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jueves, 28 de abril de 2011

DIA DE CUMPLEAÑOS.

Se llamaba Clarisa y su nombre le gustaba. Porque significaba luz, claridad y ella siempre  había querido que su vida fuera así, luminosa como su nombre. Pero no podía evitar que una sombra de tristeza la acompañara siempre. Más bien la sensación de no haber sido nunca feliz. De que las cosas que pensó que debían llenar su vida, hacerla completa, no lo habían logrado.
Siempre quedaba esa insatisfacción, esa melancolía allá muy al fondo, como si en su corazón hubiera un profundo hueco al que no alcanzaban a llegar los suspiros.
Su nombre, Clarisa, lo debía al personaje de Mrs.   Dalloway, en la novela de Virginia Wolf. Su mamá la estaba leyendo mientras la esperaba y cuando nació le pareció adecuado bautizarla con ese nombre.
Y hoy era su cumpleaños y curiosamente, al igual que Mrs.  Dalloway, se levantó temprano porque ella también iba a preparar "un party". Pero el suyo sería algo sencillo, sólo un té para su hermana y unas amigas.
De todas formas, salió ilusionada a la calle, a comprar flores y recoger la torta que había encargado. Quería que todo resultara un éxito y que su cumpleaños fuera, de la mañana a la noche, cada hora, cada minuto, un día feliz.
Cuando volvió con las flores y la torta, le habló Nancy desde la cocina:
-Sra, llamó Don Julio. No vendrá a almorzar. Su mamá le pidió que fuera a almorzar con ella.
Clarisa se mordió los labios, pero se rehizo en seguida. No quería que Nancy notara su disgusto, que era más que eso. Era dolor. Su suegra sabía perfectamente que ese día era su cumpleaños. Lo había hecho a propósito. Una vez más le demostraba sutilmente su desaprobación, el frío rechazo que le profesó desde que se conocieron.
Acomodó las flores en los jarrones. Crisantemos amarillos que irradiaban luz, como trozos de sol aprisionados en la penumbra del living. . Abrió las cortinas y el esplendor de la mañana entró a raudales.
Su pena se replegó al fondo de su alma, como un animalito asustado que se refugia en su madriguera y al que le han advertido que no salga inoportunamente.
A las cuatro sonó el timbre. La mesa estaba ya puesta, con su mantel blanco de hilo y sus servilletas bordadas. ¡pero era muy temprano para sus invitadas! Y aún no se había vestido.
Nancy abrió la puerta y Clarisa escuchó una voz masculina preguntando por ella.
Rápidamente se pasó la mano por el pelo y salió al vestíbulo.
-¡René! ¡Qué sorpresa!
Mientras lo miraba pensó: Está más viejo. . . Y yo ¡Yo también!
Tu prima Lidia  me dio tu dirección.
Miró la mesa preparada y titubeó:
-¿No te molesto?
-No. Es sólo que hoy es. . . .
-Sí, ya sé. Tu cumpleaños. -dijo René-Y mostró un ramo de violetas que ocultaba trás su espalda.
-¡Violetas!
-Sí, tus favoritas. Ya ves que no me he olvidado.
En su voz había un dejo de reproche y de tristeza.
Clarisa se estremeció y el pasado se vino sobre ella como una enorme ola.
Aquel Verano, René. . . Me pidió que nos casáramos y me fuera con él a Italia. No reuní el valor para dejarlo todo, tuve miedo de la pobreza. . . ¿Por qué fuí tan cobarde? Recordó su amor, el fuego de su pasión, que cuando él partió, se fué apagando de a poco, hasta no ser más que un tibio rescoldo bajo las frías cenizas.
Clarisa siguió con su vida y luego conoció a Julio. Le pidió que se casaran y lo aceptó en seguida. Y habían sido felices, sí, muy felices, se aseguró a sí misma, porfiadamente.
René volvió de Italia como un pintor de renombre. Ella fue siempre a sus exposiciones y dejó su firma en los libros de las galerías:"Felicitaciones. Con afecto, Clarisa".
Ahora, René la contemplaba y parecía adivinar su tribulación, la revelación del por qué de aquella sombra que nublaba su vida.
La tomó de los hombros y le preguntó:
-¿Has sido feliz, Clarisa?
Sonó el timbre y al abrirse la puerta, voces femeninas llenaron el vestíbulo. René se apartó y con un saludo breve a las que llegaban, abandonó la casa.
En el espejo, ella vio su rostro pálido y el rictus amargo de su boca, pero se rehizo en un segundo y recibió riendo los abrazos y los obsequios.
¡Feliz cumpleaños, Clarisa!

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