Fabián tenía un sueño recurrente.
Siempre el mismo. Siempre idéntico.
Sólo eran distintas las emociones que lo embargaban y las preguntas que se hacía al despertar.
En el sueño, se encontraba parado frente a una puerta cerrada.
Al principio golpeaba suavemente, con una mezcla de incertidumbre y temor. Luego, con impaciencia. Después, más fuerte. Y al final terminaba gritando: ¿No hay nadie ahí? ¡Ábranme, por favor!, mientras sus puños chocaban inútilmente contra la madera.
Pero, nadie acudía a sus llamados y la puerta permanecía hermética.
¿Por qué siempre soñaba lo mismo? ¿Y qué habría al otro lado de la puerta?
A veces, en el sueño, tenía miedo. Se quedaba inmóvil, vacilando en llamar. Presentía que al otro lado estaba oculto el porvenir, misterioso y amenazante. Que la puerta era la única barrera que lo separaba de un destino lleno de sufrimiento, que debería enfrentar tarde o temprano. ¡Y no quería saber en qué consistía!
Pero, no siempre el sueño le producía angustia.
Otras veces, el misterio de la puerta cerrada lo seducía y lo embargaba de una emoción placentera.
Imaginaba que ahí detrás se encontraba el pasado. Que un día la puerta se abriría y él volvería a correr por los prados de su infancia.
Al final de un camino lleno de sol, vería a sus padres venir a su encuentro, tendiéndole los brazos. Todo el amor y la felicidad que le había arrebatado la vida estaban ocultos, seguramente, tras la puerta cerrada.
O quizás, un día, se abriría sin ruido y en el umbral la vería a ella. La única mujer que había amado y que lo había abandonado hacía años, sin ninguna explicación.
Ella alzaría sus manos en un gesto de súplica y le diría:
-¡Perdóname! ¡Me equivoqué! ¡Eras tú mi amor verdadero y no supe comprenderlo!
Y él la recibiría en sus brazos, sin un rencor, transido de dicha. Sintiendo que su vida volvía a tener una razón, después de todo ese tiempo de soledad y de amargura.
Ya sí siguió soñando y preguntándose si algún día aquella puerta cerrada le revelaría su misterio.
Hasta que una noche, el sueño fue distinto.
La puerta estaba abierta y a través de ella le llegaba un pálido resplandor, como el de una llama que se extingue.
Traspuso el umbral sin vacilación y vio a una hermosa mujer, vestida con una túnica color jacinto.
Estaba sentada frente a un telar, tejiendo. Y el hilo que empleaba era gris y sedoso como la materia de que están hechos los sueños.
-¿Qué tejes?- le preguntó.
-Es tu mortaja.
-¿Entonces, tú eres La Muerte?
-Sí. ¿Por qué nunca adivinaste que era yo la que te esperaba al otro lado de la puerta?
Fabián no sintió miedo. ¿Por qué había de sentirlo?
Toda la desazón y la ansiedad desaparecieron de su espíritu y se entregó a una dulce paz que nunca antes había conocido.
Aquella mañana, su reloj despertador tocó en vano. Más tarde, el teléfono campanilleó imperioso e interrogante.
Pero allí no había nadie que pudiera responder a su llamado.
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ResponderEliminarFabiàn encontrò su camino y el destino le diò la paz eterna.
ResponderEliminarun abrazo
fus
pd: No me olvido de visitarte solo es que estoy un poco liado con el trabajo y con la vida familiar.
Me deja claro
ResponderEliminarnacimos al lado d ela muerte
...
lo que debemos procurar es no ser fácil muerto para el olvido...
saludos !