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lunes, 15 de abril de 2013

LA CHICA CON LA MASCARA DE MINNIE.

Un día, Marcos decidió dejar de luchar porque el amor le durara y aceptó que él era un tipo solitario.
Había tratado durante mucho tiempo de parecer simpático, alegre y divertido, como le habían dicho que hay que ser, para conquistar a las mujeres.
Y estaba agotado.
Era más descansado reconocer la derrota y aceptar que él era el tipo más triste y aburrido del mundo.
Durante años había comentado que le gustaba la música, cuando en realidad le daba lo mismo.
Había asegurado que le encantaba bailar y habría brincado y girado por la pista, como un muñeco a cuerda.
Se había mostrado como todo lo que no era: alegre, conversador, lleno de ideas geniales. Había hecho reír y se había reído...Pero de sí mismo. De ese pobre payaso melancólico que era él, en realidad.
Y a la larga, había sido infructuoso.
Porque una cosa es conquistar a una chica y otra cosa retenerla.
Y todas, al cabo de un tiempo se iban, adivinando en él al verdadero Marcos, o sea "al tipo más triste y aburrido del mundo" 
Así es que no luchó más y dejó que el último amor lo abandonara.
Fue igual que cuando se saca el tapón de la tina de baño.
El agua se fue sin ruido, lentamente. Al final, cuando la última ilusión se fue por el desagüe, tal como pasa al vaciarse la tina, hubo una especie de suspiro ronco. Y Marcos pensó que brotaba de su corazón.
Decepcionado, se preguntaba:
¿Por qué no encuentro a alguien que me quiera como soy?   ¿Por qué tengo que fingirme otro?
Ojalá algún día conociera a una chica parecida a mí. Tranquila, quitada de bulla, a la que le gustara conversar en lugar de dar saltos en la pista de baile. Alguien que disfrutara la vida con calma  y no quisiera exprimirla para sacarle todo el jugo de una sola vez.
Una noche, soñó con su amada ideal.
La vio tan nítidamente, que le costó creer que fuera un sueño.
Llevaba el pelo castaño liso, rodeando una carita pálida en forma de corazón.
Sonreía con una dulzura un poco triste, como si la melancolía fuera parte de su ser. Y miraba a Marcos, con cariño y aceptación, reconociendo en él a un alma gemela de la suya.
Cuando despertó, una tibia emoción lo embargaba y se solazó largo rato en la imagen de su sueño.
Tanto, que la aprendió de memoria y la dibujó en un cuaderno.
Ella tenía unos ojos color miel y sobre su naricita, un conjunto de pecas, que a Marcos le hicieron pensar en el polen de las flores.
O en moneditas de oro para el comercio de los duendes.
O mejor, en granos de trigo puestos ahí para atraer a los gorriones.
En fin, que se volvió poeta, agregándole detalles a su belleza.
Y no contento con haberla soñado de noche, empezó a soñarla también de día y a toda hora.
Y juró no amar a nadie sino a ella.
Lo cual era un truco de su corazón, para no seguir sufriendo desengaños.
Tiempo después, lo invitaron a un baile de máscaras.
Por supuesto, no quería ir.
Pero su prima Nancy se graduaba y quería celebrarlo a lo grande.
-¡Pero yo no tengo disfraz!  -objetó Marcos.
-¡Tontorrón! Si sólo serán máscaras y todos se las quitarán cuando den las doce.
No tuvo más que aceptar.
Al entrar, lo recibió el estruendo de la música y el zarandeo loco de los bailarines.
Se sintió mareado y quiso buscar un lugar más tranquilo.
En una salita contigua, vio sentada a una chica que llevaba una máscara de Minnie.
-¡Hola!- lo saludó al verlo entrar- Estoy tomando un respiro.
Era menuda y llevaba un vestido azul con una rosa blanca en el escote.
-Te acompaño- dijo Marcos, tentado de quitarse la molesta máscara de zombie, pero recordó que la exigencia de Nancy era que nadie se la quitara antes de las doce.
Se acordó de su triste fama de aburrido y la invitó a bailar. Pero ella le respondió que la tenía loca ese ruido infernal y que mejor conversaran en otra parte.
Aliviado, Marcos la siguió hasta el jardín.
-¡Qué descanso!- suspiró la chica. -No quería venir, porque me cargan las fiestas, pero lo hice por cariño a Nancy.
Conversaron de mil cosas y fueron descubriendo que a ambos les gustaba leer, ir al cine y caminar sin rumbo por la ciudad, sobre todo en Otoño...
Marcos la hallaba a cada instante más simpática e inteligente. Seguramente porque lo aprobaba y lo comprendía, como nadie lo había hecho hasta entonces.
Varias veces le propuso bailar, para que no se aburriera con él, pero ella prefirió seguir conversando y se notaba muy a gusto.
-¡Ah!- pensaba Marcos- A una chica como ésta la seguiría hasta el fin del mundo. ¡No me inportaría como fuera su físico! No necesitaría parecerse a la imagen de mis sueños. ¡Total, a "ella" nunca la podré encontrar!
Seguramente existe, pero ¿cómo sé yo si vive en Inglaterra, Letonia o Timbuctú?  ¿Y cómo sé si en este preciso momento se está casando con otro?
Su amada ideal se iba desdibujando en su mente como un jirón de niebla y dejaba paso a la chica con la máscara de Minnie.
¡Ella sí era real y lo aceptaba a él, tal como era!
Suspiró feliz y curiosamente, ella lo miró y suspiró también, como si ambos hubieran alcanzado la meta, después de una fatigosa marcha.
Dieron las doce.
Marcos no temía que ella lo defraudara.
Y no lo hizo.
Cuando los dos arrojaron lejos sus máscaras, vio una carita pálida en forma de corazón, aureolada por cabellos castaños y una naricita salpicada de pecas, como granos de polen sobre una flor.
A ella también pareció gustarle Marcos, porque lo miró a los ojos con ternura.
Y en ese preciso instante, él dejó de ser "el tipo más triste del mundo". Siguió siendo "el más aburrido"...¡pero eso ya no tenía importancia!

1 comentario:

  1. Me gustó bastante el final de este cuento, cuando la chica se quita la máscara de Minnie y su rostro resulta ser casi idéntico al soñado por el protagonista. Eso sí es un baile de máscaras al que apuntarse sin pensarlo.
    Saludos.

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