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lunes, 11 de marzo de 2013

PENAS DE AMOR.

Seguro que todos ustedes se han enamorado alguna vez. O varias. Según lo voluble que tengan el corazón.
Así es que doy por descontado que tienen una amplia experiencia con el sufrimiento.
Porque para mí, el amor es solo eso.
Aunque reconozco que al principio no fue así. Al contrario, significaba puro júbilo y ganas de seguir viviendo, con solo que ella me  mirara.
La vi por primera vez saliendo de un café. Iba cargada de libros y justo frente a mí tropezó con alguien y se le cayó uno.
Corrí a recogérselo.
  Me cautivó el hecho de que en lugar de enojarse, se riera y perdonara de buena gana al tipo que le había dado el encontrón.
No tuve tiempo de preguntarle su nombre, porque salió corriendo a tomar el bus que venía llegando al paradero.
La encontré tan linda, que se me quedó grabada en la mente.
Días después, la vi en la puerta del mismo café.
-¿Te acuerdas de mí?-le pregunté, saliéndole al paso.
-Te confieso que no- me dijo riendo- pero, igual me alegro de verte, porque justo andaba buscando a alguien con quién conversar un rato. Ahí adentro-señaló el café- están penando las ánimas.
Ese día llevaba un peinado distinto. El pelo rubio, peinado hacia atrás, en una trenza, en lugar de la melena suelta de la vez pasada.
No quise perder la oportunidad y a boca de jarro, le pregunté su nombre.
Ella se rió y me mostró un libro que andaba leyendo. Era "Lo que el viento se llevó".
-Hoy me llamo Scarlett. ¡Dime así, por favor!
La invité a un café y se explayó sobre la novela, sobre la película que hicieron de ella y mil cosas más.    
La hallaba tan bonita, tan cautivadora... Su charla fluía como el borboteo de una fuente o el piar de los pájaros, cuando amanece.
Quise citarme con ella, pedirle su número de teléfono o su correo.
Pero se evadió riéndose.
-¡Ya nos volveremos a ver!
Me desvelé pensando en ella. En Scarlett, como me había pedido que la llamara.
Días después, la vi salir del Museo de Bellas Artes, acompañada de un grupo de gente.
Me acerqué a saludarla, confiado, pero noté que me miraba con desconcierto.
De pronto sonrió y me dijo:
-¡Ah! Ya me acuerdo. Tú eres el que me recogió el libro, cuando casi me botan, el otro día.
Y  siguió caminando, dejándome plantado en la vereda.
De nuestra charla en el café, de sus bromas encantadoras, de las teorías literarias que  improvisé para cautivarla... No parecía haber quedado ni un rastro en su memoria.
La seguí y desesperado por encontrar un tema para retenerla, le pregunté:
-¿Y cómo va la novela?
Me miró sorprendida.
-No, no era una novela. Era un libro de Arte el que me recogiste el otro día.
Y con un gesto vago de adiós, siguió caminando sin volverse a mirarme.
Me quedé helado. No sabía qué pensar.
Sin embargo, su frialdad y su indiferencia, aguijoneaban mi amor propio. No me parecía posible su olvido y llegué a la conclusión de que fingía para hacerse la interesante.
Pasó una semana y ya perdía la esperanza de volver a verla, cuando nos topamos en una librería.
-¡Hola, Claudio! ¡Qué tiempo sin verte!
-¡Hola, Scarlett!- respondí encantado.
-No, no me digas así.  Ahora soy Cosette- y me señaló un tomo de "Los Miserables", que llevaba bajo el brazo.
Escarbamos largo rato en los mesones de la librería. Ella eligió dos novelas y yo, para no ser menos, un ensayo de un tipo cuya existencia me había complacido en ignorar, hasta ese momento.
Fuimos a tomar un café y las horas pasaron volando, conversando de cine y de literatura.
-¿Ahora me dirás tu verdadero nombre?- le pregunté, ansioso.
-¡La próxima vez!
Y se escapó corriendo.
Me sentía enfermo de puro amor.
 No tenía ni un dato de ella, ninguna pista de donde volver a encontrarla.
 Ni siquiera sabía si la siguiente vez me trataría como a un desconocido y me dejaría hablando solo, parado en la vereda...
Era tal mi angustia, que decidí confiarme a un amigo.
El me interrumpió para preguntarme:
-¿Te refieres a la rubia con quién te divisé en un café, el otro día?
Salté del asiento:
-¿La conoces?    
 -O sea, sí, las conozco. Son las mellizas Arratia. Pero no sé con cuál de las dos estabas tú, porque para mí son iguales.
-¿Qué dices?- pregunté, anonadado.
-Que son dos gemelas, idénticas como gotas de agua. Una estudia Arte y la otra Literatura. No te puedo creer que no sepas con cuál de las dos estabas...
Y se puso a reír a carcajadas.
Fue tal el chasco y el bochorno que sentí, que me alejé del barrio y no he vuelto a encontrarlas...
Por eso digo que el Amor es puro sufrimiento.
Y para mí fue doble, porque me enamoré de dos que parecían una.
 O de una que valía por dos..
 Eso todavía no lo tengo claro.

3 comentarios:

  1. Total que el hombre se metió en un lio que ni te cuento, y que puede suceder en la realidad, pobre, sufrir de amor por doble, me ha gustado tu relato.
    Un abrazo
    Ambar.

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  2. Que vericuetos tiene la vida no?
    y si le jugó una mala pasada. pro lo mejor es que él sintió el amor y se dio tiempo para vivirlo a su modo ...peor hubiese sido haber entablado una relación completa...vaya confusión!

    saludos!

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  3. Dice Maria Elena:
    Este cuento de las gemelas es genial. He leido cuatro veces "Unas flores para Mary". Muy bello el de la mujer que soltó al canario. Te leo anters de dormir y tus letras son como un alivio entre tantas cosas que han pasado..

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