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domingo, 29 de junio de 2014

BETTY CASI FAMOSA.

Betty estaba feliz porque se había inscrito en clases de pintura.
Las clases las dictaba un hombrecito petulante, que se complacía en analizar los progresos de Betty con marcado desdén. Pero  ella no se inmutaba y perseveraba a toda costa, dando rienda suelta a su inspiración, sin hacerle caso.
Al cabo de unas cuantas sesiones, pasaron al óleo.
Betty fue a la tienda donde vendían las pinturas y le pareció que regresaba a su casa llevándose el arcoiris encerrado en su mochila.
En su casa, pintó durante horas, con auténtico deleite. 
El primer color que se le acabó fue el amarillo.
Había pintado un trigal, con pájaros negros que revoloteaban bajo un sol espléndido. Le pareció que de pronto, las espigas se apartaban y por entre los tallos se asomaba la cara barbuda de Van Gogh .
 -¡Eso es, Betty!- le decía - ¡El sol es vida! ¡Aunque se te carbonicen los sesos, como a mí, no dejes de pintar el sol!
Luego tomó el tubo de pintura azul y la esparció sobre la paleta.
Creyó sentir que Vicente guiaba su mano y pintó una noche grandiosa, con estrellas que giraba como vórtices dorados, a punto de precipitarse sobre los techos de la ciudad.
Todos los colores luminosos y vivos fueron agotándose, convertidos  en bosques frondosos o en espléndidos atardeceres. Al fin, sólo le quedaban los grises y un tubo intacto de óleo negro.
Pero, ella siguió trabajando sin parar.
Pintó una silueta solitaria, rodeada de una atmósfera caliginosa, propia de un anochecer de niebla. El cuadro le quedó oscuro y deprimente, pero decidió llevarlo a la clase, para pedirle su opinión a su profesor. Como todo lo que pintaba Betty le parecía malo, éste, que realmente era un bodrio, seguro que le iba a gustar...
Llevaba el lienzo envuelto en un papel, pero a mitad de camino hacia la estación del Metro, empezó a llover copiosamente.
A los pocos minutos, Betty estaba empapada y el papel que cubría la pintura, se deshacía en pedazos.
En el vagón había poca gente y Betty se sentó, con el cuadro sobre sus rodillas.
En el asiento de enfrente, iba un hombre que empezó a mirarla fijamente. A ella y a su pintura.
Al fin, se paró a medias de su asiento y le rogó con vehemencia:
-¡Por favor, señorita!  ¡Déjeme verla!  ¿Es obra suya, por casualidad?
A Betty le dio vergüenza reconocerlo y respondió:
-¡No!  La pintó un amigo...
El hombre sacó una elegante tarjeta y se la entregó, presentándose:
-Ceferino Irribacache. Marchant d´art.
-¿Marchan-qué?
-Quiero decir, señorita, que soy descubridor de talentos emergentes y estoy muy interesado en ese cuadro que usted lleva...
Lo tomó en sus manos y lo observó con detenimiento.
-Esta pintura rebosa melancolía. Se nota que el artista se hallaba poseído de una honda
tristeza, en el momento de ejecutarla. El uso de colores sombríos, el énfasis en la combinación de grises...Todo revela un estado de ánimo casi suicida, diría yo.
Betty no le dijo que eran los únicos colores que le quedaban en la paleta.
-¡Y esas pinceladas negras!-continuó el hombre, arrobado- Sugieren árboles desnudos emergiendo de la niebla..¡Qué talento!  ¡Qué poder de evocación!
Betty recordaba que las rayas negras las había hecho su gato Hugo, con la cola, cuando la metió en la pintura y después se la limpió sobre el lienzo, con total falta de escrúpulos.
Pero, lo dejó que divagara, sin sacarlo de su error.
-Señorita, por favor, dígame....¿Donde puedo encontrar más obras de este artista?
-La verdad es que no hay más. El se suicidó después de pintar ésta.
El hombre pareció perder estatura. Se desmoronó en el asiento, aplastado por la decepción.
Sus ojos, que se habían vuelto verdes, color dólar, se ensombrecieron. Un portentoso negocio se diluía entre sus dedos...
El tren se detuvo y Betty exclamó:
-¡Esta es mi estación!  Lo siento.  ¡Hasta luego!
Y se bajó corriendo, con el cuadro bajo el brazo.
Sintió que ya no tenía ganas de ir a clases.
 Mejor trabajaba en su casa, lejos de la crítica ponzoñosa y del elogio inmerecido...Pensó que en el Arte había mucho de esnobismo y falsedad.  ¡Ella pintaría para felicidad de su corazón y sin afán mercantilista!
 Pero, primero tenía que reponer los óleos.
En la tienda, pidió un tubo de cada color. Pero, en el último instante, se corrigió:
-¡No! Del amarillo deme dos, por favor...¡A Vicente y a mí nos encanta pintar el sol!.

4 comentarios:

  1. Amiga el cuento divaga en la escritura, como Betty en la pintura. Las pintura como la presenta el cuento son expresiones que solo las entiende el autor. Un trazo rojo con un circulo negro al final¡¡Una obra de arte!! Para quién? Los snob que abundan y explican alti-sonantes lo que no tiene sentido. En fin cada loco con su tema. Que Betty siga pintando lo suyo con ayuda del gato y a lo mejor "le pega el palo al gato".
    Me gustó por lo pintoresco. Cordialmente Gerónimo

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  2. bueno ...a decir verdad como que me perdí...si ella hacía un cuadro de colores vivos...por qué terminó pintando un cuadro deprimente...o pintaba sobre el mismo?
    en pintura es común hacer eso...pintar varias veces sobre el mismo lienzo...recuerdo que he leído que los grandes pintores del pasado lo hacían y en Cezanne descubrieron otro cuadro en una de sus obras famosas que lamentablemente no recuerdo su nombre y a las que tuvieron que hacerle restauraciones y a través de los rayos x aplicados se vio aquello...

    ves? tu cuento despertó mis recuerdos de pintura que también me gusta y practico de vez en vez...y recién me deleitaba con las pinturas de art folk de una artista abstracta pero que es genial...

    creo que la protagonista al fin pintara por la alegría de pintar , se ser ella misma no?
    como debemos ser nosotros en cada cosa que hagamos en esta vida...

    abrazos!!

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  3. Querida Meulén, en el cuento se explica que Betty gastó primero todos los colores alegres y brillantes de su paleta. Pero, como quería seguir pintando, tuvo que conformarse con los grises y el negro. Por eso pintó un cuadro deprimente.. No, no creo que ella pintara sobre lo que ya había pintado. Creo que disponía de varios lienzos o tal vez pintaba sobre cartón que es más económico. Gracias por leer mi cuento.

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