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lunes, 14 de mayo de 2012

LES DIJE QUE ESTABA ENFERMO.

Avisé a la oficina que estaba enfermo porque no me sentía capaz de enfrentarme con Oriana.
La noche anterior habíamos estado todos los de la Sección Crédito, celebrando el cumpleaños de Manuel en su departamento.
Las mujeres quisieron lucirse como dueñas de casa y se metieron a la cocina a preparar sandwichs.
Manuel, como el solterón inepto que es, no había preparado nada. Sólo comprado las provisiones, confiando en que algún hada benéfica viniera a sacarlo del apuro.
La fiesta estaba bien entretenida. Alguien puso música y varias parejas salieron a bailar.
Viendo que faltaba cerveza, fui a buscar más a la cocina, y ahí estaba Oriana, chiquitita y rubia, inclinada sobre el lavaplatos, enjuagando unas copas.
Sin saber por qué, (tal vez la cerveza lo sabía mejor que yo),la tomé de los hombros y la hice volverse hacia mí. Ella alcanzó a abrir unos ojos azules, redondos como bolitas de cristal, antes de que yo la besara con una pasión que a mí mismo me dejó sorprendido.
Lo interesante fue que, pasado el primer sobresalto, ella correspondió a mi beso, rodeando mi cuello con sus brazos y dejándome un reguero de detergente en las solapas.
Por eso fue que al otro día me reporté enfermo, porque no sabía qué iba a hacer cuando la viera de nuevo.
En realidad, Oriana nunca me había interesado. Era Sandra, con sus caderas ondulantes, la que me tenía loco. Oriana, en cambio, era bajita, con una figura impúber y una carita desabrida, que a nadie llamaba la atención.
La cerveza se me había ido a la cabeza, eso era todo. Pero, había algo que complicaba las cosas. La forma en que ella había respondido a mi beso, entreabriendo sus labios rosados y aferrándose a mi cuello como si la estuviera salvando de un naufragio.
Pasé todo el día viendo películas viejas en la tele y aburriéndome de lo lindo. Era obvio que no podía salir, sin arriesgarme a que alguien de la oficina me viera.
Al atardecer, sonó el timbre del citófono.
-Rodrigo, soy Oriana. Vine a ver como sigues del resfrío.
Me quedé sin habla, pero reaccioné rápido, acostumbrado a enfrentar contingencias similares.
Oprimí el botón de la puerta y mientras ella subía, corrí al baño a buscar una caja de pañuelos y regué el sillón y la alfombra con bolitas de papel arrugado. Me envolví en una manta y le abrí la puerta con expresión agónica y tosiendo como perro atorado.
La dulce niña, tierna Caperucita, llegaba a la madriguera del lobo trayendo un termos de limonada y una caja de aspirinas.
Me obligó a tomar dos de inmediato y luego se quedó mirándome con ojos satisfechos, brillantes de abnegación maternal.
¡Qué vergüenza me daba todo aquel simulacro montado para disimular mi cobardía!
Ella extendió su mano chiquita y la puso sobre mi frente.
Como llevada por un bondadoso afán de darle verosimilitud a mi comedia rastrera, opinó que la sentía caliente y que lo más seguro era que tuviera fiebre.
Tosí y me llevé la mano al pecho, ese lugar en que otros tienen el corazón y yo sólo un índice telefónico de mujeres fáciles.
Me conmovió tanta dulzura y una ola de rubor me hizo arder la cara.
-¿Ves como estás afiebrado?-insistió ella y me obligó a tomar otro vaso de la repugnante limonada con sabor a neumático.(Nunca he chupado uno, pero me imagino que el gusto debe ser así.)
-¿Sabes?- me dijo de pronto, con una franqueza capaz de hacer tambalearse al patán más rudo- Al principio pensé que te habías fingido enfermo para no encontrarte conmigo, después de lo de anoche.
-¡Oriana, cómo se te ocurre!-balbuceé con la cara ardiendo.
-¡Tonteras que a una se le ocurren!-continuó ella-¿Cómo pude pensar eso de tí, tan sincero y tan correcto?
-¡Oriana!-le respondí, oprimiendo su mano. (De paso noté que tenía las uñas cortitas y algo mordisqueadas)-Lo de anoche fue muy lindo. Algo para recordar.
(Ese es el título de una película, pero confié en que lo tomara como algo original y al mismo tiempo como la frase final de nuestra breve historia.)
-¡Sí! -suspiró, sin darse por enterada y apoyó su cabeza rubia sobre mi pecho-Y aunque estés resfriado, no importa, si quieres, puedes volver a besarme.
Esta vez lo hice a conciencia, libre de los vapores etílicos, pero igual me sentía confuso, como si tuviera la cabeza llena de estopa.
De todos modos, fue bastante agradable, no lo puedo negar.
Ella hizo un nido entre mis brazos y se acomodó ahí, como si pensara pasarse en ellos un largo tiempo.
Yo creí ver como las caderas ondulantes de Sandra se perdían a lo lejos,  en una especie de niebla y todos mis devaneos insustanciales y vanos las seguían detrás.
¿Cómo le llaman a esto? ¿Caer en la propia trampa? ¿Ir por lana y salir trasquilado?
¡Ah!  ¡ No importa!. Yo prefiero simplemente llamarlo Amor.

1 comentario:

  1. Desde luego, el amor puede llegar de cualquier manera, aunque éste no tiene muchos visos de durar pues surge desde el engaño.
    Me gustó el detalle de la fiesta, cuando sin más él la coge y le planta un beso, correspondiendo ella... Es una de esas escenas que uno ve con lógica en una película o en un cuento pero que sabes que llevarlo a la realidad te hace candidato, casi con seguridad, a soportar una desagradable reacción.
    Sigue escribiendo, Lillian, y suerte con todo.
    Un abrazo.

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