.
-Si miro para arriba y la veo, creeré que es una estrella más-dijo galante.
En realidad, era harto entusiasta en los piropos y parecía ansioso por encontrar a la princesa que terminara por deshacer su hechizo.
Conversando, se pasó de largo por su piso y no tuve otra opción que invitarlo a tomar un café en el mío.
-Me llamo Romelio-dijo en voz baja, con el pudor que tan extraño nombre ameritaba.
-El mío es peor-le contesté con ruda franqueza-Me llamo Leia, como la princesa de Star War. Parece que mis papás eran fanáticos de la saga.
-Pero Leia suena muy lindo-suspiró-Y si lo lleva una princesa ¿qué más se puede pedir?
Como ven, Romelio era romántico, como sacado de una época pretérita.
Y así, entre café y moras, nuestra amistad fue prosperando.
El, por su parte, era bastante imaginativo.
Una tarde me llamó por teléfono y me pidió que me asomara a la ventana. Maravillada, ví subir desde su balcón un globo lleno de helio. Se elevó directo hacia mí y puso en mis manos una flor envuelta en un papelito que decía:
-Princesa Leia, espero que "leia" mi mensaje y acepte cenar conmigo mañana. Hans Solo. ¡Muy, muy solo!
¡Quién podría resistirse a semejante ingenio?
Yo, que por ese entonces andaba con un ala rota a causa de un amor mal correspondido.
Julio se llamaba el cazador y era yo la pobre ave que por andar volando bajo se encontró con su andanada de perdigones.
Éramos compañeros de trabajo y al principio pareció corresponder a mis sentimientos. Pero luego se produjo una vacante para un cargo superior y ambos nos vimos compitiendo por alcanzarlo.
Hizo todo lo que pudo por desacreditarme, por demostrar la inalterable superioridad masculina versus la inestabilidad femenina sujeta a cambios hormonales. . . .
Por supuesto, se quedó con el cargo y yo me sentí doblemente traicionada.
Fue en esos días cuando conocí a Romelio y me hice el propósito de no ir más allá de una amistad.
Pero el globo con la flor debilitó mis defensas y acepté salir con él.
A la noche siguiente fuimos a comer piza a un local que ponía mesas en la vereda.
Soplaba un vientecito de Primavera, no diré saturado de aromas, porque éste no es un cuento cursi, sino cargado de polen de plátanos orientales, reconocido productor de alergias.
Así y todo, nos divertimos mucho y sentí que el Olvido suturaba con un par de puntos la herida de mi corazón.
Al volver al edificio, cruzamos el jardín interior y nos detuvimos bajo la morera.
El me tomó de los hombros y me miró intensamente con sus ojos navegables. Porque eran verdes como el mar y con pececitos dorados saltando entre el oleaje.
Pensé en terminar de una vez aquel sortilegio inacabado y tomando su cara entre mis manos, lo besé.
¡Y surtió efecto! Cuando abrí los ojos y lo miré, vi que se había convertido en un príncipe. ¡Mi príncipe! ¡Porque no hay magia más poderosa que el Amor!
Esto sí que sonó bien cursi, pero ¿cómo negarlo si es la pura verdad?

3 comentarios:

  1. Que romántico digno de una niñita de 15 con príncipe azul disfrazado de "sapo". Creativo para afirmar que el amor es ciego. Un cuento simpático. ACV2

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  2. Un cuento muy simpático, Lilly, que señala que el amor puede estar en cualquier parte...
    ¡Voy a ver si encuentro una morera...!
    José :)

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  3. Simpático, liviano, de refinado humor. El tema es manejado con mucho ingenio y enaltece el amor.

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