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jueves, 13 de septiembre de 2012

UNA BIOGRAFIA CONTROVERTIDA.

En el curso de computación que seguí en el verano, conocí a un chico muy simpático, llamado Abel.
Me dijo que tenía muchos contactos sociales y políticos y que contaba con un empleo asegurado, para cuando sacara el título.
-Pienso, incluso,  que podría darte una mano-me aseguró. Por supuesto, no le creí y pensé que estaba tratando de impresionarme.
Sin embargo, un mes después, recibí un correo de él:
-Querida Flor, creo que tengo un trabajo adecuado para ti.
Mandé mi currículum y al cabo de una semana, fui citada a la oficina de mi posible empleador.
Era un anciano alto y delgado, de cabello blanco y mejillas sonrosadas. Rebosaba dignidad y alta alcurnia.
Se trataba de Don Heriberto Campobello, un distinguido diplomático, ya jubilado, cuya fotografía había visto frecuentemente en el periódico.
Trabajaba en su casa y me recibió en un escritorio muy espacioso,  lleno de libros hasta rebosar.
Llamó a la doncella y le pidió que nos sirviera café.
-Flor Arratia -murmuró, señalando mi currículum- ¿Algún parentesco con los Arratia de San Fernando? ¿Con Don Segismundo Arratia, el eminente catedrático...?
-No.
-Claro que no...-y me miró de soslayo, como para confirmar que mi aspecto no daba para relaciones tan distinguidas.
 Me di cuenta de que era un snob.
-Su función será sumamente interesante-continuó-Estoy escribiendo mis memorias y de usted depende que avancemos en la tarea. Mis notas están un poco desorganizadas, pero son altamente confidenciales. Me imagino que podré contar con su reserva. He dispuesto que mi biografía sólo sea  publicada después de mi muerte.
Dirigió la mirada a un alto mueble y me lo señaló con severidad.
-Ahí hay guardados grandes secretos.¡ Cualquier infidencia podría desatar un conflicto internacional !
Me quedó claro que estaba fantaseando, pero puse cara de profunda interés y fidelidad a toda prueba.
Acababa de sonar el teléfono cuando se abrió la puerta y entró una mujer flaca y viejísima, con el pelo teñido color azabache y los labios pintados de rojo intenso. Se veía impresionante, vestida de raso negro y con dos vueltas de perlas cayéndole hasta la cintura. Se tambaleaba un poco y sus ojos tenían una expresión alucinada.
-¡Mamá, por favor!-exclamó don Heriberto, cubriendo el fono- ¡Estoy hablando con la Felicita Morandé, casada con...
-¡Si sé quién es! ¿ Me crees loca?-le respondió la anciana con voz agresiva, mientras estrujaba sus perlas con unas garritas pequeñas, parecidas a las patas de un pájaro. Vi que tenía las uñas pintadas del mismo rojo furioso que cubría sus labios.
-¿Quién es esta niña?-preguntó, dulcificando el tono.
-Flor Arratia, mi nueva secretaria.
-¡Flor! ¡Qué lindo nombre!-alcanzó a decir la viejita antes de que se abriera la puerta a sus espaldas y apareciera una mujer enorme, vestida de enfermera.
-¡Señora Rebeca!- exclamó impaciente, tomándola de un brazo.
-¡No me toques, arpía!- protestó la anciana y mirándome con repentina simpatía, me dijo:
-Este viejo snob y esta bruja me tratan como si estuviera loca.
-¡Mamá! Estoy trabajando-protestó Don Heriberto.
En los días siguientes, la señora Rebeca logró escapar repetidas veces de su carcelera y precipitarse en la oficina de su hijo. Pero, no duraban mucho sus incursiones y rápidamente, era hecha desaparecer por la siniestra señorita Rina, que así se llamaba la enfermera.
Me caía bien la viejita, en la medida en que me caían mal los otros dos.
Observé que la anciana desvariaba adrede delante de ellos, pero cuando nos quedábamos a solas, conversaba con total lucidez y tenía tiempo de sobra para llegar al baño...
En presencia de la enfermera, caminaba con lentitud desesperante, para no llegar a tiempo, y dejaba pocitas de orina sobre el parquet.
-Precipitaciones intermitentes-sugerí yo, en broma, y a la enfermera pareció encantarle la frase.
Un rato después la escuché decirle a Don Heriberto:
-¡No puedo controlar las precipitaciones intermitentes de su mamá! Debería estar en una Residencia.
Miró de reojo a mi jefe, esperando alguna reacción a su favor, pero él no le hizo caso, perdido en sus  nostálgicas ensoñaciones.
A media tarde, encontraba a Rina en la cocina, tomando café.
Me sonreía con fingida cordialidad, lanzando risitas y diciendo tonteras.
- A los hombres no les gusta que dejemos rouge en el borde de la taza, pero les encanta que nos pintemos los labios.
-A los hombres les gusta que llevemos de adorno alguna joyita...
Siempre me informaba lo que le gustaba a los hombres y mi instinto me avisaba que lo decía pensando en Don Heriberto.
La había visto coqueteándole en forma descarada, batiendo las pestañas y frunciendo la boca como para lanzar besitos al aire.
 La señora Rebeca me informó un día, cuando estábamos solas:
-¡Está desplegando todas sus malas artes con el tontorrón de mi hijo! Y lo primero que va a hacer, cuando le resulte, será echarme de mi casa y mandarme a un hogar de ancianos.
La tranquilicé asegurándole que don Heriberto no le hacía caso.
-No creas-suspiró resignada a su suerte- Hace ya mucho tiempo que el pobre está solo...
Pronto comprobé que la biografía de Don Heriberto no pasaba del primer capítulo. Y harto latosa por lo demás. No pude evitar adornarla con algunas frases simpáticas, para hacerla más atractiva a los hipotéticos lectores.
Don Heriberto, totalmente fuera de la realidad, se daba aires de importancia frente a Rina  y a mí.
-Esta narración será de gran valor para los historiadores del futuro. Y revelará secretos que modificarán por completo el panorama actual de nuestras relaciones bilaterales...Eso sí, tendrán que esperar a que yo me muera...
Me daba risa escucharlo, pero vi a Rina muy interesada y pronto empecé a sospechar que maquinaba algo relacionado con la Biografía. ¿Pensaría chantajear al viejo, en vista de que no parecían resultarle sus intentos de conquista?
Varias veces la vi merodeando con aviesa intención en torno al escritorio, cuando yo iba al baño o a la cocina a preparar un café.
Al volver, encontraba el trabajo recién impreso desordenado sobre el escritorio y las notas de Don Heriberto caídas sobre la alfombra.
  Pronto se confirmaron mis sospechas.
Me llegó un correo de Abel, el amigo a quién le debía el puesto.
"Flor, es urgente que hablemos. No trates de evadirte. Llámame."
Me sorprendió el tono del mensaje y sin dudarlo partí a la dirección del periódico donde Abel trabajaba.
-¡Flor! ¿Qué te pasa? ¿Es que cometí un error al confiar en ti?- me espetó sin preámbulos.
-No sé de qué hablas, Abel, te lo juro. ¿Podrías explicarme?
-Mira, Flor: Un compañero de la Redacción, me contó que está a punto de obtener una primicia. Una fuente cercana a Don Heriberto Campobello prometió conseguirle un adelanto de su Biografía, que se supone que destapará situaciones escabrosas...¿De quién puedo sospechar sino de tí?
Le aseguré que no era yo la culpable sino la enfermera que trabajaba en la casa y me comprometí a avisarle a Don Heriberto, antes de que se produjera la filtración.
Al día siguiente, llegué muy temprano a la oficina. El me esperaba, de muy buen humor, sentado frente a su escritorio.
Comprendí que iba a hacerle pasar un mal rato, pero no podía callarme ni un minuto más.
-Don Heriberto-empecé con voz insegura- Necesito decirle algo...
-¡Qué coincidencia, querida Flor! Yo también. Como leal colaboradora mía, tienes derecho a esta primicia: Estoy de novio y me voy a casar.
Rina entró con andar ondulante y pensé que si hubiera sido una gata, habría entrado relamiéndose los bigotes. Se colgó del brazo de Don Heriberto y me miró con sonrisa triunfal.
Quedé atónita.
-¿Y tú, Flor?- me preguntó Don Heriberto, sin notar mi turbación- ¿Qué era lo que querías decirme?
-No, nada... Es decir, sí. Quería avisarle que dejo mi puesto. Debo partir urgente al Sur, porque mi papá está enfermo.

