En El Día Mundial de la Tierra se me ocurrió apagar todas las luces de la casa por una hora, y encender sobre mi escritorio una vela.
¡No recordaba como es su suave resplandor, su frágil materia derritiéndose lentamente!
No es lo mismo hacer esto durante el pánico de un apagón. Aquí se trata de prescindir de las ampolletas y volver a la antigua magia del fulgor de una vela.
Su luz arroja sombras movedizas contra la pared, cómo se agitara su cabellera de llama.
¿Es que tiembla y se desespera porque siente que se va consumiendo?
No. Yo creo que es feliz de acabar su vida así, en un derroche de fuego y de suave calor.
Recordará talvez como hace muchos años, niños friolentos acercaban sus manitos a su llama, tratando de entibiárselas.
O quizás pensará en algún joven poeta muy pobre, como en los cuentos de Wilde, que escribió sus mejores líneas envuelto en su tenue fulgor.
O quizás pensará en algún joven poeta muy pobre, como en los cuentos de Wilde, que escribió sus mejores líneas envuelto en su tenue fulgor.
¡Ah, si uno pudiera morir así también, consumiéndose suavemente para dar en el último instante una llamarada intensa, como una estrella que se apaga!
Observo un cambio de humor, seguramente te influyó la leve luz de la vela. Aquí hay nostalgia, melacolía, pero veo una realidad oculta.Nosotros los humanos somos como la vela, cada aliento que nos dá la vida al mismo tiempo nos oxida y nos mata lentamente.ACV2
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