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miércoles, 26 de septiembre de 2012

JUEGOS DE AZAR.

Julián yacía conectado a varias máquinas que sostenían su vida. Ese leve hálito, casi imperceptible, que aún quedaba en su cuerpo maltrecho.
Los doctores no explicaban nada.
"Estable dentro de su gravedad" era el ambiguo diagnóstico.
Rosa se desesperaba. ¡No quería perderlo!
Para darse ánimo, le compró una camisa rosada, a tono con la Primavera que había llegado, para que la usara al salir de la Clínica.
Se lo imaginaba sentado en la cama, libre ya de la maraña de tubos, desenvolviendo el paquete con sonrisa expectante.
Pero, la mayoría del tiempo, la dominaba el pesimismo.
¿Qué sería de ella si Julián moría ?
Se le ocurrió poner un letrero en la puerta de su pieza :
"Se prohíbe la entrada a La Muerte"
 Los médicos sonrieron con lástima y la dejaron hacer.
Una tarde, llegó La Muerte a cumplir con su tarea y al ver el letrero, se detuvo indecisa.
Se asomó por la rendija de la puerta y vio que adentro estaba Rosa, montando guardia junto al lecho de Julián.
Su cara, pálida y decidida, le advertía que por ningún motivo la dejaría acercarse.
-¡Ya veremos!- dijo La Muerte- ¡Ya veremos!
Fue al vestidor de las enfermeras y sacó un uniforme del armario.
Se miró al espejo satisfecha. ¡Podría engañar a cualquiera!
Golpeó discretamente en la puerta de la pieza.
-¡Vengo a tomar la presión del enfermo!- anunció con tono profesional.
-Pero  ¡si acaba de venir otra enfermera!-  exclamó Rosa y sospechando la verdadera identidad de la mujer, le gritó:
-¿Quién es usted? ¡Qué quiere aquí?
La Muerte retrocedió y se alejó por el pasillo sin contestarle.
Decidió disfrazarse de mucama.
Se puso un guardapolvo azul y una cofia hundida hasta las cejas.
Sabía que si alguien la miraba con atención, vería en sus ojos oscuros el abismo de lo definitivo. Y que la palidez de su cara sin sangre, la delataría sin remedio.
Así es que se abrochó el guardapolvo hasta la barbilla y procuró que la gorra le ocultara la mitad del rostro.
Avanzó por el pasillo, empujando el carro del aseo y golpeó suavemente en la puerta de Julián.
Rosa se asomó y la miró con sospecha.
La Muerte permaneció frente a ella, humilde y lastimera, como rogándole:
-¡No me perjudique en mi trabajo!  Es lo que hago para ganarme la vida...
Pero Rosa, al mirar el contenido del carro, advirtió entre los plumeros y escobillones, el brillo siniestro de la guadaña.
-¡No, no!  ¡Váyase de aquí, bruja despiadada!
La Muerte se alejó, arrastrando los pies con fastidio. Estaba empezando a perder la paciencia.
Se hacía tarde y tenía varios encargos para ese día. Abrió su libreta negra y comprobó que le quedaban otras cinco visitas por hacer.
¡Había que terminar de una vez con ese empecinamiento!
Entró a una tienda y compró un traje de dos piezas. Se hizo un sobrio rodete en la nuca y se premunió de un maletín de vendedora.
Golpeó dulcemente en la puerta del cuarto del enfermo.
-¿Quién es?- preguntó Rosa con voz desconfiada y se asomó por un insterticio.
-¡Buenas tardes, señora! Vengo de la Agencia de Lotería a ofrecerle un número para el próximo sorteo. ¡ Algo me dice que usted comprará el boleto premiado...!
A Rosa le brillaron los ojos de inmediato, porque era una fanática de los juegos de azar.
Al ver el resplandor de codicia que iluminó su cara, La Muerte la urgió:
-Tengo que entrar, eso sí, para mostrarle los números. Además, están prohibidos los vendedores aquí.  ¡Si alguien me viera....!
Rosa la dejó pasar y La Muerte desplegó ante sus ojos los pliegos de enteros de la Lotería.
-¡Oh!-  dijo Rosa, afligida- Sólo podré comprar dos vigésimos, porque no me alcanza el dinero para más.
- ¡No se aflija!  Hay un enorme pozo acumulado, así que dos vigésimos del entero le harán ganar cincuenta millones de pesos.
-¡Cincuenta millones!- balbuceó Rosa, emocionada.
La Muerte sacó una tijera de su maletín. Cortó el papel diestramente y luego, como un rayo, se precipitó hacia la cama de Julián y en un solo chasquido siniestro, cortó todos los tubos que lo mantenían con vida.
Luego, salió sonriendo triunfalmente y se desvaneció en el pasillo, como si fuera de humo.
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Días después, la viuda recibió la inesperada visita del ejecutivo de una compañía de seguros.
-Señora Rosa, le informó- Su marido dejó un seguro de vida a su nombre. Tenga la bondad de pasar por nuestra oficina, para formalizar el trámite.
-¿Y a cuánto asciende el seguro?- preguntó la mujer, con un hilo de voz.
-A cincuenta millones de pesos. 

1 comentario:

  1. Un relato humorístico con la Muerte de por medio. Te ha quedado bien.
    Parecía Rosa una buena guardiana pero siempre hay un punto débil para atacar cualquier fortaleza...
    Curioso tu dibujo...
    Un abrazo y buena suerte en la lotería.

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