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martes, 20 de septiembre de 2011

UN CUENTO PARA MATILDA.

Matilda era una niña que cuando pequeña descubrió que era mágica.
Al principio no lo sabía y creía naturales los prodigios que ocurrían a su paso.
Bastaba que saliera al jardín para que se abrieran las rosas que recién abotonaban. Si deseaba comer una manzana, el árbol del huerto parecía adivinar su pensamiento y soltaba una  fruta madura sobre su regazo.
Cuando tenía seis años murió su mamá. La casa se llenó de gente que abrazaba a su padre y a ella le acariciaba la cabeza con sonrisas de lástima.
El la alzó para que pudiera ver por última vez el rostro de su madre.
Parecía dormir y en sus labios flotaba una sonrisa como si la Muerte acabara de susurrarle al oído un secreto prodigioso.
Luego, la gente se fue y la casa quedó en silencio.  Al volver del cementerio, Matilda, por costumbre corrió a la cocina a buscar a su madre. Pero no encontró a nadie y los platos  ordenados y pulcros sobre el aparador le hablaron de su ausencia irremediable.
Esa noche, Matilda salió al jardín y levantó la vista hacia el  cielo, donde le habían dicho que ahora vivía su madre.
-¡Mamá! -llamó despacito- ¡Mamá!.
De inmediato una estrella se destacó entre las otras con inusitado fulgor. Le pareció que su luz se alargaba hasta ella  y que eran los dedos de su madre los que acariciaban su frente.
Más tarde se vio en un espejo y notó que su pelo relucía en la penumbra como si estuviera cubierto de  polvo dorado.
De a poco fue comprendiendo que poseía un don secreto.
Era la magia de la Belleza, que como un escudo se interponía entre ella y las flechas del dolor.
Siempre a su alrededor volaban mariposas que se prendían en su pelo. Por la noche se quedaban a dormir con ella, formando un tapiz multicolor sobre su almohada.
En las tardes de Invierno, dedos trasparentes tocaban su ventana.
-¡Matilda, Matilda!-susurraba la Lluvia-¡Déjame entrar que aquí afuera hace frío!.
La Nieve también le hablaba, inaudible en su magnificencia  enjoyada,  que sólo al tocar su oído se trasformaba en voz.
-Ven a jugar conmigo y te haré una corona de diamantes. Serás reina en un palacio de hielo y llevarás un manto revestido de armiño.
-No puedo ir-decía Matilda-Papá está tan solo ahora. No puedo abandonarlo.
Pasaron los años y la niña se trasformó en una hermosa joven.
La gente percibía en ella una luz que venía de su interior, como si en lugar de corazón, llevara en el pecho una lámpara encendida.
Sus ojos se volvían verdes cuando  miraba el mar y azules si contemplaba el cielo. En el Otoño su cabello era del color de las hojas doradas y en la Primavera, tenía reflejos azules como las flores del jacinto.
Pero un día Matilda se enamoró y su amado pasó a su lado sin verla.
En vano deseó que sus labios se abrieran para ella como los capullos del rosal.  Pero permanecieron mudos y se negaron a pronunciar su nombre.
Anheló que sus ojos la miraran como esa estrella que la consoló con su luz cuando perdió a su madre.
Pero los ojos de él se clavaban en un punto lejano, ignorando la súplica amorosa de los suyos.
Ansió que su corazón rodara hasta su regazo como la fruta madura del árbol del huerto. Pero éste  buscó otro pecho en el cual albergarse y aunó sus latidos a los de otro corazón.
Entonces ella comprendió que el Amor es  oscuro e inexorable. Obedece a sus propias leyes  y es sordo a cualquier llamado que pretenda interferir en sus designios.
Sin embargo,  la magia de Matilda no era sólo sentir la Belleza sino también crearla.
Sus lágrimas dejaron de correr como cesa la lluvia de caer sobre el campo. Tomó entonces su pincel y su paleta de colores  y  pintó en el cielo  un maravilloso arcoíris.

1 comentario:

  1. Tierno cuento que es más bien un poema en prosa que nos habla de la creatividad de una artista que puede trasformar los momentos ingratos en la belleza de un arcoiris.

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