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lunes, 7 de enero de 2013

AMOR.

No fue amor a primera vista, sino a primer pisotón.
-¡A ver! ¡Cuéntame cómo fue eso!
Bueno, todo empezó en el baile anual de los bomberos. Era en el pueblo de B...., donde las cosas pasan en cámara lenta y un airecito añejo de tradiciones provincianas flota todavía en el aire.
-Ya, pero vamos al grano. Cuéntame quién te dio el pisotón. ¿O fuiste tú el que le hizo trizas el zapatito de cristal a la Cenicienta?
No, fue ella la que me pisó, menos mal. Pero no me interrumpas más y déjame seguir con el hilo de mi historia.
Yo había ido al baile con Pirincho y Pepe Pancho, mis inseparables amigos desde la Primaria.
Pirincho andaba loco por una de las mellizas Arratia.
Cuando llegaron, lo vi palidecer y como buen arquero, me preparé a atajarle el corazón, por si se le salía por la boca.
Pero se recuperó y nos pusimos a mirarlas desde un rincón.
No se podía decir con certeza cuál de las dos era más linda, pero obviamente Pirincho decía que era Mónica, y que acompañada de su hermana, era como ver salir la luna escoltada por una estrella.
Así es el amor, porque yo las encontraba iguales.
Lo que me llamó la atención fue ver que llegaron acompañadas por una niña que, estaba seguro que no era del pueblo.
Fuimos a saludarlas y me la presentaron como su prima Leticia, que vivía en el Sur.
Leticia era menudita y estaba pálida como si hubiera visto un zombie.
Tenía una salpicadura de pecas doradas sobre la nariz, que me hizo pensar en unos granos de trigo puestos ahí para tentar a los gorriones.
Me gustó de entrada y la saqué a bailar.
Se disculpó diciendo que no sabía, pero aproveché que tocaban un lento y la tomé por la cintura, sin escuchar sus débiles balbuceos de protesta.
-¡Y ahí vino el pisotón!
Precisamente. Luego de dos o tres compases, Leticia me pisó y se puso roja como una amapola. Mejor dicho, como una frutilla, porque las manchas de sus pecas me hicieron pensar en esa fruta.
-Perdón, Leticia- le dije para hacerla sentirse bien- Llevé mal el ritmo y mi pié quedó debajo del tuyo. ¡No volverá a suceder!
Ella alzó hacia mí sus ojos, que eran verdes con reflejos dorados. Como ver peces de oro nadando en el océano.
Esa alegoría romántica te dará una idea de mi entusiasmo.
Ahora, cuando después de mirarme con profundidad de esfinge, ella me sonrió....ya no tuve ninguna duda de que me había enamorado como un idiota.
-Bueno, pero ¿cuando le diste el beso?
¡Por favor, no te adelantes! Ya te dije que en mi pueblo las cosas se desarrollan en cámara lenta. Las niñas son más recatadas que aquí en la Capital, donde piensan que dar besos es un cotidiano ejercicio bucal para mantener los labios en forma...Y no te olvides de que , por añadidura, Leticia era del Sur.
-¿Así es que no pasó nada? ¡Qué fome!
Bueno, pasó mucho, pero en el terreno de los sentimientos, que es donde más importa. Ahora, para serte franco, si el Amor Total es un banquete, lo nuestro no pasó de un pic nic...
-¿Y con hormigas? Porque siempre a los pic nics llegan hormigas...
Acá llegó un hormigón. Negro y fatídico, el hormigón del destino nos separó.
Una tarde en que fui a buscarla, como siempre a las seis, me abrió la puerta una de las mellizas Arratia. No sé si la luna o la estrella, porque no estaba ahí Pirincho, el astrónomo, para aclarármelo.
Me dijo que Leticia había tenido que partir de improviso. La habían llamado por teléfono, para avisarle que su mamá estaba enferma.
-¿Y a donde vive?-pregunté yo con voz ronca, porque un nudo en la garganta me la apretaba como si llevara puesta la corbata.
-A Talcarehue, pues. Donde vive ella.
-¿Y a donde queda eso?
-Más allá de San Rosendo, detrás del séptimo cerro que separa a ese pueblo del mar.
-Y hasta ahí llegó tu romance, me imagino.
¡Estás loco? Estamos hablando de Amor, ¿no te parece?
Decidí seguirla a donde fuera.
Metí unas pocas cosas en la mochila y partí a tomar el bus a San Rosendo. Llegando allá, vería...
 Al detener la máquina, el chofer se bajó y dio por terminado el recorrido.
-¿Y cómo llego a Talcarehue?- pregunté con desesperanza.
-Andando, pues joven. Para eso tiene piernas.
Se me cayó la noche encima, caminando por entre los cerros.
Pasaban algunos burros y los sapos se pusieron a cantar de repente, como si estuvieran inaugurando un festival. Sería el de las estrellas, porque salieron todas en tropel, como niñas a las que sueltan a la hora del recreo.
Pasó un campesino y le pregunté si me faltaba mucho para llegar.
-¡Muchazo, pues, patroncito!  Más vale que se allegue a dormir debajo de algún árbol y siga caminando mañana.
Seguí su concejo, porque ya no daba más. Puse la mochila de almohada y me quedé dormido tendido en el pasto.
Me despertó el sol y un concierto de gallos.
Abrí los ojos y me di cuenta de que el campesino de la víspera se había reído de mí. Una roca junto a la cual me había acostado, era en realidad un monolito que decía:
"Bienvenidos a Talcarehue."
¡Estaba ahí mismo, a la entrada del pueblo!
-Bueno, pero ¿encontraste a Leticia?
¡ Sí !  ¡Claro que  la encontré! ...¿No se me nota en la cara?


2 comentarios:

  1. Hola Guapa.
    Entretenida y feliz, me gustan las historias cuan acaban asi de felices.

    Ya se pasó Navidad, Año Nuevo y Reyes
    Pero deseo que este año que acabamos de estrenar sea mucho mejor que el pasado.
    Un abrazo.
    Ambar.

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  2. Amor y Odio están geniales, eres muy buena escribiendo!, el lector lee uno y pide otro!, eso me pasa a mi con tu blog,y aunque no te comente, pues sabes que los sigo leyendo,desde mi humilde diario/blog casacerrada.

    Un saludo y éxitos.

    María Elena

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