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martes, 22 de mayo de 2012

SECRETARIA DE GERENCIA.

Apenas  terminó los estudios en el Instituto Comercial, María José entró como secretaria en la gerencia de una Empresa. Eran cuatro chicas que se repartían el trabajo y rivalizaban en atender los requerimientos de Don Pedro, el gerente de Área.
María José tenía poco más de veinte años y un aspecto frágil, casi adolescente. Contribuían a darle un aire pueril el flequillo que cubría su frente y un aparato corrector que había decidido usar para enderezar su dentadura.
Poco tiempo después, Don Pedro le preguntó humildemente si podría pasar por su departamento a tomar un café. Ella quedó sorprendida y respondió balbuceando, sin saber en realidad a qué atenerse.
Pero él fue muy respetuoso, y pasó casi un mes de continuas visitas, antes de que la cogiera por la cintura y le hiciera comprender el tenor de sus intenciones.
Era un hombre corpulento, de pelo canoso y rostro agradable.
Su mujer se dejaba ver rara vez por la oficina. Era una gringa alta y angulosa, con un corte de pelo tipo paje y un aire presuntuoso de innegable superioridad intelectual. Formaba parte del Directorio de una revista femenina y dictaba varios Talleres Literarios avalados por la Municipalidad.
Era evidente que su roce con los escritores de moda la tenía convencida de su genialidad, y entre lanzamientos de libros y conferencias, apenas paraba en la casa.
A veces, Don Pedro se quedaba en el departamento de María José hasta tarde y ella le preparaba algo de comer.
Al principio, a ella la acomplejaba el aparato corrector de sus dientes. Pensaba que el sabor metálico molestaría a Don Pedro. Pero descubrió que era todo lo contrario. Su aspecto de niña parecía exacerbar su pasión. La sentaba en sus rodillas y la besaba con vehemencia, murmurando:
-¡Mi niña, mi niñita! ¡Mi colegiala preciosa!
A ella le resultaban algo extraños esos arrebatos y más de una vez pensó que despertaba en Don Pedro sentimientos algo inconvenientes, nostalgia quizás de alguna niñita a la que alguna vez había amado.
Pero todo se deslizaba entre ellos con suavidad y respetuosa dulzura.
María José no podía evitar seguir llamándolo "Don Pedro" aún en los momentos de mayor intimidad y cuando estaba en sus rodillas, se dejaba llevar por un abandono infantil que le hacía recordar al padre que había dejado de ver cuando era niña.
En la oficina, nadie sospechaba la relación que los unía.
Por Navidad, Don Pedro regalaba a las secretarias grandes cajas de bombones, todas del mismo tamaño y calidad.
Las chicas las abrían de inmediato, jubilosas, y ofrecían su contenido a todo el personal de la oficina.
La única que no abría la suya era María José y por supuesto, la tildaban de mezquina.
Pero es que ella sabía que en la suya, entre medio de los bombones, siempre habría una pulsera, un par de aretes o alguna cadena de oro.
Así pasaron los años.
María José se convirtió en una mujer atractiva. Sus dientes, libres ya del frenillo, lucían una sonrisa perfecta y su cuerpo adolescente desarrolló unas curvas perturbadoras.
Ya Don Pedro no la sentaba en sus rodillas ni la llamaba su "niñita", pero seguía visitándola regularmente, aunque a veces, en sus ojos parecía flotar una melancólica nostalgia por su "colegiala" de antaño.
Cuando cumplió diez años en la firma, Don Pedro le regaló un viaje a Miami, con todos los gastos pagados y abundante dinero para el bolsillo.
Le quedó claro a las demás secretarias que ella hacía el viaje con sus ahorros y haciendo uso de dos semanas adelantadas de sus vacaciones.
-¡Qué exquisito! ¡Qué envidia! ¿Y tú siempre deseaste ir a Miami?
 La verdad era que ella nunca había querido ir, ni deseaba en absoluto ese viaje.
La mañana en que el taxi la fue a buscar para llevarla al aeropuerto, miró por la ventana la fina garúa que humedecía los árboles. Hubiera querido quedarse trabajando como siempre, en la Empresa, y esperando en las tardes la visita de Don Pedro....
Pero partió y como era previsible, gozó del sol, de la playa y de las numerosas ofertas de las  tiendas.
Cuando volvió, la esperaba una sorpresa.
La habían trasladado a una Sección en otro piso. Con un trabajo de mayor responsabilidad y mejor sueldo, le dijo Don Pedro.
Ya sus cosas habían sido llevadas a la nueva oficina.
En el que fuera su escritorio, vio instalada a una chica delgada, de aspecto infantil. Una melena oscura rodeaba su carita menuda.
Se mostró turbada al saludarla, pero luego, cuando sonrió, el aparato corrector metálico que llevaba en los dientes, lanzó un destello plateado bajo la luz de neón.

2 comentarios:

  1. ¡Hola, Lillian!
    ¡Ay, cuántos Don Pedros hay por ahí aprovechándose de su poder para ganarse los favores sexuales de mujeres... y
    cuántas mujeres hay dispuestas a ello, sorprendentemente!
    Me gustó el final del relato, con la sustituta de esos deseos lolitescos prácticamente idéntica. Ese tipo de relaciones siempre tienen mala salida.

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  2. Maria Teresa Gonzalez24 de mayo de 2012, 6:17

    Qué ideas tienes, Lily! Son historias simples, tan recurrentes en la Vida, pero no a todo el mundo se le ocurre escribirlas, y escribirlas tan bien como tú lo haces.

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