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viernes, 18 de marzo de 2011

GOLPECITOS EN LA MESA.

Las semanas las amarraba imaginariamente en paquetitos y las apilaba una sobre otra. La mayoría, atadas con cintas grises, porque no había pasado nada. Si en alguna semana me llamaba alguien por teléfono, abriendo una brecha en mi soledad, le ponía una cinta verde. Y esa semana en que el Miércoles me llamó el que tanto había querido, la amarré con una cinta rosada. Roja no, porque fué un llamado casual. Se acordó de mí o encontró mi número en una agenda vieja y era evidente que no volvería a llamar.
Y así pasaba el tiempo, amarrando los días en paquetitos. Sentada en la orilla de la Vida, como al borde de un muelle, viendo pasar los barcos a lo lejos, mirando el agua por si llegaba alguna botella con mensaje. Quizás en otro muelle, alguien miraba el agua, como yo. Pero no podía saberlo.
Por eso no dije que no, cuando me llegó la más extraña de las ofertas.
En la casa vecina vivía una mujer  misteriosa, Usaba un turbante y se envolvía en vestidos largos como túnicas orientales. En su puerta había una plaquita discreta pero que encendía la imaginación. "Madame Sofía. Ayuda espiritual". Al atardecer llegaban grupitos de gente. Todos furtivos, medio tapada la cara con un sombrero o una bufanda.
Y fué ella, la del turbante oriental la que me tocó la puerta una mañana. Parece que había estado observándome y yo le inspiraba confianza. Quería pedirme algo muy confidencial. Ofrecerme un trabajo fácil y bién pagado.
Me quedé estupefacta cuando después de muchas explicaciones vagas y reticentes, entendí de qué se trataba.
Ella hacía sesiones espiritistas y necesitaba una asesora. Era bién fácil la cosa-dijo. Hacer unos pocos ruidos, tirar algún cordelito estratégico, ayudarle, en fín, a darle mayor realce a sus poderes mediunímicos. Así dijo ella, pero entendí que se trataba de un fraude y que yo le ayudaría a montarlo, prometiendo, eso sí, absoluta confidencialidad.
Acepté, no por la paga, porque vivía bién con mi pensión de profesora jubilada, sino porque aquella inaudita propuesta venía a sacarme de mi soledad y de las interminables semanas amarradas con cinta gris.
Antes de la sesión ella me mostró la pieza donde me escondería. Una cortina me separaría de los asistentes y de acuerdo a la pregunta del caso, respondería con golpecitos en el borde de una mesa. Había unos cordelitos delgados que yo debía tirar cada cierto tiempo, para que se moviera algún cuadro o un candelabro. Como estaría en penumbra-dijo ella-los cordelitos no se distinguirían.
-Responda con un golpe para "Sí" y dos para "No". Ud. sola se dará cuenta cuales son las respuestas convenientes.
Por un pliegue de la cortina me asomé y ví a los participantes de esa tarde. Dos viejitas meláncolicas que buscaban comunicarse con sus hijos muertos y un viudo que necesitaba hacer contacto con su esposa recién fallecida.
La cosa se desarrolló de maravilla. Golpecitos, tirón de cordeles, todo salió a pedir de boca. Mejor dicho, a pedir de medium. Yo hacía moverse un cuadro y todos daban un salto. Boté al suelo el candelabro y todos dieron un grito. Al final, las viejitas se fueron emocionadas y el viudo más calmado, después de escuchar el solitario golpecito que le avisaba que Edelmira se hallaba ahí.
Recibí elogios de la medium y me fuí feliz. Mi vida ahora tenía emoción. Se había abierto una puerta en mi pared gris y por ella había entrado gente a hacerme compañía. Y yo contribuiría a darles la certeza de un más allá beatífico, donde los esperaban sus amados muertos. Les daría esperanza y consuelo, a cambio de lo que ellos sin saber me entregaban.
Todos los Miércoles iba el viudo y yo lo miraba desde detrás de la cortina. Cuando me tocaba dar el golpecito, señal de la presencia de Edelmira, él se emocionaba y soltaba un torrente de palabras de amor:
