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viernes, 26 de abril de 2013

VIAJE EN TREN.

Estaba feliz porque habían repuesto el servicio de trenes hacia el Sur.
Había estado suspendido casi un año, por un déficit en el presupuesto de Ferrocarriles.
Así es que, más que todo por darme el gusto de volver a viajar en tren, inventé ir a Marchihue, a ver a unos tíos viejos. Los únicos que me quedaban vivos.
Iba medio adormilado por el dulce trac trac de las ruedas, que tantos recuerdos me traía, cuando sentí que aminorábamos la marcha y entrabamos en una estación.
Detenido en la línea contigua, vi un tren que viajaba en sentido contrario.
Distraído, empecé a mirar a los pasajeros y de pronto descubrí a mis hermanas que, tras el vidrio de una ventanilla, me hacían señas.
Se reían y sacudían los brazos, llamándome.
No escuchaba sus voces, pero por el movimiento de sus labios, me di cuenta de que insistían en que me bajara y subiera al tren en que viajaban ellas.
Con sorpresa, ví que eran chicas de nuevo. Ocho y diez años, la mayor, y que ambas llevaban puestos los sombreritos de paja que usaban en la playa.
¡Ven! ¡Ven!- modulaban sus labios- ¡Apúrate, que el tren ya se va!
Abandonando mi valija, en dos saltos llegué al andén y subí al vagón donde se encontraban ellas.
Prorrumpieron en gritos de júbilo y Mirta, la menor, me mostró con orgullo la palita y el balde de latón que llevaba para jugar en la arena.
Me senté a su lado y entonces miré mis pies desnudos calzados con zapatillas.
¡Yo también era niño otra vez!
Viajamos largo rato por campos verdes, jugando a las mismas cosas que jugábamos de chicos.
¡Quién ve primero una vaquita negra!
¡Quién ve primero un caballo blanco!
¿Quién se atreve a tocar la alarma y hacer parar el tren?
¡Nadie!  Porque capaz que nos lleven presos...
Y así seguimos mucho tiempo, viendo pasar ríos, potreros y casas entre los cerros.
El aire empezó a cambiar y a volverse más fresco y con un olor salobre. ¡Nos acercábamos al mar!
Paró el tren en la estación de "Cartagena" y nos bajamos corriendo con nuestros baldes de hojalata y nuestras palas, soñando ya con los castillos de arena que íbamos a edificar.
A lo lejos, en la playa, bajo un quitasol de colores, estaban nuestros padres.
Mamá, joven y linda, protegiéndose el pelo con una pañoleta. Papá, con su gorro de marino y la eterna pipa apagada entre sus dientes.
Nos lanzamos a chapotear en el agua, que llegaba mansa a la arena, después que las olas explotaban con su fragor resplandeciente.
El mar arrastraba algas de color rojizo, que nosotros recogíamos y volvíamos a lanzar lejos, para que las olas nos las trajeran otra vez.
El sol, como un globo de fuego, empezó a hundirse en el horizonte.
Nuestros padres nos miraban sonriendo y nosotros jugábamos, como si nuestra única obligación en la vida fuera jugar y ser felices...
Me despertó un brusco choque entre dos vagones. El tren iba entrando a la estación de Marchihue.
¿Por qué había tenido ese sueño que me llevó hacia el pasado?
Quizás por un motivo muy fútil.
Porque esa mañana había leído en el diario que se acercaba la fecha del cambio de hora.
Teníamos que atrasar los relojes. A las doce, serían de nuevo las once. Y yo había pensado en ese momento, que el pasado se podía vivir otra vez.

1 comentario:

  1. alguien me dijo una vez que traer recuerdos o sueños de antaño
    es porque quemamos etapas o entramos indiscutiblemente a la edad avanzada y lo que fue nunca ya volverá...
    en fin da igual la explicación que me dieron...
    lo importante es que me hiciste recordar mis viajes en tren a CARBON!!! jjaaja...cuando íbamos por los villorrios y hacia la capital...
    increíblemente maravilloso!!

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