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jueves, 13 de diciembre de 2012

EL REGALO OLVIDADO.

Hacía un año que Santa Klauss había jubilado.
Ya los niños no le escribían y si llegaban a hacerlo, era por correo electrónico, lo cual resultaba un desperdicio, porque Santa Klaus no tenía acceso a Internet.
¡Nunca había querido hacerse esclavo de las comunicaciones modernas!
Lo suyo eran las antiguas cartas manuscritas, con faltas de ortografía, pero llenas de ilusión.
Así es que, al final, se había quedado sin empleo.
Luego de soltar a los renos en la tundra nevada, para que fuera a buscar su alimento en las praderas de más al sur, se trasladó a la ciudad, dispuesto a buscar un medio en qué ganarse la vida.
Había probado inútilmente en las grandes tiendas, donde el oficio de Santa Klauss estaba siempre copado. Numerosos viejos, algunos largos y flacos, otros rechonchos y panzones, todos con barbas postizas de algodón, competían en atraer a los clientes, en los pasillos de los malls.
Los niños pasaban por delante de ellos, saltando y riendo, sin mirarlos siquiera. A lo sumo, alguno más insolente, les daba un tirón a la barba para luego escapar corriendo. ¡Ya nadie creía en Santa Klauss!
Ahora, los juguetes se compraban en las tiendas y los inocentes sueños infantiles habían dado paso a un consumismo desenfrenado.
 Así fue que Santa Klauss terminó trabajando en una reparadora de calzado, en un barrio periférico.
Había llegado ahí por casualidad, cuando quiso arreglar la suela de sus viejas botas.
Vio un anuncio que decía: "Se busca ayudante" y sin dudarlo, se ofreció.
El zapatero lo miró de reojo y una sonrisita socarrona le levantó un extremo del bigote.
-¿No estará muy viejo, amigo, para estos menesteres?
Santa Klauss le mostró sus fuertes manos, callosas de tanto sujetar las riendas de su trineo, y se rió con buen humor.
-¡Jo, jo, jo!
Al escuchar esa risa, se conmovió  el corazón del zapatero. Algo en esa cara colorada y risueña  le hizo recordar momentos  hermosos que creía perdidos para siempre.
Así es que resolvió contratarlo y Santa Klauss empezó a ganarse la vida componiendo zapatos con el mismo fervor que antes había tenido para repartir felicidad en Nochebuena.
-¡Cada tarea, por humilde que parezca, hay que ejecutarla poniendo en ella lo mejor que uno tiene!
Ese era su lema.
Por eso fué tan grande su conmoción, cuando cerca de la Navidad, recibió una visita.
Uno de los enanos, que se había quedado poniendo orden y limpiando la casa en el Polo Norte, apareció una noche, cuando el anciano empezaba a calentar su humilde cena.
Toc, toc, toc, sonó la puerta. Porque todas las puertas en los cuentos suenan así.
Santa Klauss abrió y se encontró con un enanito con cara de azorado y con aire de ser culpable de un tremendo estropicio.
-¿Qué pasa, Filidor? ¿ Incendiaste mi casa con las brasas de tu pipa?
-¡No, Santa, no es tan grave como eso! Pero, ha sucedido una cosa imperdonable...
Y le tendió una carta, cuyo sobre lucía arrugado y amarillento.
-¿Qué es ésto, Filidor?
-¡Oh, Santa Klauss, no sé cómo decírtelo!  Revisando los viejos sacos de la correspondencia, encontré esta carta en el fondo de uno de ellos...¡Y no sé cuánto tiempo llevaba rezagada ahí!
Sata Klauss se calzó los lentes y acercó el matasello a sus ojos fatigados.
-¡No puede ser! ¡Es imposible! ¡Está fechado en mil novecientos cuarenta y dos!
Rápidamente, la abrió y empezó a leer, con las mejillas arreboladas por la emoción.
"Querido Santa Klauss: Me llamo Celina y tengo siete años. Quisiera una muñeca..."
Se interrumpió, anonadado y luego exclamó:
-¡Es preciso remediar este error! A esa pobre criatura se le debe haber roto el corazón al no recibir el regalo que pedía.
