Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



miércoles, 16 de noviembre de 2011

LA HISTORIA DE GABRIEL.

Cuando llegué a Contribuciones Enroladas, me di cuenta de que el ambiente era agradable. De todos modos, ser trasladado a la Central desde una comuna, era sin duda un ascenso. Pero el hecho de comprobar que los compañeros eran amigables y las niñas simpáticas, me subió aún más el ánimo.
En el escritorio contiguo se sentaba un hombrecito flaco que no hablaba mucho. Apenas llegaba en las mañanas se sumergía,  literalmente, en un mar de papeles y no salía a respirar hasta el "break" del medio día. Me saludaba muy amable, eso sí, y a cualquier consulta respondía diligente y bien documentado. Se llamaba Gabriel Ratto, pero pronto noté  que a sus espaldas lo apodaban Ratón.
Me pareció cruel, pero vi que lo hacían sin animadversión, sólo como una fácil burla que se imponía por sí sola. Sin embargo había en ella un ligero tono de menosprecio.
Lo curioso era que al mismo tiempo lo estimaban. Y ¿cómo no? Si era tan amable, tan quitado de bulla, con ese aire tristón y desposeído, como de sacristán sin parroquia.
Pronto me hice amigo de Pablo, el payaso de la oficina. Su trabajo era fácil y mecánico y le dejaba tiempo para ir por los escritorios, comentando noticias y contando chistes. Por supuesto, el mayor tiempo lo dedicaba a coquetear con las niñas.
Un día, al salir, me invitó a tomar una cerveza. Atardecía y el calor del Verano se iba desvaneciendo en una brisa fresca que nos llenó de agrado.
Sentados en un bar, conversamos de todo y sin saber cómo llegamos a Gabriel Ratto. Le pregunté por qué le decían Ratón.
-No son muy amables-le dije-Seguro que los ha escuchado y no se merece que lo traten así.
Se quedó callado, pero sonrió con menosprecio.
-Mira-respondió finalmente-Se lo ganó él solo. ¡Nunca he conocido a un hombre que se dejara basurear como él lo hizo!.
Y me contó la historia más grotesca y más triste que he escuchado hasta ahora.
Algunos años atrás, Gabriel los sorprendió a todos al comprometerse en matrimonio con Chabela, la rubiecita de la Sección Correspondencia.
¿Qué había visto ella en ese flacuchento melancólico? Nadie se lo explicaba y no faltaron los envidiosos que auguraron un pronto fracaso.
-¡Es tan corto el amor y es tan largo el olvido!-declamaban los graciosos.
Pero el romance siguió y a fin de año, todos asistieron a la boda.
Ella lucía preciosa con su corona de azahares y él se veía casi apuesto con su traje oscuro. Su cara era como un aviso con luces de neón que proclamaba su dicha.
Pasó el tiempo y al final cesaron los comentarios. Siempre surgía algún chisme nuevo con el cual distraer el ocio cuando el trabajo disminuía.
Pero pronto Gabriel empezó a llegar a la oficina con otra cara. Y a más de alguien se le ocurrió pensar que su idilio debía estar en peligro de naufragio. A Chabela no la veíamos, porque la habían trasladado a otro piso, pero a él lo notábamos alicaído y con un aire de bandera a media asta que no auguraba nada bueno.
Sin embargo, nadie se acercó a darle ánimo o para obtener alguna confidencia. Cuando entraba, se quedaban callados o se ponían a hablar de fútbol, que es un tema que nunca falla.
Y él, con esos ojos tristes de perro sin amo, cada día más silencioso y decaído.
¡Hasta que un día estalló el escándalo!
Chabela lo había abandonado por un cajero del primer piso, buenmozo y de bigote negro a lo Omar Sharif.
¿Cómo se supo? ¿Quién trajo la noticia? Imposible rastrearle el origen. Pero Gabriel se encargó de confirmarla, sin decir palabra.
Faltó dos días, "aquejado de gripe", y luego volvió, más pálido aún, a bucear entre sus papeles, como en un fondo marino donde no había tesoro alguno que rastrear.
Pasó el año y los calores del Verano empezaron a hacernos  sudar  bajo la luz eléctrica de la oficina.  Aparecieron algunos ventiladores para darnos algo de alivio.
Y fue en ese ambiente sudoroso y viciado en que estalló otra noticia. Esta vez lo suficientemente trágica para ahorrarle a algunos las sonrisitas socarronas.
Chabela y su príncipe árabe habían sufrido un accidente fatal, camino a la costa. El había muerto y ella estaba grave, internada en una clínica.
