Era un barrio modesto donde los niños jugaban en la calle y daba alegría escuchar sus cantos y sus gritos hasta el anochecer.
Pero un día empezaron a perderse de uno en uno y a veces de dos en dos.
Se vio a madres llorando por la calle, mientras estrujaban sus delantales. Llamaban a gritos a su niño, pero sólo les respondía el silencio o el lejano pito del tren.
Vino la policía.
Eran dos hombres que recorrieron la calle interrogando a los habitantes. Casa por medio faltaba un niño, pero nadie sabía nada.
Creyeron que ya no les quedaban puertas que golpear, cuando divisaron, tras los eucaliptus que bordeaban los rieles, una casa que no habían revisado.
Estaba pintada color café, con ventanas y techo blancos. Parecía una casita de chocolate decorada con merengue.
Les salió a abrir una ancianita encantadora. Los hizo pasar ala cocina donde un delicioso olor a galletas salía de un horno descomunal. Cajas de chocolates y caramelos se apilaban sobre un mueble.
-Es que vendo golosinas en la feria-dijo la viejita y luego se secó una lágrima cuando hablaron de los niños desaparecidos.
Los policías salieron masticando galletas y considerándose fracasados. No había ninguna pista.
Pero Hansel y Gretel desconfiaban de la vieja.
Varias veces los había llamado cuando iban a ver pasar el tren.
-¡Vengan, niñitos lindos! Tengo galletas y chocolates para darles.
Pero ellos nunca quisieron entrar.
La noche en que se perdió Juanito, el más chiquitito de todos los niños, Hansel no quiso esperar más.
-Tenemos que ir a la casa de la vieja. Dejemos un camino de miguitas de pan para que la mamá sepa a donde fuimos, no sea que nos pase algo y no volvamos antes del amanecer.
Gretel tiritó un poquito pero se dió valor y partieron en dirección al bosque.
En la casita estaba encendida la luz de la cocina y se escuchaban crepitar las llamas del enorme horno. Salía un olor exquisito, como cuando la mamá asaba un lechón al empezar el Invierno.
Se asomaron despacio y vieron a la vieja. Llevaba una servilleta en torno al cuello y se entretenía en afilar un cuchillo. Hilos de saliva le chorreaban por las comisuras de la boca. Pero, lo que los sobrecogió de horror fué la hilera de zapatitos de todos los tamaños, alineados sobre el aparador.
Gretel pisó una rama y la vieja salió con el cuchillo en la mano. Los niños se abrazaron espantados y no atinaron a correr
Al amanecer, los pájaros se habían comido todas las migas que había en el camino.
Por favor Lillian no vayas a molestarte por mis comentarios, probablemente yo soy la menos letrada en literatura a pesar de lo fanática que soy de la lectura En buen chileno correctita nomás.
ResponderEliminarEn todos ellos tu narrativa es única tu riquesa de vocabulario brillante, a mi personalmente tus cuentos me envuelven, en muchos aspectos interpetan aquello que sin saber está quieto pero vivo dentro de mi, imaginate tienes una nueva pero franca admiradora.
La casita de chocolate cruel. Pero me llego al corazon lo que paso al amanecer.
ResponderEliminarCasi todos los cuentos infantiles tienen pasajes realmente duros, si los analizas desde el punto de vista adulto. Éste tuyo, encima, se olvida del final feliz que tan bien nos deja a todos. Esperamos que Hansel y Gretel salgan corriendo, avisen a la policía y la vieja malvada reciba su merecido. Pero la vida real no entiende de compasiones.
ResponderEliminarY cuidado con los vecinos: detrás de un "sonriente saludo" puede esconderse un Leatherface cualquiera...