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viernes, 12 de abril de 2013

UNA NOCHE INFERNAL.

-¡Tú no tienes perdón de Dios!- le gritó ella, llorando.
En su mejilla estaba marcada aún la huella roja de la bofetada.
-Entonces ¡que me perdone el Diablo!- le contestó José y salió dando un portazo.
Caminó rápidamente, respirando a bocanadas el aire frío de la noche.
¡Le había pegado!
Sabiéndose culpable él, la había castigado a ella y el sonido de su llanto lo perseguía por la vereda.
Quería alejarse lo más pronto posible, porque sentía que el fuego de su rabia se iba apagando y convirtiéndose en una vergüenza que lo abrumaba.
-¡Que me perdone el Diablo, entonces!- repitió en voz alta, con terquedad.
Echó a andar por la calle semi desierta. Había empezado a llover y tiritó, subiéndose el cuello del abrigo.
En una esquina, vio el intenso resplandor rojo de unas luces de neón. Era un bar.
Entró rápidamente, dispuesto a emborracharse, si era preciso, para olvidar la penosa escena.
Aún resonaban en sus oídos los sollozos de ella y volvía a ver la carita aterrada del niño que se aferraba a sus piernas.
Se sentó en un rincón y pidió una botella de aguardiente.
Había tomado un par de vasos, cuando un hombre se sentó frente a él, sin decir palabra.
Levantó la cabeza, extrañado.
-Perdón ¿que quiere usted?
El hombre se rió con sorna y le respondió:
-¿Y acaso no me andabas buscando?
-¡Está loco! ¿Yo buscarlo a usted? Pero, si no lo conozco..
-Bueno, hace un rato dijiste: ¡Que me perdone el Diablo!  Y aquí estoy, pues, amigo. Nunca dejo de acudir cuando alguien pronuncia mi nombre.
Paralizado de espanto, José sintió que no podía apartar la mirada de ese rostro pálido, con ojos quemantes como carbones encendidos y una boca roja, que se reía con malicia.
Quiso pararse y huir, pero algo parecido a una garra lo empujó de vuelta a su silla.
-¡Cálmate, José ! ¡Si no te voy a hacer nada! Sólo vine a tomarme un trago contigo.
José miró a su alrededor y notó que todas las luces del bar eran rojas, dándole al lugar el aspecto de un brasero. Un intenso calor lo hizo abrirse el cuello de la camisa y secarse el sudor de la nuca con un pañuelo.
Adivinando la loca suposición que empezaba a adueñarse de su mente, el hombre se rió estrepitosamente y le dijo:
-¡Una mera coincidencia, pues,amigo ! No se llega tan rápido a mi morada...
Le hizo una seña al mozo para que trajera otra botella.
-José, me llamaste para que te perdone y lamento decepcionarte. Yo no tengo la facultad de perdonar. Eso es cosa de Dios. La misión mía es muy distinta, como podrás suponer. Yo me encargo de los imperdonables. Y el caso tuyo parece ser de mi competencia...
Riéndose, llenó su copa.
-¡A tu salud, amigo!  Bebamos, que la noche es larga.
José sintió que su corazón se estrujaba de angustia y, por un momento, creyó perder el sentido.
Una mano lo tomó de un hombro y lo sacudió con brusquedad.
-¡Vamos, señor!  ¡Se tiene que ir, porque ya estamos cerrando!
Era el mozo del bar, que lo increpaba sin miramientos.
Frente a él, vio la botella vacía y comprendió que se había dormido, echado sobre la mesa.
Ya no quedaba nadie en el  bar y las luces rojas estaban apagadas.
El  pálido resplandor del amanecer se filtraba por las vidrieras.

1 comentario:

  1. Quien vive en la violencia mal acaba sin dudas
    no hay peor castigo que el que se hace a si mismo y no importa donde se escabulla y lo que haga para olvidar ...ahi esta siempre ardiendo la situación...
    algunos ni por so y mucho mas aprenden...!
    es una lástima...

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