Ya me comí los frutos y sólo me quedan las cáscaras. ¡Lástima que me supieron mal! Me quedó un sabor de boca amargo que no se quita con nada.
Trato de mantenerme ocupada para no pensar. Siempre estoy corriendo lejos de mí. Soy una maratonista de la angustia.
Pero cuando duermo no hay escapatoria. ¿Por qué ninguno de mis sueños se refiere al presente? ¿Por qué el Pasado siempre logra alcanzarme y se arroja sobre mí como un animal enorme?
Esta soy yo, una mujer cuyo presente es sólo una obstinada masticación del ayer.
Me miro al espejo y veo que cada día me parezco más a mi madre. ¿Por qué, a medida que envejezco, voy perdiendo mi propia identidad? En mi rostro van apareciendo rasgos que he arrastrado por años impresos en mis genes. Cada día soy menos yo misma. Aquella niña a quién mis padres llamaban Lilita hace ya mucho tiempo que no existe.
Se la comió la Vida con su hocico de bestia. La deglutió despacio y escupió los restos.
Y, al final, no seré yo la única que muera. Será esta suma de mujeres tristes que se asoma a i rostro en el espejo.
La (penosa) vida se come parte de lo que somos, sí, y estropea un poco lo que deja. Todo parece un luchar agotador...
ResponderEliminarPero apostaría a que algo de aquella Lilita queda por ahí, arrinconada...
Me gustó esta reflexión... de aquella Lillian de Enero que ya tampoco existe jajaja Cada día una mujer. (Un poco de humor, perdón)
José