-Pero, Santa... Me permito recordarte que ahora ya no es una niña...¡Debe tener cerca de ochenta años!
-¡No importa! ¡Nunca es tarde para hacer realidad un sueño!  Estoy seguro de que en el corazón de Celina todavía vive la niñita que me escribió esta carta. ¡Es necesario que la busque y le dé una explicación!
Santa Klauss fue a la juguetería a comprar una muñeca.
Sabía que con su humilde sueldo de zapatero no podía aspirar a una muy grande ni muy bonita. Sin embargo, escondida en una estantería, detrás de unos costosos juguetes a pilas, encontró una muñequita rubia, que le pareció muy linda.
Pero, sólo era el principio de su tarea.
¡Lo más difícil sería encontrar a Celina!
Afortunadamente, en el reverso del sobre se leía su dirección, en un barrio modesto en las afueras de la ciudad.
Tocó el timbre, con muy pocas esperanzas de éxito.
-¡No, señor!- le respondió la mujer que acudió a abrir la puerta- La señorita Celina ya no vive aquí. Esta era su casa, es cierto, y en ella siguió viviendo cuando sus padres murieron. Pero, sus sobrinos me la vendieron a mí y a ella se la llevaron, quién sabe a dónde...
Desanimado, Santa Klauss continuó la búsqueda.
En el almacén de la esquina, también recordaban a Celina.
-¡Sí! Vivió en este barrio hasta el año pasado. Pero se quebró una cadera y ahora está en un Hogar de Ancianos. Sus sobrinos me dejaron la dirección, por si llegaba correspondencia....
Renació la esperanza en el corazón de Santa Klauss. Los remordimientos por no haber respondido la carta a tiempo, dieron paso al entusiasmo que había sentido en cada Nochebuena.
 ¡Hacer felices a los niños había sido la misión de su vida y ahora que estaba cansado y decepcionado, se sintió rejuvenecer!
Sacó de su baúl el gastado traje rojo. La piel del ribete estaba apolillada, pero en la oscuridad no se notaría. ¡Y se alegró tanto de no haberse afeitado la barba!
Era la noche del veinticuatro.
Las calles rebosaban de gente cargada con sus últimas compras y en las vidrieras de las tiendas, miles de luces rivalizaban con las lejanas estrellas.
 Se respiraba un aire de alegría y buena voluntad, que ojalá hubiera podido durar algo más que una noche...
Santa Klauss ya no tenía trineo, así es que, humildemente, se dirigió hasta la estación del Metro.
 Nadie reparó en su traje rojo. ¡Había tantos vestidos igual que él!   ¿Quién habría podido imaginar que aquel anciano cargado con un solo paquete era el auténtico Santa Klauss?
Después de caminar muchas cuadras desde la estación, llegó al Hogar de ancianos, cuando ya eran casi las doce.
Luego de algunas vacilaciones, lo hicieron pasar a una habitación pobremente amoblada. En la penumbra, vio una silueta pequeña, acurrucada en una silla de ruedas.
Una anciana de ojos apagados se volvió sorprendida hacia la puerta.
La cuidadora, creyendo hacerle una broma graciosa, le dijo:
-Celina, te busca Santa Klauss.
 Sus manos se tendieron ávidas, para recibir el regalo.
  Emocionada, apretó la muñeca contra su pecho y los años de soledad y amargura retrocedieron hacia las sombras, acobardados ante el resplandor de su cara de niña.
Santa Klauss, turbado, no entendía el prodigio y solo supo rogarle:
- ¡Perdóname por haber llegado tarde!
 En ese preciso instante, el campanario de la Iglesia vecina llenó el aire con la gloria de sus sones.
-Pero, Santa Klauss ¿qué dices?  Si recién son las doce ...¡ Has llegado justo a tiempo!

1 comentario:

  1. Muy tierno y simpático cuento navideño. Es de esos que te dejan el corazón contento.
    No hay que perder la esperanza, en el mundo de los cuentos.

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