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domingo, 22 de junio de 2014

SOMBRAS CHINESCAS.

A Genaro le parecía que siempre había sido secretario del escritor y había vivido en su casa, pendiente de sus más triviales necesidades.
Enviar los manuscritos a los editores, clasificar la correspondencia, recibir a los periodistas e incluso, redactar la lista del supermercado...
No tenía recuerdos de ninguna época anterior y tampoco de su infancia.
 Sobre su velador, en el cuartito trasero donde siempre había dormido, había una fotografía de mujer. Detrás de la cartulina, con su letra, se leía:  "Mi madre".  Pero, él no se acordaba de haber escrito esas palabras ni tampoco de haberla conocido a ella.
Su vida se le antojaba gris y sin esperanzas. Dos veces se había enamorado y las dos veces habían sido un fracaso.
La primera muchacha que amó se llamaba Rosario y vivía en la casa vecina a la del escritor.
La cortejó durante largo tiempo, aunque ella desde el principio le advirtió que tenía novio. Estaba en el extranjero y a fin de año volvería para casarse.
Genaro creía que era un invento de ella, un subterfugio para mantenerlo interesado, así es que persistió en su enamoramiento.
Pero al cabo del año, el novio volvió.
Un tipo alto, de buena estampa, que tocó el timbre sorpresivamente una tarde que Genaro estaba de visita en casa de Rosario.
La vio correr a la puerta y echarse en sus brazos. La pareja permaneció sumida en un largo arrobamiento y ni se dieron cuenta cuando Genaro se deslizó hacia la salida, aplastado contra la pared para no estorbarlos en su abrazo.
Su segundo amor se llamaba Elisa.
Tenía la piel pálida como las magnolias y una cabellera roja que parecía arder.
Fue en esa hoguera en la que se asó a fuego lento el corazón de Genaro, hasta casi resultar carbonizado.
Ella decía amarlo, pero una tarde la sorprendió en un café, sumergida en los ojos de otro hombre. Con las manos entrelazadas, hablaban en voz baja y cuando ella vio a Genaro, fingió no conocerlo.
La antorcha de su pelo ardió en la penumbra y luego se apagó, como una estrella que muere.
Y al soledad volvió a apropiarse de su vida.
Un día que el escritor había salido, Genaro entró a su oficina y sin mayor interés, le echó un vistazo a lo que estaba escribiendo.
Aunque sobre la mesa había un moderno computador, el escritor prefería hacer su trabajo a mano. Ni siquiera con un bolígrafo.  En realidad, parecía sentir nostalgia del siglo pasado, porque utilizaba una lapicera de madera con pluma metálica y un botella de tinta china, negra como una noche sin luna.
Genaro empezó a leer y descubrió, cada vez más espantado, que allí estaba su propia historia escrita como una novela.
Empezaba en su juventud, trabajando en casa del escritor y no había ningún relato sobre su infancia.
  Continuaba con sus dos romances desafortunados, detallados con la minuciosidad del que se ha entretenido inventándolos.
Tampoco faltaba aquel intento fallido que había hecho para encontrar otro empleo más interesante, que lo pusiera en contacto con el mundo y le permitiera conocer a otra gente.
Allí estaba la penosa escena en la que había sido tildado de inepto y humillado sin compasión, por un hombre gordo repantigado tras un escritorio.
En el último párrafo escrito se leía:   "  Y la soledad volvió a apropiarse de su vida".
A continuación, un nuevo capítulo, aún no empezado, llevaba por título:  "El eterno fracaso de Genaro"
Estaba claro que la intención del novelista era no darle la menor esperanza de una vida más llevadera.
Genaro comprendió, por fin, que él no existía.  Que era un personaje inventado, al que ni siquiera se le había dotado de una infancia cuyo recuerdo le endulzara la existencia.
Su destino había sido estar siempre al servicio del escritor, quién se las arreglaba para que fracasara  en cualquier intento de escapar y que se divertía en destrozarle sus ilusiones amorosas.
Furioso, tomó la botella de tinta china y la vertió entera sobre el manuscrito.  ¡Ahora era libre y se iría de allí antes que su verdugo regresara!
Fue a su cuarto y metió su ropa en una maleta. El retrato sobre el velador pareció mirarlo con cierto reproche, pero lo dejó donde estaba. ¿Para que llevarlo, si no era su madre?  ¿Si su verdadera madre era una botella de tinta negra?
Salió de la casa dando un portazo y corrió hacia la esquina.
Cambió la luz del semáforo y un automóvil se precipitó sobre él, arrollándolo.
Se reunió la gente alrededor de su pobre cuerpo que yacía retorcido sobre el pavimento. Llegó un policía, abriéndose paso a codazos, con impaciencia. De una sola ojeada, comprobó que el atropellado estaba muerto.
-¿Alguien tomó la patente del auto que lo embistió?
-No tenía patente, señor- dijo uno- Estoy seguro, porque quise anotarla en este papel y no pude hacerlo.
-¿Y de qué color era el vehículo?
-Negro, señor.
-¿Está seguro de que era negro?  ¿No podría ser plomo o gris oscuro?
-No, señor. Era negro. Negro como una mancha de tinta china...


5 comentarios:

  1. Pobre Genaro su vida que triste.
    un abrazo

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  2. hay seres que nacen para vivir en las sombras
    y parece ellos les gusta ese vivir...
    que mal!

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  3. Dice José Finkelstein: Leí el cuento del Mundial y Sombras chinescas. Los dos me impresionaron favorablemente, especialmente éste. Manejas muy bien el suspenso y al final cumples tu objetivo de sorprender al lector.

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  4. hola Lilian
    te paso a saludar , espero estes bien por el norte ...aqui entrando a un periodo vacacional...y poder leer con mas tiempos a mis amigos escribientes...

    cuidate mucho!

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