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lunes, 1 de abril de 2013

EL SUEÑO DE JULIAN.

Le gustaba salir a caminar en las tardes de Otoño, cuando soplaba un viento fuerte.
Le parecía que si caminaba en contra y dejaba que le golpeara la cara, lograría hacer desaparecer de su mente las cosas que quería olvidar. El viento se las arrancaría, llevándolas lejos, en su frenética marcha.
Esa tarde estaba especialmente inquieto, por un sueño que había tenido la noche anterior.
Había visto a una mujer desconocida esperándolo en la puerta de su casa.
Era alta y pálida, de cabellos oscuros. Llevaba una vestidura extraña, larga y gris, que la cubría casi hasta los pies, como una túnica.
En el sueño, él se acercaba por la vereda, al anochecer y la veía allí, mirándolo fijamente. Su mano se apoyaba en la puerta, como si quisiera impedirle el paso.
Despertó con la seguridad de que se trataba de La Muerte.
Pensó que era un aviso. Y que iba a morir sin esperanzas, en medio de los escombros de su vida. Solo.
Amelia, su mujer, había muerto hacía ya seis años y Renato, su único hijo, se había ido a trabajar al extranjero.
Se había casado allá, volviendo aún más remota la posibilidad de un regreso.
Le había mandado una fotografía de su novia, algo borrosa y Julián había pensado que quizás nunca llegaría a conocerla.
En sus correos, muy distanciados y breves, Renato nunca mencionaba la posibilidad de volver a Chile.
La relación entre ellos era más bien fría.
Se había ido poco después de una discusión que habían tenido a raíz de la muerte de Amelia.
Renato lo culpaba de no haberla querido lo suficiente y de haberla hecho desgraciada.
Pasó una mala noche, en un agitado duerme-vela.
Creyendo que iba a morir, empezó a rememorar su vida. Y de entre los recuerdos, surgió un rostro hermoso y querido. ¡Margarita!
Aquella novia que lo abandonara para casarse con otro. ¡Cuánta tristeza y rencor había guardado en su corazón durante todos esos años!
Por esas cosas imprevisibles del destino, había vuelto a encontrarse con ellos, en una plaza cercana a la que acostumbraba a ir por las tardes.
Ella se puso pálida, pero se recuperó de inmediato.
-¡Julián! ¡Tanto tiempo sin verte!
Le señaló una casita que se veía desde la plaza.
-¡Mira! Vivimos ahí. ¡Podrías venir alguna tarde a tomar un café con nosotros!
Por supuesto, no fue nunca.
De eso hacía ya cinco años. Tal vez se habrían mudado a otro barrio...
Sintió la necesidad de verlos.  De demostrarles que su rencor se había disipado. Y contarles que estaba solo.
Pero, por sobre todo, quería volver a ver a Margarita. Grabar en su memoria sus hermosos rasgos, para que al morir su imagen lo acompañara en el último sueño.
Sintió que nunca había dejado de amarla. Que eso había sido la causa del fracaso de su matrimonio con Amelia.
Había luchado por hacerla feliz, empujando los recuerdos a lo más profundo de su corazón.
Pero no pudo volver a sentir una pasión igual a la que Margarita le inspirara.
 ¡Pobre Amelia! Solo le había brindado, apenas tibias, las sobras de aquel amor.
Al día siguiente, al anochecer, se dirigió a la casa que ella le señalara. Aliviado, vio en la ventana los visillos de siempre.
Le abrió Margarita y su cara resplandeció  al verlo.
- ¡Julián! ¡Qué gusto me da que hayas venido!
-Hace cinco años me invitaste a tomar un café. ¿Será muy tarde ya para aceptar la invitación?
Lo hizo pasar a un salón, apenas iluminado por una lámpara de sobremesa.
En ella había un retrato, junto a un vaso con flores.
Al notar que vestía de luto, la miró interrogante.
-Daniel murió hace dos años. Me he quedado sola.
Estuvieron conversando hasta que cayó la noche. ¡Tenían tantas cosas de qué hablar!  ¡Tantas explicaciones que darse!
Salió de ahí feliz, aliviado de toda su congoja.
Al acercarse a su casa, distinguió a alguien que lo esperaba junto a la puerta.
Era una mujer alta y pálida, de cabellos oscuros. Llevaba una vestidura extraña, larga y gris, parecida a una túnica...
Era la mujer que había visto en el sueño.
¡Es La Muerte! pensó. ¡Viene a buscarme!  Pero, ya no me importa.
Avanzó sin temor al encuentro de la desconocida.
Cuando la tuvo cerca, vio que vestía un largo impermeable, humedecido por la garúa de esa tarde.
-¡Julián!  ¡Soy Maeva, su nuera !  ¿No me reconoce?  Vine a buscarlo mientras Renato termina de hacer unos trámites. ¡Hemos resuelto quedarnos en Chile!

1 comentario:

  1. ¡Oh oh oh...! Si es que muchas veces, uno siempre se pone en lo peor y de ahí surgen ciertas barreras para actuar.
    Luego, en un día queremos hacer todo lo que no pudimos en una vida.
    Sorprende ver que pusiste un final medianamente feliz a todo.
    ¡Ay, esas Margaritas que andan por ahí escondidas!

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