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miércoles, 25 de abril de 2012

PLEGARIAS ATENDIDAS.

Cuando se levantaba por las mañanas, a los pocos minutos, ya estaba llorando. No paraba de sollozar. Era un dolor inconsolable, no sólo por el abandono de Alberto, sino por su vida entera.
Se le antojaba que, en realidad, nunca había sido feliz.
Si miraba hacia atrás, veía a una niña abandonada, perdida en el mundo hostil y frío de los adultos. ¡Y con un deseo tan lacerante de ser querida!
Y si imaginaba su vida hacia adelante, veía una especie de páramo desierto, un bosque de árboles desnudos, y un frío de nieve que hacía tiritar su corazón.
Pero, todo pasa.
Después de una licencia médica de una semana, por "stress", volvió al trabajo y la rutina de los trámites y las reuniones la envolvió en su manto acolchado, aislándola del dolor.
Sólo al llegar al  departamento vacío se avivaba el sufrimiento.
Se miraba durante horas al espejo, probándose ropa, ensayando peinados. Por obra del rechazo de él, había concebido la repentina convicción de que era fea. Toda su confianza en sí misma se había hecho polvo.
Se preguntaba si ese dolor era por el amor traicionado o por su orgullo herido.
Lo había amado, es cierto, pero habían sido diez años de insatisfacción.
Casi al otro día de su matrimonio, por decirlo así, había caído su máscara y se había encontrado frente a un hombre frio, duro y ensimismado en su mundo, al cual nunca le permitió acceder.
La miraba sin  verla, la oía sin escucharla.
Había luchado con todo el calor de su ternura por derretir esa coraza de hielo que parecía envolver su corazón. Pero, fue inútil.
Luego vino su infidelidad, el estéril esfuerzo por recomponer el amor roto en pedazos y al final, su partida para correr a los brazos de la otra.
Pasó el tiempo, y al principio no supo nada de ellos.
Las personas que la conocían evitaban nombrarlos en su presencia, suponiendo que era difícil que se hubiera recuperado tan pronto del desengaño.
Pero luego, con el transcurso de los meses, como frecuentaban los mismos círculos sociales, empezó a escuchar sin querer comentarios que los aludían.
No faltó quien observara en su presencia, olvidando que un día había sido la esposa de él, algo que la puso en alerta.
-¿Se han fijado que el matrimonio de los Domínguez se está desintegrando?
-¿Por qué crees eso?-preguntó otra.
-Dicen que la trata mal, que la humilla en público. Tú sabes lo mordaz que puede ser cuando quiere...
-Y comentan que ella bebe demasiado. Mírenla con atención cuando los encuentren en el Club o en alguna fiesta. Siempre van a ver a Delia con una copa en la mano.
No tuvo la impiedad de alegrarse, pero surgió en ella un vago sentimiento de desquite.
-Ahora sabe. Ahora lo conoce- pensó.
Ella, que no trepidó en romper primero su matrimonio con un hombre que la amaba, para luego destruir el mío.
Su marido era pobre, claro, y el mío era "rico". Así habrá pensado ella: "Rico". Y esa palabra habrá evocado en su cerebro el tintineo de joyas entrechocándose. Y le habrá brindado una visión del lujo que sin duda su belleza merecía, pero que el otro era incapaz de darle.
Superando aquellas reflexiones, la invadió una tristeza profunda y aunque a ella misma le pareció extraño, un sentimiento solidario, de mujer a mujer, frente a la crueldad del hombre.
Recordó aquel aforismo que se atribuye a Santa Teresa, que dice que más se llora por las plegarias atendidas que por las que no lo son.
Es una desolada visión de la vida, pues significaba que el Destino en el fondo castiga a la gente concediéndole lo que anhela tener. O que le hace pagar muy caro por ello.
¡Cuánto se habría esforzado Delia! ¡Cuántas plegarias habría elevado para lograr cambiar su vida mediocre por otra más afortunada!
Sintió lástima por ella, pero al mismo tiempo, pensó desafiante:
-Tú lo querías ¿verdad? Pues ahí lo tienes...Si lloré mucho por haberlo perdido, ahora te toca  a tí llorar por haberlo ganado.
Tiempo después, fue con unas amigas a un bar a tomar una copa.
Reían alegres, bromeando despreocupadamente, cuando de pronto su vista se fijó en una mesa donde había una mujer sola.
Con la mirada perdida en un punto invisible, hacía girar el vaso de licor entre sus dedos.
Era Delia.
Se lo bebió de un trago y luego llamó al mozo para pedirle otro.
-Plegarias atendidas -murmuró ella en voz baja- y sus amigas la miraron sin comprender.

1 comentario:

  1. ¡¡Oh..que triste!! La vida se oscurece cuando se pone en manos de otro la felicidad personal. Dos mujeres destrozadas por un ególatra, seguramente tu cuento también tiene que ver con mujeres que corren tras el oro, por status, poder, etc. Muy bueno para dar un alerta de las falsedades. ACV2

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