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jueves, 10 de enero de 2013

LA CASA CERRADA.

(Para María Elena, de Venezuela.)

Camino a su trabajo, María Elena pasaba todos los días frente a la casa cerrada.
Estaba deshabitada desde hacía tiempo, quizás mucho antes de que se fijara en ella.
Siempre había visto las ventanas tapiadas y el jardín de enfrente había empezado a ponerse mustio. Solo unas valerosas plantitas que brotaban entre las baldosas, lograban sobrevivir, haciendo de la lluvia su único sustento.
María Elena no sabía qué encanto peculiar tenía esa casa para ella.
Sentía que le recordaba algo. Algún episodio de su niñez que había quedado atrapado entre los hojas del libro del tiempo. Como esas flores secas que se convierten en un delicado y quebradizo despojo de alguna época más feliz.
Se detenía cada día frente a la casa cerrada, confiando en advertir algún signo de vida, algún  indicio de que por fin llegarían moradores a habitarla de nuevo.
Un día vio junto a la puerta a una viejecita.
Había instalado una silla en el umbral y se entretenía en tejer una larga bufanda gris.
El dulce sol de la mañana temprana caía sobre ella, calentando sus viejos miembros. Una sonrisa de contento parecía apartar hacia un lado las arrugas de su cara, como a veces se apartan los nubarrones para que aparezca el sol.
-¡Buenos días, señora!- la saludó María Elena- ¿Ha venido a ocupar la casa?
-No, solo vine a cuidarla. Esta casa es algo muy especial. Su misterio no es de magia ni es de sueño, pero no pertenece a la realidad.
-¿Qué significa eso?-preguntó Maria Elena, intrigada.
-Significa que solo pueden entrar en ella los que sufren de una nostalgia irremediable.
-¡Entonces yo podría!- exclamó María Elena- Siento en mi corazón un vacío tan hondo que ningún suspiro lo puede llenar. Me falta algo que no sé lo que es ni sé donde está, pero lo busco incansablemente.
-Sí-murmuró la viejecita, pensativa-Esa es una buena descripción de la Nostalgia. Ven mañana a esta hora, y te dejaré la llave bajo el felpudo, para que puedas entrar.
Casi no durmió esa noche, presa de una excitación que cosquilleaba todo su cuerpo.
¿Que encontraría al interior de la casa cerrada?
Como era de esperar, María Elena encontró su infancia.
Vio de nuevo a su padre, leyendo tranquilo, bajo la luz de la lámpara.
 Siguiendo un tintineo de platos y cacerolas, llegó a la cocina y se encontró con su madre.
Ella cantaba mientras lavaba las verduras bajo el chorro del agua fría y al ver entrar a María Elena, le sonrió como si se viera todos los días.
Ella se miró a sí misma y se vio con su uniforme del Liceo. El pelo amarrado en chapes, como lo llevaba  a los doce años.
En su dormitorio todo estaba igual.
La muñeca negra sonreía, sentada sobre la cama y el insectario con mariposas, que había sido su orgullo, colgaba como siempre en la pared.
La tibieza de los recuerdos la arropó como una suave frazada y sin saber cómo, se tendió en su cama de niña y se durmió.
Nunca volvió a despertar.
Las mariposas escaparon del insectario y salieron volando por la ventana. La muñeca negra sonrió con misteriosa sonrisa, antes de desvanecerse.
Todo se borró y la casa volvió a quedar vacía.
A la mañana siguiente, estaba de nuevo la viejecita haciendo labor junto a la entrada. La bufanda gris que tejía seguía creciendo y se ovillaba a sus pies, como un gato perezoso.
Pasó otro transeúnte y se quedó mirando la casa cerrada.
Esta vez, se trataba de un hombre de cara envejecida y facciones afiladas por la tristeza.
-Me gustaría ver la casa-le dijo a la anciana.
-Pero esta es una casa especial. Aquí solo pueden entrar los que sienten mucha nostalgia.
-Entonces, yo sí puedo-respondió el hombre- Soy viudo. Mi corazón está vacío de amor y solo me quedan los recuerdos de lo que ya pasó. Es muy tarde para escribir una nueva página en el libro de mi vida. ¿Y qué podría poner en ella, si se agotó mi capacidad de amar?
-Te dejaré la llave bajo el felpudo-le prometió la anciana- Y si vuelves mañana, podrás entrar.
Tal como había pasado con María Elena, el hombre, al atravesar el umbral de la puerta, se encontró en el que había sido su hogar.
La mujer que  amaba y que había muerto, bordaba serenamente, bajo la luz de la lámpara.
Al verlo entrar, lo atrajo a sus brazos y él posó la cabeza sobre sus rodillas.
Una sensación de inmenso alivio y de reposo lo envolvió como un manto. Sin darse cuenta, cerró los ojos y se durmió.
Todo lo que había en el interior de la casa se disolvió en la penumbra y quedó listo el escenario para recibir a otro visitante.
Si un día de éstos, pasas frente a una casa cerrada, en cuyo umbral teje una viejecita, no te detengas. No le preguntes nada.
Porque en esa casa vive la Nostalgia, que corroe los huesos y devora el corazón. 


4 comentarios:

  1. La casa cerrada de la nostalgia...Esa casa existe Lilli...El cuento me apretó el corazón,gracias por tan bello regalo.

    con mucho cariño,

    María Elena.

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  2. Lilly, especialmente el día de hoy, le comenté por teléfono de tu cuento a un amigo Profesor Universitario, le gustó mucho la metáfora de la casa cerrada y la nostalgia, me comentó que acá hay muchas hoy...Un enlace de ideas que hoy pasan.

    Un gran saludo,

    María Elena

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  3. Me ha gustado bastante este cuento y esa paz que sienten los nostálgicos cuando creen ver recuperados sus momentos de alegría, aunque luego terminen “apresados” por la casa especial.
    Mi imaginación fabricaría pronto una película, desarrollando esta trama. Con toques de terror, claro, para inquietar más.
    De todas formas, en la vida real, muchos quedan atrapados de la nostalgia sin entrar en casa alguna. Que es a donde lleva tu cuento.
    Saludos

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  4. Dice Ricardo Aliaga:
    Leí tu cuento y fué un tremendo remezón en mi mente.
    Este relato fué un tremendo remezón para mi mente.Es realmente bueno.
    Creo que le sucedió algo similar a la mayoría de los que pudieron disfrutar de él.
    Si hubiese entrado en esa casa, nunca más habrían sabido de mí.



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