Gabriel anduvo como sonámbulo un par de días y luego su cara se iluminó desde adentro, como si una hoguera se hubiera encendido en lo más profundo de su ser. Se le vio lleno de energías y como resuelto a dar un paso trascendental.
Había averiguado en qué clínica estaba Chabela y todas las tardes iba a verla al salir de la oficina.
Se supo por las compañeras de ella que su situación era grave. Su columna vertebral se había lesionado y los médicos no daban muchas esperanzas de que volviera a caminar.
Alguien que vio a Gabriel junto a su cama, nos describió la escena.
Ella permanecía muda, con la vista clavada en el techo. Un rictus de impotencia y rabia deformaba su boca. El, a su lado, le sostenía la mano con ternura. A ratos se la besaba sin que ella diera señales de notarlo. Ni siquiera parecía saber que él se encontraba en la pieza.
Pero Gabriel persistía. Ni una tarde dejaba de ir a verla. Llegaba con flores y hasta un osito de peluche le llevó con la esperanza de sacarle una sonrisa. Pero todo era inútil.
Le dieron de alta y una ambulancia la llevó de vuelta al departamento  que un año antes había abandonado para correr tras de su aventura. Gabriel, a su lado, amoroso, loco de felicidad por tenerla de nuevo, empujaba la silla de ruedas camino al ascensor.
Había renacido, literalmente, de sus cenizas.
En el trabajo andaba alegre, todo lo hacía con energía. Hasta una cancioncita tonta se le escapaba entre los labios, mientras ordenaba sus papeles. A las seis volaba fuera del edificio.  ¡Ella lo esperaba en el departamento!
Le había contratado una enfermera que no sé cómo pagaba, con ese sueldecito para hambreados que se gana en las reparticiones públicas. . .
Ella se fue recuperando. Era más la rabia que la esperanza, creo,  lo que le dio fuerzas para erguirse y por fin abandonar la silla, con pasos vacilantes.
En las tardes de los Sábados empezaron a ver a Gabriel por el barrio, llevándola del brazo a recorrer la cuadra. Tiernamente la sostenía y le acercaba la silla cuando se cansaba. Chabela ya tenía colores en sus mejillas y empezó a sonreír de nuevo.
Largos meses duró la convalecencia.
La enfermera se fue y ella empezó a desplazarse sola, ayudada por bastones. El siguió en su rutina feliz de correr a su lado apenas el reloj piadoso consentía en marcar las seis para liberarlo.
Llegó el día en que ella dejó los bastones.
Por las tardes salían a caminar para probar sus fuerzas. Ya sus piernas estaban firmes y se cansaba cada vez menos.
Gabriel no cabía en sí de alegría. Le llevaba bombones, libros, pequeños regalos ingenuos como cuando eran novios.
Llegaba al departamento a cocinar, a lavar, a quitar el polvo, mientras ella lo miraba sonriente desde el sillón. ¡Cuánto dolor, cuánto sacrificio iban quedando atrás ahora que la Vida le devolvía en monedas de dicha lo que había gastado en abnegación!.
Hasta que una tarde al llegar, no la halló en el departamento.
Los bastones abandonados sobre la cama, vacíos los cajones de la cómoda. Ni una nota siquiera.
Nunca la volvió a ver.
Y parece que después de eso fue que en la oficina empezaron a sonreír con ironía cuando lo nombraban y aunque siempre lo estimaban porque era tan buen compañero, a sus espaldas se divertían en llamarlo "Ratón".

3 comentarios:

  1. Me gustó, por el contraste, entre lo valiente del "ratón" y los cobardes que se autocalifican de "leones". ACV2

    ResponderEliminar
  2. ¡Ay, pobre Gabriel...! El mundo está lleno de Gabrieles que permanecen fieles a sus amores equivocados... y de aprovechadas que los usan a su antojo.
    También son legión los/as payasos/as que en sus trabajos se pasan las horas yendo y viniendo sin hacer nada, poniendo verdes a todo el mundo y encima llevándose el aplauso de los jefes.
    Injusto mundo éste...
    Me gusta la variedad de tus cuentos, Lillian. Sigue así.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  3. Conmovedor relato que explora las más variadas expresiones del alma humana: Menosprecio, traición, bondad, perdón, ingratitud. Digno de una antología.

    ResponderEliminar