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lunes, 26 de septiembre de 2011

INSPIRACION.

Afrontaba hacía meses una sequía literaria. No podía concentrarme. Empezaba algo y al leerlo al día siguiente, lo encontraba malo y lo borraba con fastidio. Lo peor era que había recibido un adelanto de la Editorial con la promesa de entregarles una novela en cuatro meses.
Le echaba la culpa de mi fracaso al ruido de la ciudad y a las frecuentes interrupciones de todo tipo. Decidí alejarme y fue así como arrendé por Internet una cabaña cerca de un lago.
Llegué feliz a instalarme en medio de un silencio y un verdor relajantes. Nadie conocía mi paradero.
No había empezado aún la temporada de vacaciones y supuse que las demás cabañas permanecían vacías.
¡Tanto mejor! Así lograría concentrarme y meterme de lleno en un argumento que giraba en mi cabeza sin llegar a concretarse.
Llevaba dos días de dichosa y prometedora soledad, cuando una noche me sobresaltaron unos golpes en la puerta. Fuertes y urgentes, como presagiadores de una desgracia.
Abrí con premura y vi en el umbral a un hombre joven que me miraba angustiado.
-¡Por favor, ayúdeme!-gimió-Creo que Elena se ha ahogado.
-Cálmese, se lo ruego y explíqueme. ¿Quién es Elena?
-Es mi mujer. Tuvimos una discusión y salió corriendo hacia el lago. En la orilla encontré su chal, pero ella ha desaparecido.
Comprendí que se trataba de algo grave y cogiendo al pasar mi chaqueta, me dispuse a acompañarlo.
Era noche cerrada y había un viento que hacía crujir los árboles, pero en el cielo, un manto de estrellas cercanas parecía disipar con su fulgor toda amenaza trágica.
Caminamos hacia el lago. Cada ciertos intervalos, el hombre, que dijo llamarse Flavio, gritaba llamando a su mujer y luego caía en un silencio intercalado de gemidos.
Estuvimos horas recorriendo la playa. Yo lo ayudaba a gritar y el nombre de Elena resonaba en la noche.
-Es preciso que avise a la policía-le dije-Si se ha ahogado habrá que dragar el lago. Pero dudo que podamos hacer algo antes de que amanezca.
Flavio hundió la cara entre sus manos y estalló en sollozos.
-Yo tuve la culpa-gemía-La traje aquí con la esperanza de arreglar nuestras diferencias. Pero ha sido en vano y esta noche nuestro quiebre me llevó a la violencia. ¡Le pegué!-sollozó-¡Le pegué!. Y ella salió corriendo hacia el agua. . .
Apretaba la cara contra el chal blanco, que en la oscuridad se destacaba como un girón de niebla.
Pasada la media noche volví a mi casa. Permanecí desvelado largo rato.
Al día siguiente me levanté temprano y fui hasta la cabaña vecina donde supuse vivía el matrimonio.
Me salió a abrir Flavio, macilento y desgreñado.
-¿Avisó a la policía?
-No-me dijo-No quiero hacerlo. Pienso que ella está viva, que se ha escondido para asustarme.
-Pero eso no es seguro. . .
-¡Yo sé lo que hago!-estalló de pronto, colérico-Voy a esperar. No quiero que venga nadie a meterse en esto. Ella va a volver. Ya antes se había ido. . .
Después de ofrecerle mi ayuda para lo que necesitara, regresé a mi cabaña. .
Pero el proyecto de mi novela quedó de nuevo interrumpido. Una súbita inspiración me hizo sentarme frente al teclado.  ¡Escribiría un cuento sobre lo que estaba pasando!
Fluían las ideas a mi mente como no me ocurría en mucho tiempo. Las imágenes se presentaban y las iba poniendo en palabras con extraordinaria facilidad. . Era como si alguien me las dictara.
Confieso que dejé pasar dos días de jubilosa producción literaria sin acercarme a inquirir noticias a la cabaña vecina.
Pero me encontré de pronto sin inspiración para terminar el cuento. ¿Qué final le daría? ¿Trágico? ¿Feliz? No, trágico sería  más impactante.
Así es que me levanté temprano y recorrí otra vez el caminito de arenisca y atravesé el matorral que separaba las dos viviendas.
Me imaginaba que al golpear se abriría la puerta y en el umbral aparecería Elena, que en mi cuento era una joven rubia de aspecto algo histérico. Sonreiría interrogante y tras su espalda aparecería Flavio, con cara de vergüenza y turbación, haciéndome señas de que me callara.
Pero no alcancé a llamar y la puerta se entreabrió bajo la presión de mi mano.
Preocupado, grité hacia el interior:
-¡Flavio! ¡Elena!
Nadie contestó.
Me asusté de verdad y sin dudarlo entré a la cabaña. Estaba vacía pero había una carta puesta en lugar visible sobre una mesa.
Decía: "Ya no resisto más. Elena ha muerto y yo sin ella no puedo vivir. La seguiré al fondo del lago para abrazarla por última vez.  Flavio. "
Despavorido, atravesé corriendo el bosque de eucaliptus y llegué al borde del agua.
Silencio y desolación.
El bote que tantas veces había visto amarrado a un pequeño embarcadero, flotaba volcado en medio del lago.
¡Así es que ese había sido el desenlace del drama! Y sería el de mi cuento también, pensé fascinado y horrorizado al  mismo tiempo.
Reconozco que no llamé a la policía ni le avisé a nadie de la tragedia en la que había participado sin querer.
Me quedé terminando mi cuento y puliéndolo en sus mínimos detalles. Sin falsa modestia, lo hallaba estupendo.
El alquiler de la cabaña vencía a fin de mes. Decidí seguir escribiendo mi novela, pero de nuevo me hallé sin inspiración. Me sentía sacudido hasta el fondo de mi ser por el drama de Flavio y Elena.
En las mañanas iba al lago y no niego que esperaba el macabro hallazgo de los cuerpos saliendo a la superficie. Pero nada ocurrió ni nadie vino a preguntar por la pareja.
Volví con la novela estancada en el mismo punto en que la había llevado, pero orgulloso del magnífico cuento que seguro aplacaría la urgencia del editor.
Al empezar a leerlo, él me miró sorprendido y luego escandalizado.
-Pero ¿qué es esto? ¿Qué te pasó, hombre?
-¿Por qué?-pregunté alarmado.
-¡Pero si este es el cuento que acaba de ganar el concurso de la revista" Perla" !. No escrito igual, claro, pero es el mismo argumento. ¿Pretendías engañarme?-preguntó enojado-Porque esto no puede ser una coincidencia.
Me quedé mudo y creí desmayarme. Rápidamente me trajeron un vaso de agua.
-¡No puede ser!-repetía, sin atinar a otra cosa. Pero al fin reaccioné y quise saber quién había escrito el cuento.
-Por supuesto. Aquí tienes la entrevista que le hicieron en la entrega de los premios.
Me alargó la revista, todavía molesto,  y en ella leí, en letras de molde, el nombre del autor: Flavio Montes.   En una foto me sonreía, despreocupado y feliz, el hombre que conociera en el lago.
-Y la novela ¿cómo va?-me preguntó el editor, para cambiar de tema. .

1 comentario:

  1. Muy ingeniosa esta trama. Molesta la indolencia del tipo que ante pone sus ambiciones literarias a lo que él cree una pareja en peligro.

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