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jueves, 29 de noviembre de 2012

UNA CARTA EN EL VIENTO.

Había llovido en forma intermitente, durante toda la tarde.
Al anochecer, cesó la lluvia, pero un viento helado empezó a soplar entre los árboles, desprendiendo las últimas hojas.
Como pájaros con un ala rota, caían revoloteando en los charcos y los pies de la gente las destrozaba, hundiéndolas en el barro.
Pablo le volvió la espalda un momento a las ráfagas cortantes que le acuchillaban la cara.
Caía la noche y las luces de la ciudad palidecían, envueltas en el gris algodonoso de la  bruma.
El recuerdo de Mariana volvía a su mente sin cesar.
En un atardecer de principios de Otoño, helado como ese, la había visto por última vez.
Ahora no entendía el por qué de su ruptura.
Se habían querido tanto y de pronto, todo se rompió.
La culpa la tuvo él al cometer esa infidelidad absurda. Un corto placer y luego el hastío y los remordimientos.
Ella lo había perdonado, pero las cosas no volvieron a ser nunca iguales.
 Discutían por nimiedades, recelaban uno del otro  y pareció que la única alternativa era separarse.
¡Con qué facilidad la había dejado ir!  ¡Y como se arrepintió después!
Pasó un mes llamándola inútilmente. Su teléfono no contestaba y tampoco nunca respondió a sus mensajes. Pensó que había cambiado de número deliberadamente, para evitar que pudiera contactarla.
Al principio se enfureció y trató de olvidarla, pero después se apoderó de él la nostalgia y el deseo lacerante de volver a verla.
Y así había trascurrido todo el Otoño y casi la totalidad del Invierno.
Al salir del trabajo, se sorprendía buscándola inútilmente entre la muchedumbre. ¿Dónde estaría ahora?
El viento helado le levantaba los faldones del abrigo. Perdido en sus pensamientos, se encontró en una calle solitaria.
Sus ojos advirtieron un trozo de papel blanco que giraba en una ráfaga de viento. Lo vió subir, bajar y luego desaparecer doblando una esquina.
  Sin saber por qué, lo siguió.
Flotó unos minutos y luego el viento lo empujó contra un árbol y quedó adherido ahí, sobre la corteza húmeda.
Pablo vio que era una carta manuscrita.
Se acercó y la desprendió del árbol. 
Al ver el encabezamiento, se quedó atónito. Lo aproximó más a sus ojos, bajo la luz de un farol.
"Mi querido Pablo:
"Necesito decirte que, a pesar de todo y más allá de todo, te sigo amando.
"Ya es tarde y sin embargo, siento que estoy junto a ti y que nada podrá separarme de tu lado.
"Mariana."
¡Era la letra de ella!
Pero ¿cómo era posible? ¿Cómo podía esta carta escrita por Mariana, haberle  llegado así, arrebatada por el viento, en medio de las sombras?
 Apareció un autobús, emergiendo de la niebla, y Pablo saltó al estribo, cuando disminuyó la velocidad. ¡Tenía que ir a buscarla!
Ese extraño suceso era una señal que le llegaba no sabía de dónde. Pero, sentía que Mariana lo llamaba y era preciso correr a su encuentro.
Se bajó en la plaza, frente a su edificio. ¿Por qué no había cedido antes a la urgencia de verla?
Tocó el timbre inútilmente, durante largo rato.
El portero se le acercó en el vestíbulo y le dijo:
-La señorita Mariana ya no vive aquí.
-Pero ¡cómo! ¿Desde cuándo?
-Hace cuatro meses que el departamento está vacío. Cuando se despidió de mí, me dijo que se iba a la casa de su madre. La vi pálida y pensé que estaba enferma.
-¿Y sabe usted donde vive esa señora?
-Sí. La señorita Mariana me dejó los datos, para que le remitiera las cartas...
La tarde siguiente, al salir del trabajo, se dirigió a la dirección indicada.
Le abrió una mujer de rostro serio, vestida de oscuro.
El titubeó al verla. No sabía cómo reaccionar,  porque había esperado que fuera Mariana quien le abriera la puerta.
Al fin, se atrevió a decirle:
-Buenas tardes, señora ¿podría ver a Mariana?
La mujer palideció y un rictus de dolor alteró sus facciones.
-¡Cómo!  ¿Es que no sabe...?
-Perdón, no le entiendo.
-Mariana se ha ido. Pensé que lo sabría.
El se quedó mudo, consciente de que una amenaza oscura se cernía sobre él, una revelación terrible que trastornaría su vida.
Ella lo vio tan pálido que lo hizo pasar.
Entraron a un pequeño salón, alumbrado solo por una lámpara de sobremesa, junto a la cual se encontraba el retrato de Mariana.
-¿Ella se ha ido?- preguntó Pablo, casi incoherente- ¿A dónde?
-Muy lejos, a donde ya no podemos alcanzarla.
Entonces advirtió que la mujer vestía de negro. Un luto riguroso que la hacía verse más pequeña y más frágil.
Salió de allí, desolado.
No quiso preguntar más, pero comprendió que Mariana tenía que haber estado enferma desde hacía mucho tiempo. Aún antes de que dejaran de verse y que se lo había ocultado por orgullo.
¡Y tenía tantas cosas que decirle todavía!
La certeza de que no volvería a verla nunca más era como un abismo en el cual se sentía caer interminablemente, sin tocar fondo.
Todo lo que hubiera querido explicarle se agolpaba en su corazón. ¡Y era demasiado tarde!
¡Pero no! Aún era posible...
En su carta, Mariana lo decía: "A pesar de todo y más allá de todo".
¡Eso significaba que había un lugar donde ella estaba, esperando su respuesta!
Se sentó a escribir en la soledad de su oficina.
Puso en el papel todo su amor y sus remordimientos y sintió su pecho liberado de un gran peso, como ocurre después de que se ha llorado mucho. Dar rienda suelta al desgarramiento de su alma era también una forma de llorar.
Oscureció por completo y el viento helado siguió soplando. Silbaba y gemía, estremeciendo los cristales de su ventana, en el piso más alto de aquel enorme edificio.
Pablo la abrió de par en par y alargó la carta hacia la oscuridad de la noche.
Una ráfaga de viento la arrebató de su mano y se la llevó, girando.
La vio subir, bajar y revolotear, como si buscara un rumbo.
Aún la divisó un instante como un pálido blancor sobre los techos y luego desapareció.

4 comentarios:

  1. Vaya, muy entretenida y emocionante, otra historia de un amor roto e imposible, de los que tantos hay en la vida real que ni nos damos cuenta.
    Un abrazo.
    Ambar.

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  2. Maria Teresa Gonzalez opina:
    Pese al calor reinante, llegué a sentir frío al leer este cuento. ¡Qué historia triste! Pero, al mismo tiempo, es esperanzadora.

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  3. Dice Luis Gerónimo Acevedo:
    ¡Qué imaginación tienes! No sé de donde sacas todas esas ideas...Me llamó la atención esa imagen de la carta arrastrada por el viento y que se queda pegada al tronco de un árbol...Realmente, muy imaginativo tu cuento.

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  4. Como dijo un comentario publicado en tu blog "los finales son más difíciles que el desarrollo", es muy poética una carta lanzada al viento, sería mucho mas poética si esta otra carta (la de él) se la encontrara ella antes de morir, de todos modos nunca se dijo que estaba muerta ¡y él intuyó que esperaba su respuesta!, quizá la carta también se la llevaba el aire.
    He disfrutado tus cuentos.Fluidos, suaves, hermosos.

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