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domingo, 4 de septiembre de 2011

LUCY.

No era precisamente un Hobbit, pero vivía en un agujero. Sí, otro nombre no podía darle a aquel oscuro departamento en el segundo piso de un edificio atrapado entre dos torres.
No podía pagar algo mejor. Mi sueldo en la Editorial era bajo, pero al menos estaba inmerso en el ambiente de mis sueños. Sentía que escribir era mi destino y que un día lograría publicar mis cuentos.
Participaba en todos los concursos que  publicitaban las revistas. Sabía que si lograba ganar podría empezar a hacerme conocido. Alguien me descubriría: "Joven talento se revela. . . "
Mientras, pasaba los días tras un escritorio y las noches en mi departamento, alimentándome de sopas de sobre y escribiendo sin descanso en el ordenador.
Una tarde en que fui a visitar a mis padres, volví a encontrarme con Lucy.
¿Diez años habían pasado ya?
Era la sobrina del mayordomo del edificio y la había conocido cuando ella tenía trece años y yo quince.
Fue una tarde al bajar la escalera cuando casi tropecé con ella que leía sentada en los peldaños. Alzó la vista y me encantó su carita pálida aureolada de bucles oscuros. Me senté a su lado y le pregunté:
-¿Qué lees?
Conversamos largo rato y la invité a cruzar hacia la Plaza. Era una tarde fresca, de principios de la Primavera.
Noté que dudaba.
-¿No te dan permiso?-pregunté.
Pero ella pareció tomar una decisión heroica y se paró , empezando a bajar  la escala conmigo. Entonces vi que cojeaba ostensiblemente.
¡Lucy! Tan frágil y hermosa, con esos ojos tristes que ya hablaban de una vida de humillaciones.
Disimulé mi sobresalto y la invité a tomar un helado en una confitería. Luego cruzamos hacia la Plaza y nos sentamos en un banco.
En la esquina estaba el grupo de compañeros con quienes me juntaba habitualmente. Desde lejos percibí sus miradas burlonas y conmiserativas y me imaginé los comentarios que escucharía al otro día en el Liceo.
Fue peor de lo que esperaba.
Esa mañana, al entrar a la sala, vi a Francisco, que se decía mi amigo, cojeando grotescamente, satisfecho con las carcajadas que cosechaba  su pantomima. . Todos se callaron al verme, pero las miradas curiosas me acompañaron el resto de la jornada.
Nada de eso logró apartarme de Lucy.
Ella vivía en el Sur, pero había perdido el año escolar por una enfermedad larga que no me detalló y ahora convalecía en casa de sus tíos.
Por estar con ella me alejé de mis amigos. Después de aquellas burlas iniciales, no tenía el coraje de afrontar sus miradas. Ella tuvo que notarlo,  pero aceptó nuestro aislamiento como algo natural y sé que fue feliz durante el tiempo que duró nuestro idilio.
Luego tuvo que partir y empezamos a intercambiar largas cartas de amor y de nostalgia.
¿Cuánto duró?Sólo unos meses,  porque en una kermes del Liceo conocí a Patricia y dejé de escribirle a Lucy.
En su última carta me decía ingenuamente:
"Temo que estés enfermo. ¿Por qué ya no me escribes?"
Y me parecía que desde lejos me llegaba su vocecita triste, con ese interrogar dulce y resignado, repetido como un eco en la distancia:
-¿Por qué ya no me escribes? ¿Por qué?
Y ahora volvía a encontrarla.
Estaba de pié en la puerta del edificio, mirando hacia la Plaza. Al verme, corrió como pudo hacia mí, arrastrando su piernecita baldada y se arrojó en mis brazos.
-¡Mauricio!-exclamó-¡No perdía la esperanza de volver a verte!
Sentí que la quería. Que siempre la había querido.
Empezamos a vernos de nuevo.
Ella vivía ahora en Santiago y estudiaba una carrera técnica en un Instituto vespertino.
Iba a buscarla todas las noches a la salida de clases y la acompañaba a  la casa de sus tíos.
