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lunes, 28 de noviembre de 2011

FAREWELL.

"Desde el fondo de ti y arrodillado
un niño triste como yo nos mira.
Por esa vida que arderá en sus venas
tendrían que amarrarse nuestras vidas".

Nunca imaginé que estos versos de Neruda llegaran a reflejar tan bien un episodio triste de mi vida.
Habían pasado casi seis años cuando toda la fuerza de los recuerdos pareció caer sobre mí, aplastándome.
Reviví el día en que huí como un cobarde cuando ella me dijo que estaba encinta. Había quedado  grabada en mi mente la escena de aquella tarde. Ella llorando parada en medio de la pieza y yo diciéndole que no quería ese hijo.
Me pregunto cómo pudo ser que la amara y al mismo tiempo la viera como una enemiga.
Me envolvió en sus brazos y la rechacé con rabia.
-Tú sabías que no quería compromisos-le grité-¿Pretendes cerrarme la puerta que se me abre ahora después de tanto esfuerzo?
Yo empezaba recién mi carrera literaria. Mi primera novela se había vendido bien. Por esos días había recibido un correo de mi agente diciéndome que en Francia se interesaban por comprarla. Esperaba vender los derechos a buen precio, pero juzgaba oportuno que viajara a Paris a hacer unas lecturas.
En medio de la embriaguez de mi éxito, no quería que nada me frenara.
Salí de ahí cerrando la puerta con violencia y a mi espalda resonó su voz llorosa como el gemido de un niño.
Días después partí sin haber vuelto a saber de ella. Me alivió que no tratara de comunicarse y supuse que había decidido resolver la situación de la forma que le había insinuado.
Pasé varios años viajando y dando charlas en Universidades. Me vi inmerso, sin mayor mérito, lo reconozco, en aquello que dieron en llamar "El Boom Latinoamericano".
Mis antiguas amistades, mis relaciones de juventud se perdieron en aquella vorágine.
Muchas veces pensé en Elena. Más de una vez apresuré el paso en la calle creyendo reconocer su figura menuda entre la muchedumbre. Siempre era otra, que se volvía a mirarme con inquietud o sospecha.
-Perdón, la he confundido-Y me alejaba apurado, antes de que ella, por su parte, reconociera al escritor cuya fotografía se veía en algunas vitrinas.
¡Elena! A veces surgía nítidamente ante mí su rostro dulce y trágico. Su cuerpo delgado como el de una niña, sacudido por los sollozos del abandono.
Pero nunca hice nada por volver a contactarla.
Hasta que una tarde me topé con Ramón a la entrada del Metro.
-¡Julio! ¡Qué gusto! No sabía que estabas en Chile. -exclamó con una ligera ironía-Como ahora viajas tanto. . .
Me invitó a un Bar y acepté con agrado.
El seguía trabajando en la misma Editorial donde habíamos sido compañeros. Me nombró a varios que ya no estaban y de pronto me preguntó:
-¿Te acuerdas de Elena?
Me quedé mudo y él pareció interpretarlo como una falla de mi memoria.
-¡Elena! La flaquita rubia de Recepción.  ¡Pero cómo no vas a acordarte si estuviste saliendo con ella!
-Sí, claro que me acuerdo-respondí con la voz enronquecida por la emoción.
-Todos creíamos que lo de ustedes iba en serio. Al menos ella parecía enamorada. . . Pero se ve que te olvidó fácilmente.
-¿Por qué lo dices?
-¡Pero si se casó pocos meses después de que partiste a Francia! Y nada menos que con el Gerente de Finanzas. . . Por supuesto que dejó de trabajar en seguida. ¿Para qué? ¡Imagínate! Le cambió la situación de la noche a la mañana.
-Supongo que ahora ya no va más por la Editorial.
No creas. Casi todos los Viernes, como salimos más temprano, viene a buscar a su marido con el niño. Porque tiene un hijo también. Rubio y flaquito, igual a ella. Debe andar por los cinco años. . .
Una sensación de angustia, como una garra, me aferró el corazón. Tuve miedo, quise escapar para no seguir escuchando.
Debo haberme puesto pálido porque Ramón me observó con curiosidad. Por un momento creí ver en sus ojos un destello sardónico, como si adivinara que el tema me trastornaba.
¿Cuánto sabía, en realidad? ¿No sería ese su desquite por mi triunfo como escritor que tal vez envidiaba?
Afortunadamente, mi profesión, tantas veces sujeta a críticas destructivas me ha enseñado a dominarme para no reflejar en mi rostro la verdad de mis emociones.
Me rehice en cosa de segundos y cambié de conversación a un tema agradable para ambos. Luego nos despedimos con un apretón de mano y esa frase tan poco sincera: "¡Nos vemos!" que equivale más bien a "¡Hasta nunca!"
El Viernes siguiente, antes de las seis, ya estaba apostado en la esquina de la Editorial.
Había empezado Junio y una ligera lluvia que cayera más temprano, había dejado las ramas de los árboles como envueltas en celofán. Subí el cuello de mi abrigo para esquivar el viento helado que se colaba entre los edificios.
De pronto, vi detenerse un taxi. De él bajó una elegante mujer envuelta en un abrigo oscuro. Una bufanda de piel rodeaba su cuello y ocultaba parte de su rostro. Tras ella tocaron la vereda los piececitos de un niño. Se tomó de su mano y ambos se dirigieron a la entrada.
La reconocí en seguida, porque sus ojos grises y su pelo rubio eran los mismos que un día había amado tanto. Y el niño. . . . Temblé al mirar su cara. ¿Cómo dudar de que era mi hijo si  se veía igual a un  retrato en el que yo aparecía junto a mi madre?
De pronto, Elena me vio. Enrojeció violentamente y luego toda la sangre pareció huir de su rostro para agolparse en su corazón. Un relámpago de odio cruzó por sus ojos.
En un instintivo gesto de protección estrechó al niño contra su cuerpo. Luego lo hizo subir casi corriendo la escalinata de la entrada y ambos desaparecieron hacia los ascensores.
Me quedé inmóvil en la vereda, petrificado por el dolor, recibiendo codazos y empujones de los transeúntes que se apuraban bajo la lluvia que volvía a caer.
Crucé a la vereda de enfrente y caminé como sonámbulo. Pasé frente a la vitrina de una librería. Había varios de mis libros expuestos y en una fotografía, una frase: "¡Lea el último éxito de Julio Roldán!".
Miré mi rostro reflejado en el vidrio y agregué con amarga ironía: "Y vea también su último fracaso. "

1 comentario:

  1. Se logra componer con fuerza la imagen despreciable del protagonista que sólo al final exterioriza un tardío arrepentimiento. Esta narración no me resultó agradable.

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