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lunes, 14 de octubre de 2013

LA HORA DOBLE.

Laura se había enamorado de Diego apenas lo conoció.
Trató de disimular sus sentimientos, porque no quería que en él brotara un amor que fuera un mero reflejo del suyo.
Habían salido juntos un par de veces. Una tarde, a tomar café y, en otra ocasión, a una fiesta en casa de unos amigos.
Laura sentía que Diego se interesaba en ella.
Sus ojos la miraban con una mezcla de sorpresa y encantamiento, como si no pudiera convencerse de que ella existiera en realidad. Eso la halagaba y la llenaba de ilusión. ¡Estaba segura de que terminaría por amarla en la misma medida que ella lo amaba a él!
Una noche de Viernes salieron a caminar por las calles iluminadas.
Diego le dijo que a la mañana siguiente tenía que levantarse muy temprano, pues subiría a esquiar a la montaña, con unos amigos.
- ¡Debe ser tarde!- dijo con pesar.
Al consultar su reloj, exclamó, sonriendo:
-¡Mira!  ¡Una hora doble!
-¿Qué quieres decir?
-¡Que son exactamente las veintitrés, con veintitrés minutos!  ¡Una hora doble! Se supone que debemos pedir un deseo...
-¿Y crees que se cumpla?
-¡Eso no podría asegurártelo!- le respondió, riendo.
Laura pensó: Aunque no sea cierto, Igual voy a pedir un deseo. "Que estés siempre a mi lado. Que ni siquiera la Muerte, te separe de mí"
Pero no dijo nada y se rió también, como quitándole importancia.
Al despedirse, Diego la besó suavemente en los labios y Laura se quedó temblando, mientras él se alejaba apurado, sin volverse a mirarla.
El Domingo en la noche, le avisaron que había muerto.
Lo había sepultado un alud de nieve, cuando se fue a esquiar a un lugar no habilitado.
Laura se acostó llorando, sin poder imaginar cómo sería la vida sin Diego. ¡No verlo nunca más! Seguir existiendo en un mundo vacío de su presencia...
¡No puede ser!  ¡No puede ser!- repetía sollozando.
Se durmió agotada y la despertó el timbre del teléfono.
Lo buscó a tientas, sobre el velador.
-¡Laura!  ¡Soy Diego! Estoy frente a tu edificio. ¡Por favor, ábreme la puerta!
Pensó que se trataba de una broma macabra.
Abrió la ventana y miró hacia abajo. Lo vio parado en la vereda. Llevaba su ropa de esquiar, que se veía sucia y empapada.
Al escuchar el ruido de la ventana, levantó la cabeza y Laura pudo ver su rostro amoratado y sus ojos sin vida.
Lanzó un grito de espanto y retrocedió hacia la oscuridad de su cuarto.
Sin saber por qué, miró el reloj. Eran exactamente las veintitrés veintitrés...
-¡Quiero que me dejes!  ¡Quiero que te vayas!- rogó, aterrorizada.
Al cabo de un rato,  se atrevió a asomarse de nuevo a la ventana.
La calle estaba vacía. Frente al edificio no había nadie.

3 comentarios:

  1. La vida es asi de fria ante los sentimientos efímeros.

    un abrazo

    fus

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  2. Un am,or asi de fatuo y simple
    mas vale que la muerte se lo lleve...
    lo peor si es para quien ha amado
    y aún en la muerte es fiel

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