-Edelmira, te echo tanto de menos. Sin tí la vida no vale nada. Tú lo eras todo para mí.
Y así, como un mes entero.
No sé si me gustaba el viudo o si me conmovía su fidelidad, pero cada vez estaba más pendiente de él y rogaba que llegara luego el Miércoles, para volver a verlo.
Hasta que todo cambió.
Apareció como siempre, serio y callado, pero cuando se manifestó el presunto espíritu de Edelmira, él le dijo:
-Tú sabes que a nadie podré amar nunca como a tí te he amado, pero quiero que sepas que he conocido a alguien. ¿Apruebas que la siga viendo?
Casí me ahogué y me bajó una furia ciega. No sé si por celos o por lealtad con la finada, dí dos golpes que significaban "No".
El viudo quedó petrificado.
-Edelmira-rogaba-Estoy tan solo. Díme que me dás tu aprobación.
y yo, dale con los dos golpes tan fuertes que a todos dejaban aterrados.
Después la medium me preguntó por qué me empecinaba en contrariar al viudo y le respondí que así lográbamos que siguiera viniendo. Ella me alabó mi perspicacia y mi sentido comercial, pero yo ardía por dentro de dolor y de rabia ante la infidelidad y la deslealtad del viudo. ¡Ni dos meses había durado aquel amor eterno!Lo veía como una ofensa personal.
Durante tres semanas me obstiné en destrozarle las ilusiones. Pero empecé a dormir mal y cada día me acosaban más los remordimientos. El siguió viniendo pero se fué poniendo mustio y hasta parecía que se iba achicando de tan encogido que andaba.
Una tarde no pude más.
Después de haberlo atormentado con mis  negativas, lo miré por detrás de la cortina y lo ví tan triste, tan desesperado que pudo más la parte buena que todavía me queda en el corazón. Que es bién chica, lo reconozco.
Cuando terminó la sesión, salí corriendo trás de él y lo ví caminando lento hacia el paradero de micros. Lo llamé y se volvió sorprendido, porque jamás me había visto. Pero se detuvo a escucharme y ahí le solté toda la superchería, con lujo de detalles. Le dije que rehiciera su vida, que Edelmira estaría contenta. Que no era posible que se quedara solo por culpa de esos trucos de baja clase. Me abrumó la vergüenza cuando le confesé que era yo la que daba los golpes. . .
Primero se puso pálido y después rojo. Lo ví con ganas de pegarme y me alejé rápido. Felizmente estaba oscuro y además, él se quedó paralizado.
Me imaginé el escándalo que le armaría a la medium y al otro día. apenas amaneció tomé un bus y me fuí al sur, a la casa de una prima.
Cuando volví, al cabo de un més, en la casa del lado había desaparecido la plaquita. La reemplazaba un aviso que decía: "Se arrienda".

4 comentarios:

  1. Me encantaron todos tus cuentos. La manera como usas el lenguaje. Creo que debieras dedicarte a escribir profesionalmente.

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  2. Lillian: ¿Ves que no soy el único que piensa así? ¿Que tanto Isabel Allende y ni que ocho cuartos! Hace años te he dicho que eres una mujer genial. Agradezco que hayas desempolvado tu pluma y las creaciones de tu mente brillante comiencen a ser conocidas por el mundo.
    Se dice que cada persona que viene a la vida tiene una misión. Posiblemente esta sea la tuya. Nunca mas le des la espalda y sigue pluma en ristre iluminando con tus relatos a los seres de este planeta.

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  3. Muy bueno, buena manera de narrar, tiene un humor muy bonito. Un sello de gracia femenina.

    Cariños,
    Gabriela Paz Morales Urrutia

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  4. Lillian, me gustó mucho tu cuento "Golpecitos en la mesa". Creoque haría un buen papel publicado en cualquir revista de prestigio. Eso sí, yo le habría cambiado el final. Habría dado al fin un golpecito por "Sï" para que el pobre viudo siguiera creyendo que se contactaba con Edelmira.

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