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miércoles, 2 de mayo de 2012

TARDE DE CINE.

Un viento helado sacudía  las ramas de los árboles, llenando de hojas secas los charcos de la vereda. Tiritando, se subió el cuello del abrigo y después de dudar un instante, se decidió a entrar en un cine, con la esperanza de que la lluvia amainara.
La sala estaba casi desierta  y en la oscuridad vio ocho o diez siluetas repartidas entre las butacas vacías.
Al principio no hizo caso de la película. Se arrellanó con agrado en su asiento disfrutando la atmósfera tibia del interior del cine. Incluso pensó en dormitar un rato.
Pero, al fijar un instante sus ojos en la pantalla, vio con estupor que estaban proyectando la historia de su vida.
Pero ¿cómo era posible? ¿Quién podía haber escrito ese guión en el cual se mostraban episodios que sólo él conocía?
Se vio muy niño, aquella vez en que se perdió en el campo y caminó llorando a través de un trigal interminable. Llamaba a gritos a su mamá, mientras iba abriéndose paso entre las altas espigas que casi le ocultaban el cielo.
De pronto, éstas se separaron y  ante él  aparecieron sus padres que lo habían estado buscando desesperados.
Lo cogieron en sus brazos y él lloró aún más, mezclando el infinito alivio de haberlos encontrado con la congoja de haberse perdido.
Pasaron algunas escenas en que lo mostraban ya adulto, titulándose en la Universidad. Luego en la pantalla apareció el rostro de Amelia, con sus ojos oscuros llenos de amor.
Volvió a verla el día de su matrimonio, radiante bajo la corona de azahares, cogida de su brazo. Al salir de la Iglesia los sorprendió un repentino aguacero. Pero varias personas dijeron riendo que casarse en un día de lluvia traía buena suerte.
¡Ah, pero no fue así!
La película pareció dar un salto en el tiempo y se vio a sí mismo junto a otra mujer. ¡Paula!
Su pasión por ella lo había llevado a romper su matrimonio.
La pantalla entera se vio ocupada por aquella hermosa mujer, con su risa provocativa y su cuerpo insinuante. Sólo un instante se sobrepuso el rostro de Amelia, cubierto de lágrimas. Luego desapareció y ya no se volvió a ver  en el resto de  la película.
Sólo aparecía Paula y aquella pasión  arrolladora que destruyó todo lo bueno que había en su vida.
Luego vino el rompimiento definitivo, tras una relación tormentosa salpicada de escenas de  celos y mezquinas rencillas por dinero.
La pantalla se tiñó de una coloración gris y melancólica y mostró al protagonista vagando por la calle en la que años atrás viviera con Amelia.
 La casa estaba vacía, y había un letrero de "Se arrienda" pegado en el vidrio de una ventana.
 Caminando lentamente, encorvado por la tristeza, se encaminó hacia un parque y se sentó en un banco. Las hojas secas caían a su alrededor con un tenue crujido, mientras la niebla iba envolviendo los árboles desnudos.
En su asiento del cine, el hombre se sentía cada vez más inquieto. Se retorcía  presa de una angustia creciente.
Delante de él estaba sentada una pareja joven. Ella susurró al oído de su acompañante:
-Lo tiene bien merecido, por imbécil.
-Es cierto- respondió él-pero esta película la encuentro una lata. Salgámonos mejor y vamos a una cafetería.
Pasaron a su lado y lo miraron inquisitivamente. El temió que, a pesar de la semi oscuridad de la sala, lo hubieran reconocido. ¡El actor que aparecía en la pantalla era igual a él!
Otras personas empezaron a abandonar la sala. La película tocaba a su fin, mostrando al protagonista solo, ya viejo, sentado en un  banco del parque, mientras una música melancólica parecía acompañar sus tristes cavilaciones.
No quiso ver más.
Se paró bruscamente con la intención de abandonar el cine. Pero se imaginó que si cruzaba la sala, en ese preciso instante se encenderían las luces y los escasos espectadores podrían reconocerlo.
Vio junto al telón una luz roja que señalaba la puerta de escape y se precipitó hacia ella. Descorrió una cortina y empujó una puerta que supuso lo llevaría a la calle.
Pero no fue así.
 En lugar del asfalto mojado por la lluvia, sus pies hollaron la suavidad de un césped color esmeralda. Sobre su frente, nubes blancas atravesaban el cielo, empujadas por la brisa.
Toda su angustia había cesado y una dulce calma invadía su corazón.
Vio a lo lejos un trigal similar al de su infancia. Caminó en esa dirección y al llegar a él, las altas espigas se abrieron dando paso a dos personas que le salían al encuentro.
Eran sus padres.
-¡Hijito! -exclamó su madre, abrazándolo-. ¡Hacía tanto tiempo que esperábamos por tí!
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La enfermera pulsó un timbre de alarma y apareció el médico.
-Ha fallecido, Doctor. Anotaré  en el informe la hora exacta del deceso.
-Gracias, enfermera. En realidad, lo lamento. Pero su corazón no podía resistir otro infarto.
Miró con simpatía el rostro inmóvil sobre la almohada y agregó:
-Habrá que avisar a los parientes.
-No sabría a quién, Doctor. Nadie vino nunca a verlo desde que llegó.

1 comentario:

  1. Esta vez adiviné hacia donde iba a ir la historia, porque enseguida pensé que lo del cine podría ser la idea esa que se tiene de que la vida pasa en un instante ante uno cuando está falleciendo.
    Supongo que el aburrimiento de los otros espectadores es una crítica a su vida. Pero a pesar de todo, parece que fue al cielo...
    Me ha gustado como te ha quedado.
    Saludos.
    José

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