Varias veces subí con ella al departamento de mis padres.
Ellos me censuraban con la mirada, pero a ella la trataban con dulzura. ¿Quién podía sustraerse al encanto de sus ojos?
Sin embargo, no querían que siguiera adelante.
-Le harás daño a ella y te lo harás a ti mismo. No es la mujer que te conviene.
Por esos días, mi sueño se hizo realidad. Gané el primer premio en un importante concurso. Vi mi cuento publicado y escuché mi nombre repetido con admiración en los círculos literarios. Firmé contrato con una Importante Editorial .  ¡Por fin se abría para mí un futuro promisorio!
Le pedí matrimonio a Lucy.  
Lloró de felicidad en mis brazos y me llevó a contárselo a sus tíos.
Ellos me miraron con una mezcla de curiosidad y dudas. Su prima esbozó un gesto de desdén y parecía decirme:"No sé qué ves en ella". Incluso coqueteó conmigo toda la velada. Se exhibía frente a mis ojos cruzando una y otra vez la sala, con su andar ondulante. Me miraba como diciéndome:
-¿No son hermosas mis piernas? ¿No son perfectas?
Esa noche me desvelé pensando si no estaría cometiendo un error.
Al otro día me visitó Francisco, el amigo de antaño. Le conté que me casaba con Lucy y tuvo una reacción violenta.
-¡Estás loco! ¿Justo ahora que se te abren perspectivas de éxito te vas a atar a esa muchacha?
No es sólo su físico, es su origen humilde, su falta de cultura. ¿Crees que te va a acompañar en tu carrera literaria que sin duda será exitosa?
Nadie aprobaba mi matrimonio.
Yo mismo terminé por sentir que estaba equivocado. Que me empecinaba en resucitar un amor juvenil ya muerto. El idilio intrascendente de mis quince años. Que me sentía obligado con ella por haberla ilusionado dos veces, que ya no me atrevía a retroceder por temor a herirla, no porque de verdad la amara.
Ella, inocente, preparaba su ajuar y hacía planes.
No quería una fiesta ni un traje blanco. Sólo pedía la ceremonia civil y luego irse conmigo a mi oscuro departamento de soltero. ¡Esperaba tan poco y era tanto su amor!
Llegó el día del matrimonio.
Luego de una noche de insomnio febril, había logrado al alba conciliar el sueño. No dormí mucho. Desperté de súbito empujado por un solo impulso:Escapar.
Amanecía apenas cuando salté de la cama y metí algo de ropa en una maleta. Llamé un taxi para que me llevara a la Estación. No pensaba más que en irme lo más rápido posible, antes de que llegara a buscarme Francisco, que sería mi testigo.
Me subí al primer tren que vi en el andén, sin preguntar siquiera su itinerario.
Me sabía ruin y cobarde, pero nada podía frenar mi huida.
Sin embargo, mientras me alejaba, creía ver reflejados en el vidrio de la ventanilla los grandes ojos de Lucy clavados en mí con aquella mezcla de fe y devoción inconmovibles, que me había encadenado a ella.
El rechinar del tren no acallaba el sonido de su voz, dulce e infantil, mezcla de balbuceo de niño y gorjeo de pájaro, que al ritmo de las ruedas parecía repetir sin descanso:
-¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

2 comentarios:

  1. Un relato que sin duda llegará al alma... de los románticos.
    ¡Lástima del final triste! Pero es un reflejo de la realidad que vivimos, donde sólo los perfectos parecen tener derecho a una vida digna y a un amor.
    Se me quedan grabadas esas preguntas: "¿Por qué ya no me escribes? ¿por qué?"

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  2. Conmovedor este cuento que hace brotar nobles sentimientos de simpatía hacia Lucy y un fuerte rechazo al vacilante novio. Llegamos a dudar que pueda ser tan necio un ganador de concursos literarios.

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