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domingo, 22 de diciembre de 2013

CUENTO DE NAVIDAD FELIZ.

Hacía dos Navidades que Mirta estaba sola.
Su madre había muerto y la casa había quedado súbitamente vacía y silenciosa, como si en ella sólo habitaran espectros.
Pero ese mes de Diciembre, sintió que debía cerrarle la puerta al dolor y abrirle la ventana a la esperanza.
Esa frase se la había dicho una amiga. Le pareció un poco cursi y la hizo sonreír. Pero, en su fuero interno admitió que tenía razón. Que bastaba ya de encerrarse en su melancolía y de negarse a celebrar la Navidad.
Decidió adornar el árbol que había estado llenándose de polvo en un rincón y cocinar una cena exquisita, como las que preparaba junto a su mamá, antes de que ella enfermara.
Pero ¿a quién invitaría?
Tenía amigas entre sus compañeras de trabajo, pero todas tenían compromisos con sus familias. Además, ella quería invitar a alguien que realmente lo necesitara.
¿Qué hacer?
Entonces pensó en Don Anselmo, el anciano que atendía el kiosko de diarios, frente a su casa.
Siempre lo veía solo. En el barrio la gente lo estimaba, pero nada sabían de su vida y terminaron por pensar que no tenía familia.
Llegaba muy temprano a abrir el kiosko y en las tardes se marchaba, erguido y digno en sus ropas algo gastadas, saludando al pasar, con una venia. Tenía un rostro melancólico, surcado de profundas arrugas.
Mirta había tomado la costumbre de detenerse a conversar con él y eso le dio confianza para atreverse a invitarlo.
El se sorprendió al principio, pero luego sonrió complacido.
-¡Ahí estaré, Mirta!  Y muchas gracias...
Con eso quedó confirmado que al igual que ella, no tenía a nadie con quién pasar la Nochebuena.
Llegó puntual, llevando un ramo de flores. Mirta advirtió que había puesto especial atención en su indumentaria y que su pelo blanco parecía recién cortado.
Luego de cenar, mientras ella lavaba la vajilla, se sentó a fumar una pipa, junto al árbol iluminado.
Cuando terminó su tarea,ella  se sentó frente a él y ambos se miraron, envueltos en un silencio confortable, como si se conocieran de toda la vida.
Pero Mirta quiso hablar, para contarle de la pérdida de su madre y su consiguiente soledad.
-¿Su papá también murió? -le preguntó Don Anselmo.
-No estoy segura. Dejé de verlo cuando era muy niña. Mi mamá me decía al principio, que estaba de viaje y luego, que había muerto. Me dí cuenta de que no quería hablar de él y preferí respetar su silencio. En la casa no había ninguna foto, así es que no me acuerdo de su cara. Sólo me queda la sensación vaga de que me tomaba en sus brazos y me hacía cariño. En las noches, me tapaba antes de dormirme y me contaba cuentos. Pero quizás son recuerdos que he fabricado...
Así terminó su relato e impulsada por el nuevo lazo de confianza, se atrevió a preguntarle por la vida de él.
-Y usted, Don Anselmo ¿cómo es que está tan solo?
Al principio, el anciano guardó silencio, pero luego empezó a hablar.
Había estado casado y era padre de una niñita a la que adoraba. Pero, tenía el vicio del juego. Para cubrir una deuda, tomó dinero de la empresa donde trabajaba. Pensó que podría restituirlo a tiempo, pero le fue imposible hacerlo.
Estuvo preso y cuando cumplió su condena, su mujer le pidió que no volviera. Para ahorrarle a su hija la vergüenza, había preferido decirle que estaba muerto.
-Ahora, mi hija ya es una mujer. Tal vez si le contara mi historia, podría perdonarme. Todos estos años he vivido pensando en ella.
-¿Y no tiene alguna fotografía?
El anciano vaciló, pero luego sacó de su billetera una cartulina ajada.
En ella, Mirta se vio a sí misma, de dos años, acompañada de su madre. Era una copia de la fotografía que tenía enmarcada sobre su velador.
-Pero ¿qué es ésto?  ¡No es posible!  ¿Quiere decir que usted es mi papá?
El la miró en silencio, con los ojos empañados por las lágrimas.
-¿Y tú lo sabías, papá?  ¿Sabías que yo era tu hija?
-Sí, Mirta. Lo sé hace mucho tiempo. Pero, tenía la esperanza que tú me reconocieras...
Se abrazaron llorando y, en lo más alto del árbol de Navidad, la estrella de cartón  dorado pareció encenderse de súbito , para envolverlos en su cálido resplandor. 



3 comentarios:

  1. Que bello cuento, tal vez de tan bello es posible que sea real. Tantas cosas suceden y tantos encuentros se provocan así como en este caso.
    Abrazos y ¡Feliz Navidad!.

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  2. Lily: que lindo regalo de Navidad, es un cuento entrañable y a veces esas cosas que parecen historias de cuentos, en la vida real también suceden.

    Te deseo un año rico en felicidad y que pases una Feliz Navidad.

    mariarosa

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