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jueves, 15 de septiembre de 2011

ANGEL PARA UN FINAL.

La primera vez que lo vio fue una tarde en que había salido a cabalgar por el campo.
Se dejaba llevar por el trote lento de su caballo, mirando como el sol se perdía tras las colinas. Las nubes se iban tiñendo de rosado y violeta, mientras las primeras sombras del anochecer parecían alzarse desde la tierra.
En un recodo del camino, surgió la silueta de un hombre. Venía hacia él y a medida que se acercaba, vio su rostro joven, enmarcado en un largo cabello oscuro. Se cruzaron sus miradas y Felipe se sorprendió al contemplar una cara inexpresiva, como tallada en mármol. Los labios del extraño se curvaron en una sonrisa casi imperceptible y lo saludó inclinando la cabeza.
Nunca antes lo había visto. Estaba seguro de que no vivía por esos contornos.
Le dejó una impresión extraña, mezcla de incertidumbre y melancolía, que no lograba comprender.
Días después quiso salir a navegar solo. Amaba disfrutar de su soledad en medio de la magnificencia del mar, acompañado por el suave rumor del agua y el grito distante de las gaviotas.
Divisó a lo lejos otro bote que se acercaba. Flotaba entre las olas sin que nadie pareciera dirigir su rumbo. Sin embargo venía hacia él.
En la proa distinguió la figura de un hombre que lo miraba. Reconoció al joven con quién se encontrara días atrás en el campo.
Las dos embarcaciones se cruzaron y Felipe vio otra vez ese rostro impasible, casi pétreo, que no parecía humano.  Los labios del extraño volvieron a curvarse en una semi sonrisa y luego el mar arrastró los botes,  apartándolos uno de otro.
De nuevo lo invadió una sensación de temor y de tristeza, como si un presentimiento oscuro oprimiera su corazón.
El viaje en avión era uno de tantos que le exigía su trabajo.
Iban a partir, cuando en el último momento el piloto avisó por el altavoz que esperaban a un pasajero rezagado. Casi de inmediato lo vieron subir apurado y pidiendo disculpas.
Felipe, desde su asiento al final del pasillo, lo miró aterrado. Era el mismo hombre misterioso con quién se cruzara en dos ocasiones, en lugares tan distantes.
Nadie más se fijó en su presencia. El avión recorrió la pista aumentando la velocidad, y se elevó en el aire.
Cayó la noche y las luces interiores se bajaron al mínimo. Al poco rato, todos los pasajeros dormían. Sólo Felipe permanecía despierto. Una angustia desconocida lo embargaba. Presentía que el mundo se iba a acabar y que sería él el único testigo,  en medio del silencio de la noche, de que una sentencia inexorable de Dios iba a cumplirse.
Vio al extraño pasajero levantarse de su asiento. Pensó que era su turbación la  que lo hacía ver visiones. Pero no, estaba seguro de que el aspecto del joven había cambiado. Parecía más alto, casi majestuoso y una pálida luz lo envolvía, como una túnica espectral.
Llevaba en su mano una especie de copa. Felipe lo vio hundir los dedos en ella y sacarlos impregnados de ceniza. Se paró junto a cada asiento y con ese polvo gris fue trazando una cruz en la frente de los pasajeros.
Al llegar a él lo miró con gesto grave.
-¿No duermes, Felipe?
El permanecía mudo, porque había comprendido la verdad. La angustia y el temor lo abrumaban.
-Ya sabes quién soy ¿Verdad?
Extendió su mano y trazó una cruz de ceniza sobre la frente de Felipe.
-¿Y no podrías?. . . . balbuceó él apenas-No es justo. Somos tan jóvenes.
-Ni la justicia ni la piedad son atributos de mi oficio. Yo sólo cumplo designios ya trazados.
Felipe cerró los ojos para no seguir viendo aquel rostro implacable.
Segundos después, el avión se precipitó al mar. .

2 comentarios:

  1. ¡Hola Lillian! ¡Vaya cuento! Sin compasión... Me fascina esa faceta tuya. Yo escribo también cosas tristes a veces pero me apenan mis personajes y casi siempre les doy otra oportunidad.
    Moraleja: tendremos que llevar cuidado si vemos a alguien que se nos parezca...

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  2. Cuento extraño que acongoja. Muy bien logrado el personaje del Angel que no tiene atribuciones ni de justicia ni de piedad.

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