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miércoles, 6 de abril de 2011

UN DIA PARA MI.

(Tarea del Taller)

Todos los días me miraba al espejo y decía: Este día haré sólo  cosas que me gusten. Este día lo voy a dedicar a hacerme feliz.
Pero nunca podía.
Hasta que una noche me dije:
-¡Basta de masoquismo! Será mañana.
Primero iría al Parque de las esculturas a ver la nueva exposición. Tomaría el último sol del Otoño y me pasearía entre los árboles.
Al medio día me atiborraría de comida chatarra en el Mac Donnald. ¡Al diablo el colesterol, la piel grasosa y el kilo de más en la cintura!
En la tarde iría al cine y luego a la Feria del Libro a comprar esa novela que tanto deseaba. Era cara, lo sé, pero¿ acaso no sería la reina de mi propio día. ?Y la realeza no tiene problemas de presupuesto.
Amanecí contenta y mientras me peinaba frente al espejo sonó el teléfono.
Era Betty, mi amiga del taller.
Casi no le reconocí la voz. Estaba prácticamente afónica y casi no podía hablar entre los ataques de tos que la sacudían.
-Nora-gimió-Perdona que te moleste, pero estoy en cama y necesito que me compres algunas cosas. ¿Podrías pasar por aquí camino al Supermercado?
La mañana se fue volando entre hacer las compras, sacar al perrito, preparar té con limón y ordenar la cocina.
-¿Y el almuerzo?-pregunté.
-No te preocupes. Yo me levanto más tarde a prepararme algo.
Sobre el velador había una bolsita de papel con algunas aspirinas.
-¿Quién te atiende? ¿El Doctor Chapatín?
La miré con lástima.
La nariz le goteaba como pilón descompuesto y sus ojos eran apenas unas ranuritas de luz entre los párpados hinchados.
Pareces un japonés con radioactividad-le dije-No te levantas por ningún motivo.
Preparé una sopa de sobre y terminamos tomándola en el dormitorio mientras en mi mente se desvanecía la imagen lujuriosa de la hamburguesa gigante y la bolsa de papas fritas.
La dejé durmiendo y partí a recuperar lo que quedaba de mi día.
En la estación del Metro vi sentada a una viejita llorando. Era tan chiquitita que primero la tomé por una bolsa de trapos que alguien había abandonado.
-¿Qué le pasa, señora?
-¡AY! mi señorita. Es que me escapé del Hogar. Quería ir a Buin a ver a mi hermana. Después me acordé que se murió el año pasado y ni la casa queda, porque se cayó con el terremoto. Ahora quiero volver al Hogar pero no sé para qué lado tomar el Metro.
Le averigüé que se trataba del Hogar San Enrique, en la Estación El Parrón, de la Gran Avenida. No estaba tan lejos. Once estaciones más allá, no más.
Llegamos allá y para que no la retaran me hice pasar por su sobrina.
En el patio había profusión de globos y un toldo de colores sobre una mesa engalanada. Celebraban el cumpleaños de otra viejita.
Unas señoras de una fundación lo habían preparado todo y me invitaron a acompañarlas. De aquí nos vamos a otro Hogar-me dijo una. -Hay un viejito de cumpleaños en el Hogar Las Torcazas.
Pasamos la tarde cantando e improvisando juegos y adivinanzas.
A todo eso ya eran las seis y quería volver a esperar la llegada de mis hijos. ¿Qué dirían al encontrar la casa a oscuras y a su mamá presuntamente raptada por un ovni?
Me reí al pensar que ese era el día que había dedicado a mí misma. Se  había esfumado y ya casi anochecía. Pero me di cuenta de que estaba contenta. Más contenta que si hubiera cumplido con todo mi itinerario de felicidad privada.

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