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miércoles, 28 de septiembre de 2011

CORAZONES EN PUGNA.

Querida Betty:
Desde que te retiraste de "Literatura" para matricularte en "Computación", han pasado cosas de lo más entretenidas.
No, si no lo digo para que te piques.
Fíjate que el profesor que conociste se retiró por motivos geriátricos y trajeron un reemplazante. .
Era un muchacho treintañero, vestido de forma un tanto estrafalaria. Su pelo había abierto hostilidades contra la peineta y no existían indicios de futuras negociaciones.
Al principio nos gustó a todas y nos pareció que un aire primaveral entraba con él y expulsaba de nuestros corazones las melancolías del Otoño.
Pero, a la segunda clase me empecé a decepcionar. No me gustaron los temas que enfocaba y sus largas disertaciones me parecían espesas de retórica y aguadas de contenido. Levitaba hacia el cielo raso agarrado a su verborrea como a un volantín chupete, mientras desde abajo lo contemplábamos desconcertadas.
Muchas alumnas se retiraron y al final quedó una minoría de incondicionales y tolerantes. Entre estas últimas me encontraba yo.
Era evidente que nadie entendía sus explicaciones, pero todas aparentaban una profunda concentración y ponían cara de inteligentes. Tal vez temían parecer poco avispadas si reconocían que para ellas el profesor hablaba un dialecto de la China antigua.
La situación se parecía al cuento de Andersen: "El traje del Emperador". Iba desnudo pero todas fingían verlo envuelto en suntuosas telas por temor a evidenciar su pobreza intelectual.
Una cosa resultaba indiscutible: El tipo era atractivo y no niego que mi chúcaro corazón se ganó un par de huascazos de advertencia. . . . Pero hubo una que se dejó llevar sin escrúpulos por su pasión arrebatadora: Angela.
Pronto observé que llegaba más temprano, por si tenía la suerte de estar aunque fueran cinco minutos a solas con el profesor.
Una vez le gané sin querer y cuando entré a la sala, lo vi enfrascado en sus misteriosos apuntes.
Entre hosco y contento, me invitó a la cafetería.
¡Vaya! Y yo que peleaba tanto con él y le echaba por tierra todos los argumentos. . . . Conmovida, decidí ser más tolerante en el futuro.
En la cafetería se nos pasó la hora. Cuando entramos a la sala ya habían llegado todas y Angela nos espetó entre rabiosa y sarcástica:
-Vienen apuraditos ¿No?
Tal se diría que llegábamos desde algún lugar pecaminoso.
(No había pensado en lo atractiva que resulta la idea....).
Pronto empecé a recibir de él halagadores correos que me dejaban sorprendida. En uno me decía que mis constantes interrupciones en su clase le gustaban.  "Lo mantenían vivo". O sea, el tipo era masoquista.
Vuelta a enternecerme y a prometer ser más tolerante . Pero poco me duraban las buenas intenciones.
Sin embargo, paralelos a nuestras discusiones en clase, los correos seguían llegando. Yo los imprimía y los guardaba como trofeos. De más está decir que mi vanidad flameaba como  bandera al tope.
Pero lo que crecía con igual intensidad era el odio de Angela. No perdía oportunidad de fustigarme con sus ironías y no cabía duda de que me había convertido en su enemiga.
Me tenía mal su persecución implacable.
Te contaré que ella es bastante devota y haciendo honor a su nombre, va a misa todos los días. A la menor provocación, repartía estampitas de santos durante la clase. Eso me parecía altamente contradictorio con los relámpagos homicidas que cruzaban por sus ojos.
Una noche soñé con ella. La encontraba rezando en un reclinatorio. Al verme, me decía:
-Mira. Me están creciendo las alas.
De pronto estallaban  las costuras traseras de su blusa y un par de alas de murciélago se desplegaba con un crujido aterrador.
Desperté sobresaltada.
Tiempo después, me retiré del curso,  pero la hostilidad de Angela me dejó resentida y decidí vengarme.
Tomé todos los correos impresos que me había enviado el profesor y en un descuido, cuando estábamos en la cafetería, se los metí entre las páginas de una revista.
Escapé rápidamente y entré a la sala donde estudiamos Psicología.
Al cabo de un rato miré hacia la puerta. En ella estaba parada Angela, como petrificada, mirándome con una expresión siniestra e impenetrable. En sus manos sostenía los correos.
¡Había dado en el blanco! Mi bala de plata había impactado directo en su negro corazón.
Después supe que fue tal su furia de mujer traicionada que a la clase siguiente se dirigió al profesor y le espetó a quemarropa:
-¡Nunca me dijiste que estabas enamorado de  Nora!
Pobre joven, palomo inocente en las fauces de una gata. No sé qué contestó pero es obvio que se sintió traicionado por mí y puesto en evidencia en sus más tiernos sentimientos, que por supuesto no eran amor. Creo que mis ásperas interrupciones le recordaban los coscachos de su mamá y lo transportaban dulcemente a la infancia.
Después de eso, aunque hubiera querido volver a su curso no habría podido. Pero  mi venganza de la beata maligna me sigue pareciendo el más exquisito de los manjares. Todavía lo rumio con placer. . . .
¿Ves lo que te perdiste por haberte retirado? Apuesto que en "Computación" no pasan cosas tan divertidas.
Un abrazo cariñoso. Nora.

3 comentarios:

  1. ¡Madre mía, qué clase...! No me apuntaba yo a ella, con esos elementos...
    El amor provoca lo mejor y lo peor de las personas.

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  2. ¡Madre mía, qué clase! No me apuntaba yo a ella, no...
    El amor provoca lo mejor y lo peor de las personas.

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  3. Veo que cada vez le das más fuerte a la ironía y al buen humor. Ingeniosas situaciones que logras con mucha naturalidad.

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