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martes, 20 de diciembre de 2011

PRESAGIO.

Se aproximaba el fin del año y la melancolía inevitable en esa fecha se había apoderado de su ánimo.
Tenía miedo de la llegada de la Noche Vieja porque sabía que estaría solo. Más solo que nunca, porque había roto la relación,  que desde antes era distante y fría, con su único hermano Javier. El, al menos tendría a Marta, su mujer, a quién abrazar cuando sonaran las doce. Marcos, en cambio, ¿a quién abrazaría?
Adela había muerto hacía ya cuatro años.
Y su hijo, que vivía en el extranjero, ni siquiera se acordaría de llamarlo.
Cuando le avisó el fallecimiento de su madre, le contestó con frialdad y deslizó una vaga acusación contra él, culpándolo de haberla hecho desgraciada.
Se enfureció y cortó la comunicación sin despedirse. ¡Y habían pasado cuatro años!
Ensimismado, salió a caminar sin rumbo. Anochecía y de pronto le llegó una música vocinglera que parecía venir desde un sitio eriazo.
Vio que se había instalado una Feria de atracciones. Giraba el carrusel y la gente gritaba y reía, trepada a la rueda que los elevaba hasta el cielo. Otros, provistos de rifles, competían por derribar una figuras móviles y así ganar un oso o una muñeca.
Casi oculta entre los puestos de diversiones, distinguió una carpa listada que ostentaba un cartel: "Madame Zuleika. Tarotista y adivina. "
No había nadie esperando frente a la entrada y Marcos, burlándose de su propia ociosidad, se asomó al interior.
Vio a una mujer de mediana edad sentada frente a una mesa. Llevaba una túnica negra  y un turbante del que se escapaban algunos mechones de pelo gris.
-¡Adelante! ¡Adelante, caballero!-exclamó al verlo.
Marcos percibió un aire de miseria y soledad rodeando a la mujer.  ¡Todo se veía tan viejo y deslucido!
Mitad por lástima y mitad por matar el tiempo,  traspasó el umbral de la carpa.
Se sentó frente a la adivina y ella retiró un paño negro salpicado de estrellas que cubría una bola de cristal. Esta se veía imponente y misteriosa porque irradiaba una débil luz que surgía de su interior sin que se viera conectada a ningún cable. Bajo la superficie de vidrio parecía moverse una nube de gas luminoso, como inquieta por escapar del recipiente que la contenía.
-Usted querrá saber qué le depara el destino para el año que viene ¿verdad?
-Sí-respondió Marcos, escéptico en su interior, pero fingiendo seriedad  por respeto a la adivina.
Ella cerró los ojos y posó sus manos sobre la bola de cristal.
Al retirarlas, abrió los ojos y se quedó muda. Se había vuelto opaca y grisácea y el gas luminoso que antes parecía fluir en su interior, había dado paso a una oscuridad sin reflejos.
Incrédula, volvió a posar sus manos sobre ella, cerrando los ojos y moviendo los labios como si invocara a algún espíritu o a una deidad  premonitoria.
No ocurrió nada.
Se quedó pensando unos minutos y luego miró a Marcos con aprensión. Un velo de tristeza y de profunda compasión cubrió su rostro.
-Señor, lo siento. No podré ver su futuro.
-Pero ¿por qué?
-Porque no lo tiene. Creo que la bola de cristal le avisa que usted morirá el próximo año.
Marcos quiso reírse, pero no pudo. Su anterior escepticismo dio paso a un escalofrío que lo recorrió desde la nuca hasta los talones.
-¡Esto es absurdo! ¡No creo una palabra!-dijo con voz colérica y se paró bruscamente.
Iba a marcharse cuando se acordó de pagar y depositó un par de billetes sobre el mantel deslucido.
La mujer estaba pálida y parecía implorarle perdón con la mirada. Había en sus ojos una infinita conmiseración, como si ya lo viera convertido en cadáver.
Marcos salió rápidamente del recinto de la Feria y se dirigió a su casa.
-¡Tonterías!-iba diciendo, pero el escalofrío continuaba erizándole la piel y a su pesar, una voz interior le repetía: ¿Y si fuera cierto?
Esa noche no durmió casi nada. Sólo tuvo un sueño breve en el que vio a su hermano Javier que le traía una carta.
-¡Es de tu hijo!-le decía-¡Ábrela antes de que sea tarde!
En la mañana recordó con nitidez el sueño y pensó que tal vez era otra señal de advertencia.
Si voy a morir, pensó, debo arreglar  mis cosas antes. Mi vida se ha ido quedando vacía de afectos. ¿Quién pondrá una flor sobre mi tumba o derramará por mí una lágrima?
Se vistió y fue al Supermercado a comprar una botella de vino y un pan dulce.
Apretando su paquete con mano tensa, tocó el timbre en la casa de su hermano.
Se miraron en silencio. La palidez de Marcos y sus ojos húmedos decían más de lo que habrían podido sus labios.
Javier le abrió los brazos y llamó a Marta con voz alegre.
-¡Ven, mujer! ¡Ven! ¡Ha llegado mi hermano!
Almorzó con ellos y esa noche marcó el número de teléfono de su hijo, en Buenos Aires.
Atendió Anita, su nuera, al principio reticente, pero algo en la voz temblorosa de Marcos la hizo cambiar de actitud y rápidamente llamó a Esteban.
-¡Papá! ¡Qué sorpresa!-exclamó el joven y luego añadió, preocupado-¿Te pasa algo? ¿Estás enfermo?
-No, hijo. Sólo quería saludarlos y desearles felicidad en el año que viene. -y agregó pesaroso-¿Cuándo vendrás a Chile?
-¡Pronto, papá! Apenas haya cerrado unos negocios.
Marcos cortó la comunicación aliviado y contento. No sabía si alcanzaría a ver a su hijo antes de morir, pero persistía en su oído el sonido cariñoso de su voz y en su espíritu el convencimiento de que la muralla que los separaba empezaba a derrumbarse.
Pasó otra noche en un agitado duerme-vela y de pronto un rostro hermoso y querido surgió de sus recuerdos. ¡Margarita! Aquella novia que lo dejara para casarse con su mejor amigo. . . ¡Cuánta tristeza y cuánto rencor había guardado en su corazón durante años!
Volvió a encontrarlos, ya maduros, en una plaza del barrio y,  sereno por el paso de los años, se acercó a saludarlos. Supo que, por esos azares de la vida, estaban viviendo a pocas cuadras de su casa.
De eso hacía cinco años. Tal vez se habrían ido. . . .
Quiso ver de nuevo a Margarita. Sintió que nunca había dejado de amarla y esa había sido la causa de su fracasado matrimonio con Adela. Había tratado de hacerla feliz empujando hasta lo más profundo de  su corazón el recuerdo de aquella novia, pero no pudo volver a sentir una pasión como la que ella le inspirara.  ¡Pobre Adela! Sólo le brindó, apenas tibias, las sobras de su traicionado amor.
Quiso verlos, a ella y a Joaquín. Demostrarles que su rencor se había disipado. Contarles que estaba solo, que Adela había muerto y que su hijo vivía lejos.
Pero, por sobre todo, sentía que era a Margarita a quién quería ver. Grabar sus rasgos en su memoria para que al morir fuera su imagen la que lo acompañara en el último sueño.
Buscó la casa y aliviado, vio en las ventanas los visillos de siempre. . .
Le abrió ella y su rostro se iluminó al verlo:
-¡Marcos! ¡Qué gusto!
-Venía a saludarlos por el Año Nuevo-murmuró él, emocionado.
El rostro de ella se contrajo con un rictus de tristeza y a sus ojos asomaron lágrimas.
-Joaquín murió el año pasado. Me he quedado sola.
Lo hizo pasar al patio donde, bajo un toldo listado, había una mesa con tazas para el té.
Se quedaron conversando hasta que cayó la noche. ¡Tenían tantas cosas de qué hablar, tantas explicaciones que darse!
Días después, Marcos volvió a la Feria instalada en el sitio eriazo. ¿Por qué sus pasos lo llevaron hasta allá? No lo sabía.
En la puerta de la carpa, esperando algún cliente, estaba la adivina con su túnica negra.
Al verlo, corrió hacia él y se cogió de su brazo.
-¡Señor, por favor, tengo que hablarle! ¡No sabe qué alivio me da que haya vuelto!
Marcos la miró sorprendido, pero se dejó llevar al interior de la carpa.
La mujer le rogó que se sentara.
-Señor, le debo una explicación. Pasó algo raro la noche que usted vino. Tuve después otros clientes y con ellos ocurrió lo mismo. La bola de cristal permaneció opaca y no pude leer nada en ella. Entonces entendí que no era un presagio de muerte, que algo pasaba con el gas luminoso que la llena y que se vuelve transparente al calor de mis manos.
-Consulté con un colega-continuó la mujer-El gas, por una extraña razón se había condensado y con su ayuda, logré que se normalizara.
-Es decir que yo a usted, por error lo asusté con un presagio horrible. ¡No sé cómo lograr que me perdone!
-Señora-le respondió Marcos, sonriendo-No tengo nada que perdonarle. Al contrario, le agradezco. ¡Usted, al anunciarme la Muerte,  me devolvió la Vida!

