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jueves, 14 de abril de 2011

NORA SE ARRANCA OTRA VEZ.

Querida Betty:

¿Que qué estoy haciendo en San Fernando? Sencillamente se trata de una huida estratégica.
Resulta, amiga, que conocí a alguien de quien sospeché que podría llegar a enamorarme. Y a estas alturas de mi vida, no sé si sería trágico o ridículo.
Tan tranquila que estaba yo con mi tallercito, mis clasecitas, mis tecitos conversados hasta quedar con la lengua crespa. . . . y he aquí que doblando una esquina de mi vida, aparece él. Medio melón en la cabeza. . . . No, eso es de Piazola. Pero que se apareció de súbito, eso sí.
Pelo canoso, flaco, desgarbado, más bien una percha de la cual colgaba una chaqueta. . . . Y yo, que estaba a punto de hacer mis votos definitivos y entrar a un convento, sentí que los cimientos de mi cordura se trizaban. En resumen, terremoto grado nueve.
¿Que quién es este hombre con tal capacidad sísmica?
Mi nuevo corredor de propiedades.
Socio del anterior, nuevo en la oficina, qué sé yo. . .
Tuve que ir para allá por "un asunto de gastos comunes" y me hicieron esperar en la antesala.
Revistas y caramelos. Me eché uno a la boca, pensando descontarlo del almuerzo comiendo sólo una hoja de lechuga, cuando en eso se abre la puerta y aparece él.
Sentí un escalofrío, como si me pasaran una coronta de maíz por la nuca.
¿Y qué hizo ese canalla destructor de honestidades femeninas?
Me miró con ojos chisporroteantes (estilo corto circuito doméstico) y me hizo sentir que la atracción era mutua.
Se paró y salió a recibirme. Es tan alto que cuando se inclinó me pareció una jirafa con tortícolis. Y yo, que tengo debilidad por los altos y flacos. . . Calculé que si me empinaba, le llegaría justo hasta el nudo de la corbata. Ese cálculo fue porque se me presentó la interesante imagen de yo dándole un beso en el ascensor, al más puro estilo de la Sharon Stone.
Conversamos un rato y quedó de pasar "en persona por mi departamento a traerme los papeles" y "quizás si habría tiempo de conversar una tacita de café".
Mi corazón daba de repente unos latidos medio chúcaros y sentía en el pecho una rigidez extraña, como si tuviera el esófago almidonado.
Volví a la casa como sonámbula. Primero me prohibía: ¡No, no! Después me daba permiso:¡Sí, sí! Y me lo pasé toda la noche desvelada, viendo venir hacia mí una ola tipo tsunami que arrasaría con toda mi paz interior.
Anticipé todo lo que pasaría. . . Y me ví después, sola de nuevo, achicando  el mar de mi amargura con un dedal.
¿Y qué hice?
Hice la maleta.
Y aquí estoy, en casa de mi prima, dándole de comer a los pollos y acompañándola a jugar canasta con las señoras de la acción católica.
Ya sé, Betty, lo que me dirás. Que me escondo detrás de mis temores. Que corro arrancando de la Vida. Y es cierto. Corro porque no quiero que me alcance. Tiene los dientes afilados y voraces y si la dejo me hará trizas y después escupirá las sobras.
Y no quiero sufrir otro descalabro. Ya tuve suficientes como para dejar en vergüenza a la propia  Madame Bovary.
El próximo Lunes vuelvo a Stgo. Ahí me cuentas la tarea que nos dieron en el taller.
Acongojada pero firme
Nora.

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