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miércoles, 21 de septiembre de 2011

VISITAS INESPERADAS.

Comprendí que me quedaba poco tiempo cuando empezó a venir gente a verme al hospital fuera de las horas de visita. Y no sólo eso, sino que las enfermeras pasaban de largo sin notar su presencia y era obvio que nadie las veía más que yo.
La primera que vino fue una señora gorda vestida de gris. Llevaba uno de esos sombreros con velo que se usaban por allá por los años treinta.
Llegó un poco sofocada y se dejó caer en una silla con alivio.
-¡Ay!-suspiró, mientras se abanicaba con el pañuelo-No le extrañe mi falta de aire. Es que morí del corazón y en el último tiempo no podía andar ni media cuadra sin perder el aliento. Y esos que dijeron:"Por fin descansó, la pobre" no sabían de lo que hablaban, porque sigo igual. Claro que ahora camino por la otra vereda, como quién dice. En fin, que ya no soy "de este mundo", Ud.  me entiende.  
La miré aturdido, dudando si estaría despierto. Pero en eso vino la enfermera a darme el medicamento y me ordenó las sábanas, sin dirigirle ni una mirada a la gordita.
Ella se arregló el velo del sombrero y me miró con cierta coquetería. Ni se inmutó por el desaire. Se vio que estaba acostumbrada a pasar desapercibida.
No me atrevía a dirigirle la palabra. Un miedo frío me atravesaba todo el cuerpo. ¿Sería la Muerte que venía a buscarme?
-Mire-me dijo ella con voz maternal-Pasé un ratito no más porque tengo que hacer otras visitas.
-Vine a verlo porque este mes soy la encargada de repartir el "Manual de Convivencia para El Otro Mundo".
La gente llega allá sin preparación ninguna. No aceptan la realidad y al principio se lo pasan buscando una puerta para volver. Alborotan con sus quejas, dicen que los llevaron para allá por error y se empecinan en hacer apariciones ectoplasmáticas que dejan a los vivos erizados de espanto.  De más está decir que su sociabilidad es nula. Así  es que lo mejor es que trate de memorizar estas reglas.
Echó una mirada de soslayo al informe que colgaba a los pies de mi cama y agregó:
-Algo me dice que pronto lo tendremos por allá.
Me entregó un cuadernillo de tapas negras y acomodándose el sombrero,  se levantó de la silla con esfuerzo. Se veía que la gordura le dificultaba la respiración. Eso, y el hecho de estar  muerta, me imagino.
No supe si se alejó por el pasillo o desapareció, porque me distraje abriendo el manual. Grande fue mi sorpresa cuando vi que tenía las páginas en blanco.
¿Sería un error de imprenta?
Luego pensé, con inmenso alivio, que tal vez era demasiado pronto para mí, que la portadora se había equivocado de destinatario. Mis ojos no estaban preparados aún para familiarizarse con los caracteres de ese reglamento.
Metí el librito debajo de la almohada por si alguien me preguntaba por su origen y sin saber cómo, me quedé dormido. A esas alturas la enfermedad me traicionaba y me mantenía en una casi permanente somnolencia.
No supe cuantas horas dormí, pero al despertar me acordé inmediatamente de la extraña visita y del manual de instrucción. Lo busqué en vano entre las ropas de la cama.  Sólo encontré en la sábana una mancha gris parecida a ceniza, como si alguien hubiera apagado un cigarrillo debajo de mi almohada.
-¡Fue un sueño!-pensé tranquilizado.
Pero poco me duró la calma.
Días después recibí otra visita fuera de horario.
Era un hombre alto, con terno y corbata. Tan flaco que los huesos de la cara pugnaban por asomársele por la piel. Sus ojos hundidos parecían dos pozos de agua oscura en un desierto de arena amarillenta.
Yo lo miraba despavorido. Al notarlo, sonrió con tristeza y me dijo:
No se asuste, amigo. Vine a acompañarlo no más, para que no se le haga tan larga la tarde.
Miró hacia la ventana y se quedó absorto viendo caer la lluvia.
-Allá también llueve-dijo de repente-No es tan distinto de acá. Se va a acostumbrar, se lo aseguro. Hay más gente con quién conversar que a este lado.
-Aquí andan todos tan apurados, siempre corriendo para llegar a donde los espera un negocio
o una oportunidad que les va a cambiar la vida.
-No tienen tiempo para sentarse a conversar. Allá el tiempo no existe y si existe, a nadie le importa.  Y ¿detrás de qué oportunidad vamos a andar corriendo si ya se nos acabaron todas?
Me miró un instante, como esperando respuesta y al persistir yo en mi silencio, continuó:
-Me morí solo en una pieza de pensión. Me encontraron a los tres días y fue porque la dueña llegó a cobrarme el arriendo. Era la única persona que me buscaba, y no por amistad o cariño, como comprenderá.
-En cambio ahora tengo harta gente dispuesta a conversar conmigo. Todos los días llega un bus con nuevos habitantes. Es cosa de ir al paradero a darles la bienvenida para que se acostumbren al barrio.
-A veces, como hoy, me doy una vuelta por este lado de la calle. Sobre todo, vengo al Hospital donde siempre hay alguien que está haciendo la maleta, por decirlo así. . .
Me miró con simpatía y me dio un golpecito en la mano.
La retiré instintivamente y le contesté con voz ruda:
-Es que yo no tengo ganas de irme todavía.
-No se preocupe, amigo. De a poco las irá teniendo. La Muerte no anda a tirones con la gente.
Viene suavecito, cuando uno ya está cansado de tanto dolor y tanta lucha. Y ¿sabe una cosa? ¡Se parece tanto a la mamá de uno! Dan ganas de irse con ella. Es tan sabia que al llegar toma el rostro de la madre de cada persona. Por eso resulta tan dulce seguirla. Nadie vacila, se lo aseguro. ¿Cómo no desear irse a dormir en su regazo?
-Ahora me voy, porque hace mucho rato que ando por este lado. Nos veremos pronto. ¡Estaré en el paradero de buses cuando Ud. llegue!
Empezaba a anochecer y en la sala común aún no encendían las luces. Mi visitante se diluyó en la penumbra sin que me diera cuenta.
Me sentía más tranquilo, o mejor dicho, resignado.
Yo nunca había tenido madre. Crecí en un orfanato. Pero ahora, por lo que me dijo el hombre flaco, cuando la Muerte viniera tendría el rostro de ella. Así es que por fin la iba a conocer. ¡No dejaba de ser un consuelo!

2 comentarios:

  1. ¡Vaya con los visitantes del más allá...! Son poco delicados yendo por los hospitales anunciando a uno el poco tiempo que le queda.
    Un cuento entretenido. Y por una vez, el protagonista se salvó... ¡de momento!
    José

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  2. Mucho ingenio en la estructura de este cuento, que muestra con buen humor la llegada de la muerte. Excelente la idea de dotarla con el rostro de la madre. . .

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