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Dos años después, la prensa informó el deceso del distinguido diplomático. Al cabo de un par de meses, una importante Editorial anunció  el lanzamiento de sus memorias. El libro sería presentado por su viuda, que no era otra que Rina, naturalmente.
Abel y yo fuimos de incógnito a la presentación y nos parapetamos detrás del público.
Junto a un mesón atestado de libros, estaba Rina, dando una conferencia de prensa. Se veía impactante con un vestido de satén negro y una doble vuelta de perlas que le colgaban hasta la cintura.
-¡El collar de la señora Rebeca!- constaté, apenada- ¡Seguro que la viejita ya no está en este mundo!
En una ocasión me había dicho que cuando llegara su hora, El Señor iba a mandar una limusina a recogerla, para llevarla al Paraíso.
Me imaginé un  ángel con gorra de chofer y una limusina con alas, remontándose hacia el cielo. En la ventanilla de atrás, la señora Rebeca me hacía señas, en un gesto de adiós.
-Y tú ¿por qué sonríes con esa cara de tonta?- me preguntó Abel, que es insolente por elección propia.
No le contesté y me acerqué al mesón, a pedirle a Rina que me dedicara la Biografía.

1 comentario:

  1. sin duda don Abel era un fantoche... es simpatico q conozco a un par de personas asi
    me gusto como estan descritos los personajes y los ambientes; sin duda me hizo recordar el estilo de GG Marquez

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