3 comentarios:

  1. He leído este cuento quizá en el momento oportuno para sentirme algo afín al protagonista. En mi caso "el arranque" no ha ido enfocado al asunto amoroso sino a temas más engorrosos y además ha salido mal. Pero llega un momento en que la vida te fuerza a reaccionar de alguna manera. Si no lo haces, acabas olvidado o pisoteado.
    Juegas con esa idea de querer desandar caminos erróneos o encauzarlos por algún suceso punzante. El miedo al fracaso nos impide hacer muchas cosas pero cuando la vida parece terminarse, parte de esos muros no parecen tan altos.
    Adela y Marcos volvieron a encontrarse pero él tuvo que buscarla antes... Nada se regala en esta vida.
    Sobre el tema de la adivinación, echar las cartas y demás, me sorprende ver cómo todavía hay tantos incautos que creen en tales cosas y dejan su dinero en ello, encima dejando que otros decidan sobre sus vidas, sin tener ni idea de nada...
    Aprovecho la ocasión para desearte unas felices fiestas navideñas y que todos los presagios sean positivos.

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  2. Querida Lilly, tu cuento mágico cae en tierra fértil en estos días en los que parecemos más atentos a tomarnos un ratito para recordar lo que es importante, más llanos a revisar qué hicimos durante el año. Y siempre con ese toque de humor...

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  3. No sé cómo lo hice, pero este comentario era para el cuento La Tienda de Medianoche, no para éste...

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