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jueves, 17 de enero de 2013

LA GRIETA EN EL ESPEJO.

Una mañana, Mariela descubrió que en el espejo de su dormitorio había una grieta.
El azogue se había desprendido cerca  del borde y una larga fisura permitía mirar hacia el otro lado.
Se asomó con curiosidad, entrecerrando los ojos para ver mejor y distinguió un bosque azul, envuelto en niebla.
Mejor dicho, creyó verlo, porque la fisura era muy  angosta y la niebla muy densa.  
Tuvo que bajar corriendo a tomar desayuno, porque estaba atrasada para el colegio.
Sus papás ya se habían ido a trabajar y la nana estaba lavando las tazas en el lavaplatos.
Sobre el hule de la mesa de la cocina, se enfriaba su café con leche. Las tostadas, como siempre quemadas y con poca mantequilla... Así es que no tocó el desayuno y se despidió con un ¡Chao! que se perdió en el aire. La nana ni la miró y le contestó con un gruñido.
En la tarde, entró a su dormitorio ilusionada por su descubrimiento.
Le pareció que esta vez se podía ver mejor el bosque al otro lado del espejo.
Había una atmósfera diáfana y notó que había nevado. Un alto pino estaba cubierto de nieve y una luz azul lo envolvía, dándole un aspecto mágico. Se le ocurrió un gigante majestuoso, envuelto en una capa de armiño.
-¡Qué precioso lugar!- pensó Mariela- ¡Qué ganas de estar ahí!  Odio el calor y en ese bosque se nota que hace un frío delicioso.
Esa noche se quedó desvelada y al abrir los ojos en la oscuridad, notó que por la grieta del espejo se filtraba una luz tenue. Un soplo frío le llegó a la cara y creyó escuchar el crujido de la nieve al desprenderse de las ramas del pino.
Se le hizo obsesivo el deseo de entrar allí.
Pero ¿ cómo?
¡La fisura era tan angosta!
Necesitaba adelgazar mucho para lograr pasar a través de ella.
No era problema, porque casi nunca tenía hambre. Además, nadie se daría cuenta de que no comía.
En las mañanas, sus padres salían apurados y ya se habían ido cuando Mariela bajaba a tomar desayuno.
En la noche, su mamá llegaba tan cansada que se acostaba a ver televisión y la nana le llevaba la cena en una bandeja.
Su papá siempre volvía tarde.
-¡Ya comí con los socios!- avisaba, y se ponía a fumar en el salón, escuchando música.
Así es que era bien fácil no comer sin que nadie se fijara.
"¡Pronto estaré tan delgada que podré entrar sin dificultad por la grieta y quedarme en el bosque todo el tiempo que quiera!"
Un Sábado, su  mamá se quedó mirándola, preocupada:
-¿Qué le pasa a usted, Marielita, que la veo tan flaca?  ¿Es que no se alimenta bien?
-¡Sí, mamá!  ¡Claro que como!  Seguro que con este calor, de tanto sudar estoy adelgazando...
-¡Tonterías, mi hijita! Yo también sudo y no he logrado bajar ni un cuarto de kilo! ¡La voy a estar vigilando!  ¿Me oyó?
Ese fin de semana, Mariela se comió todo lo que le pusieron por delante, haciendo grandes aspavientos, para que su mamá se quedara tranquila.
-¡Ay! ¡Qué rico está ésto!- decía, masticando con ansias.
Después, iba al baño y lo vomitaba todo.
Se sentía liviana y etérea.
Sonreía a solas pensando en el bosque secreto y en que pronto estaría en él, jugando con la nieve, internándose entre los pinos y quizás no volviendo más a su casa...¡Total! Nadie la echaría de menos.
Pero, su madre no se dejó engañar tan fácilmente y pidió hora para una consulta médica.
Después de que el doctor la examinó, la pesó y la midió por todos lados, le dijo que esperara afuera y se quedó a solas con su mamá.
Mariela pegó la oreja a la puerta y escuchó al médico pronunciar la palabra anorexia.
Sabía lo que era eso y se rió en silencio.
Conocía casos de niñas que habían querido adelgazar para verse más lindas...¡Bien tontas! Porque al final, algunas habían muerto.
Lo que Mariela quería sencillamente era poder pasar por la grieta del espejo. Y por supuesto que a nadie se lo iba a decir. Era su secreto más preciado.
Su mamá salió preocupada de la consulta y casi llorando le hizo prometer que se iba a comer todo.
Mariela se lo prometió. No tenía problemas en comer. Siempre le quedaba el recurso de vomitarlo después.
Y adelgazó tanto, que una noche sintió que había llegado el momento de cumplir su propósito.
Tendida en la penumbra de su pieza, vio la luz azul del bosque filtrándose hasta su cama. Y escuchó una voz muy dulce que la llamaba.
Corrió a asomarse al espejo y vio a una mujer inmóvil parada bajo el pino.
Había dejado de nevar y una claridad espectral envolvía el paisaje. Mariela no supo si era el crepúsculo o el amanecer, porque en ese bosque no existía el tiempo.
La mujer le tendió la mano. Mariela la sintió muy fría, pero se aferró a ella y saltó al otro lado.
El bosque azul la envolvió como un manto y un frío delicioso la hizo tiritar.
Había empezado a nevar otra vez y sintió como los copos caían sobre su cara, refrescando sus labios con caricias heladas.
Miró hacia atrás un momento y vio su dormitorio iluminado apenas por la lámpara del velador.
En su cama estaba ella, sin color y con los ojos cerrados. ¡Tan delgada que su cuerpo apenas abultaba bajo la sábana!
Se rió dichosa mientras se internaba en el bosque.
-¡Qué flaca estoy!- pensó- ¡Con razón logré pasar por la grieta del espejo!

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