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viernes, 9 de septiembre de 2011

BETTY REINCIDE EN EL TANGO.

Estaba en la cocina preparando mi almuerzo, cuando entró Betty como una tromba. Sin decir palabra se arrojó sobre una silla y  quedó inexpresiva  y pálida como una cariátide.
-¿Qué te pasa, Betty? ¿Me puedes explicar?
Pero ella permanecía muda apretando los labios con fuerza, como si temiera que se le escaparan los dientes.
Al final, dijo:
-¡Ay! Es que si abro la boca creo que me va a salir un vómito verde como en "El Exorcista". Y también capaz que hasta se me tuerza la cabeza y termine mirando para atrás.
-Si no me cuentas. . . .
-He sabido algo terrible, monstruoso, inadmisible.
-¿Qué,  por favor?
-He sabido que Federico me engaña.
-Bueno. Es hombre ¿no? ¿Has conocido alguno que no lo haga?
-¡Ay, Nora! Pero es que tenía en él una fe tan grande. . . Poco me faltaba para hacerle mandas y prenderle palitos de incienso a su fotografía.
Betty se arrojó sobre el lavaplatos y tuvo un ataque de llanto que duró cinco minutos y medio. Lo sé porque es lo que se demoraron en cocerse las salchichas que tenía en la olla. Menos mal que lo del vómito verde sólo quedó en la amenaza.
Pasado el acceso, se irguió con arrogancia y me dijo:
-Pero esto no se va a quedar así.
Y su voz vibraba con la fuerza que da el despecho mezclado con la oscura voluntad de la venganza.
¿Cómo había sabido ella que Federico le mentía y en qué consistía el engaño? No me lo dijo.
Se fue tal como había llegado. Acongojada y furiosa. Maquinando quizás qué planes para levantar del polvo su corazón pisoteado.
Llevaba la cabeza en alto y caminaba rápido, como si la empujara el viento huracanado del desquite.
Sinceramente, no me preocupé demasiado. Betty vivía deslizándose en un constante tobogán de emociones. Enamorada, desengañada, vuelta a enamorar. . . Zigzagueando entre las estrellas y los hoyos negros que parecían atraerla con fuerza sideral.
Ella lo llamaba a eso:"Vivir a concho"
Pero a mí me parecía que en el concho de la botella sólo quedaba la borra. Porque siempre terminaba pidiendo socorro y dando manotazos en un agua negra que se empecinaba en entrarle por la nariz.
¡Querida Betty! ¿Por qué no podía asumir que ya estaba bastante madurita como para andar en esos devaneos?
Por mucho que me sacrifiqué inscribiéndome con ella en el baile flamenco, para arrancarla de los sensuales tentáculos del tango, poco le duró la resolución. Bien pronto volvió a las pistas donde reinaba aquel galán de los ojos verdes que la había cautivado.
Sí. Federico se llamaba el tanguero engañador. Porque eso había resultado ser, no me cabía duda después de haber visto a Betty llorando con la cabeza metida en el lavaplatos.
Pasé dos semanas sin saber de ella. Preferí no llamarla, esperando que el tifón amainara solo.
¡Cual no sería mi sorpresa cuando me llegó una postal de Cancún!
"Pasándolo divino con Carlos. Abrazos. Betty. "
¡Carlos, el gordito de la milonga!
Ese que sudaba como chupete helado derretido mientras apretaba a Betty contra su corazón.
Esos apretones fueron como los que le practican a una en el restaurante cuando tiene atravesado un hueso. A Betty la habían hecho expulsar aquel amor que la estaba asfixiando.
Al cabo de quince días volvió con un tostado arrebatador y diez años menos.
De Federico no se volvió a acordar.
Tengo por amiga a una adolescente eterna y quizás la envidio un poquito.
Esta etiqueta de señora seria que me he colgado, a veces me pesa .  ¿No me estaré perdiendo algo?
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(Para más referencias sobre esta aventura de Betty, leer "Tango que me hiciste mal", publicado el ll de Julio)

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