Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



lunes, 26 de septiembre de 2011

BALLENAS Y PECECITOS.

-Llámame Ismael- me dijo cuando lo conocí. Creí que estaba parodiando la novela de Melville, pero resultó que de veras se llamaba así. Desde entonces no pude evitar imaginármelo naufragando en el mar y salvando su vida aferrado a un ataúd.
El también había leído el libro, naturalmente, y gozaba incorporando a su existencia elementos de la trama.
De partida, apodaba a su suegra, cariñosamente, "Moby Dick", y la verdad es que el mote le venía de maravilla. Era blanca y enorme como la legendaria ballena y se desplazaba, lenta y majestuosa,  por los pasillos del edificio como por un océano de su pertenencia. .
Ismael la quería mucho y se había hecho cargo de ella, por una promesa póstuma a su amada Marina, fallecida en la flor de su juventud.
Todas las tardes pasaba al departamento a verla y a darle instrucciones a la cuidadora. Una viejita flaca y diminuta que no sé cómo se las arreglaba para bañar y vestir a esa enorme mole de carne. Eduvigis se llamaba y como yo vivía en el departamento del frente, en seguida entró en charlas y murmuraciones conmigo.
Su tema favorito, y bien pronto el mío, era Ismael. Lo adoraba,  (rápidamente, yo también),  y hablaba maravillas de su devoción por la vieja. Claro que reconocía que "Moby Dick", o sea la señora Tebaida,  podía ser un ogro, pero un ogro bueno, de esos que no se comen a los niños y , por el contrario, le prestan su jardín para que jueguen.
Ismael se encontraba conmigo en el ascensor, la mayoría de las veces con ayuda de ciertos subterfugios que yo empleaba para lograrlo. Era médico y andaba siempre con su maletín a cuestas, como si fuera una prolongación de su anatomía. Que era despampanante, aquí entre nosotros. Alto, rubio, tostado por los soles de siete mares (¡Bah! ya se metió la novela otra vez). En fin, que me mataba a pausas. Con gusto habría tenido un infarto con tal de lograr que me auscultara.
Pretextando cualquier necesidad  de comunicarse, en caso de que fallara el teléfono de su suegra, le di mi número.
-¡Llámame! Ismael. . . -le dije.
El sonrió, admirando mi ingenio, (¡!)y prometió que lo haría.
Eso sucedió bien pronto, cuando vino la réplica del terremoto de Febrero.
Era de mañana cuando la tierra se convulsionó otra vez como si quisiera adelantarse a las profecías de los mayas y convertirse en polvo cósmico.
Salí al pasillo y vi a la señora Eduvigis empujando la silla de ruedas de Moby Dick, que apretaba entre sus blancas aletas, perdón quise decir manos, un rosario, rezando y llorando alternativamente. Corrí a buscarle un vaso de agua con azúcar y en eso sonó mi teléfono. Era Ismael que inquiría preocupado por qué no contestaba el teléfono de su suegra.
Le informé que estábamos en el pasillo y que todo andaba bien.
-Yo estoy en el Hospital, con muchos pacientes, y no puedo moverme-aseguró preocupado.
-No te inquietes, Ismael-respondí yo, agarrando un vuelo que a mí misma me dejó pasmada-Me haré cargo del buque hasta que tú vengas.
Se rió suavemente en el teléfono. Se notaba que le encantaban mis alusiones a su novela favorita, a la cual debía, por lo demás,  su hermoso nombre, pues su papá la estaba leyendo cuando él desembarcó en este mundo.
En la tarde llegó y auscultó a las dos señoras, que a esas alturas ya estaban recuperadas del espanto. Yo era la única con desórdenes cardíacos, pero por causas bien ajenas al temblor.
¡Ay, Ismael! Ese fue el comienzo de nuestro romance, sarandeado por las olas y amenazado por las furias cetáceas de Moby Dick. Era obvio que ella no podría tolerar que nadie reemplazara en el corazón de su yerno a su amada hija Marina.
Al principio nos veíamos a escondidas, pero después ya fue inútil el disimulo. Naufragaron nuestros escrúpulos y nuestra prudencia e Ismael terminó por confesarle a su suegra que me quería. Le dijo que Marina sería siempre para él la fulgurante estrella que guiaría el rumbo de su nave, pero que se sentía solo y necesitaba un copiloto que le ayudara a mantener firme el timón.
La enorme anciana suspiró con melancolía, soltó un par de lagrimones y terminó por dar su consentimiento.
Ahora llevo en mi dedo un anillo de compromiso y sueño con el día en que mis brazos sostengan fuera de las olas la amada cabeza de Ismael y juntos afrontemos cualquier naufragio que nos depare la vida.

1 comentario:

  1. Muy simpática la narración. Se lee toda con la sonrisa en los labios.

    ResponderEliminar