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jueves, 10 de noviembre de 2011

EL VENDEDOR DE JUGUETES.

Mariana cruzaba todas las tardes por el parque, al salir del colegio. A esa hora estaba lleno de niños acompañados de sus madres y vendedores de globos y barquillos aparecían frecuentemente por allí.
La madre de Mariana estaba trabajando y no volvía hasta las siete. Así es que la esperaba en el almacén de la señora Julia. Detrás del mostrador, ella le improvisaba un escritorio, para que aprovechara el tiempo haciendo sus tareas.
Una tarde Mariana, al cruzar el parque vio a un nuevo vendedor. Tenía delante de sí una mesita plegable y exhibía hermosos juguetes de madera. Casitas, molinos, trenes y carretas. Muchos de los niños se detenían a mirarlos junto a sus madres y mientras, el hombre, con una cortaplumas, iba tallando nuevos juguetes.
Silencioso, miraba a los niños con una serenidad melancólica y respondía afable a las preguntas que le hacían.
Mariana se detuvo también y casi en seguida lanzó una exclamación de asombro gozoso.
-¡Oh! ¡La casita!
-¿Cual es la que te gusta tanto?
-Es que esa casita, la que tiene la torre con la veleta,  es igual a la casa de mi abuelita.
El hombre la miró atentamente.
-¿Y donde vive tu abuelita?
-En Villaseca, en el campo. Mi mamá y yo vivíamos con ella antes de venirnos a Santiago.
Una intensa palidez cubría el rostro del juguetero y hacía rato ya que su cortaplumas permanecía inmóvil sobre el trozo de madera que estaba tallando.
La niña tocó delicadamente el techo de la casita, como si lo acariciara y siguió su camino.
Iba pensando en regalársela a su mamá. Pero ¿cuánto costaría? Tenía algún dinero en su alcancía, pero muy poco para pagar el maravilloso juguete.
Al día siguiente vio de nuevo al hombre.
Estaba tallando un caballo para uncirlo a un carro de panadero. Había traído una iglesia y un tren, pero la casita que quería Mariana aún estaba allí.  ¡No la había vendido!
-Señor-preguntó-¿cuánto vale la casa que se parece a la de mi abuelita?
No la vendo. dijo el hombre con tristeza-Es un recuerdo. Fue la primera que tallé cuando salí de . . . .
-¿Cuando salió del colegio?-completó ingenuamente Mariana.
-Sí, algo así-respondió el hombre sonriendo.
-Pero, dime-agregó-¿Para qué quieres la casita?
-La quiero como regalo de Navidad para mi mamá.
-¿Y cómo se llama ella?
-Mariana. Yo también me llamo así. Mi papá quiso que me bautizaran con el mismo nombre.
-Y él ¿dónde está?
-No lo sé. Hace muchos años que no lo vemos. Ya no me acuerdo de su cara.
-Y tu mamá ¿lo recuerda?
-Sí, siempre. A mí me gusta que me hable de él, pero por otra parte no quiero, porque siempre termina llorando.
-¿Y qué te cuenta?
-Que era bueno, que nos quería. Pero unos falsos amigos lo aconsejaron mal. Lo envolvieron en negocios turbios hasta que cayó en desgracia.
-¿Y tú sabes qué significa eso?
-No, no sé. Pero él se fue lejos y le pidió a mi mamá que lo olvidara. Pero ella dice que siempre lo va a esperar.
 El hombre se cubrió los ojos con la mano y pareció que lloraba.
Mariana lo miró extrañada y luego le preguntó:
-¿Podría tallarme otra casita igual a esa, ya que no la quiere vender?
-Sí-dijo el hombre-aún faltan tres semanas para Navidad y alcanzaré a tallarla.
-Yo, mientras tanto, ahorraré dinero. No será muy cara ¿verdad?
-No, Mariana-respondió el hombre con ternura, y mirándola fijamente exclamó:
-¡Te pareces tanto a tu madre!
-¿Y cómo sabe usted, si no la conoce?
-Digo que te pareces a ella, porque te llamas igual.
Todas las tardes iba la niña al parque a mirar como el hombre fabricaba la casita. Había vendido muchos juguetes y se veía contento.
-La tarde del veinticuatro estará lista-le prometió.
La niña llegó puntualmente trayendo su alcancía.
-No sé cuánto tengo-dijo-pero está bien pesada y yo creo que va a alcanzar. . . .
El hombre rechazó el dinero.
-No, Mariana. Quiero que éste sea mi regalo para ti.
Mariana tuvo una idea que la llenó de gozo.
-¿Vamos los dos a dársela a mi mamá? Ella preparó una cena especial y estoy segura de que querrá invitarlo.
La cara del hombre se iluminó de alegría. Luego se puso serio. Era evidente que dudaba. Pero al fin sonrió y guardó el resto de los juguetes en una vieja maleta. La mesita plegable se la puso bajo del brazo. Su mano callosa y áspera tomó la mano de la niña.
-Vamos, Mariana-¡Será una hermosa Navidad!.

2 comentarios:

  1. ¡Hola Lilly! De nuevo vengo a leer a tu rincón.
    Viene propicio este cuento, cerca ya de las fiestas... y esperanzador.
    Esta vez no hay misterio en la trama pero el relato se deja leer fácilmente.

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  2. Tierna historia pero adolece de cierta ingenuidad.

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