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jueves, 20 de septiembre de 2012

EL ESPANTAPAJAROS.

Dorita había roto con su novio y llorando desconsolada, se internó en el trigal.
Se echó en el suelo, entre las espigas que la ocultaban por completo.
Rabiosa, hizo una bola con su pañuelo empapado en lágrimas y se lo metió en la boca. Pero, los sollozos la ahogaban y su corazón se debatía dentro de su pecho, como un pájaro que choca contras los barrotes de una jaula.
Sintió de pronto un suave toque en su hombro y alzó la cabeza esperanzada. ¡Creyó que era su amado, que había vuelto para pedirle perdón!
Pero, no vio a nadie a su lado y la decepción le arrancó un nuevo sollozo.
-¿Crees realmente que valga la pena?- le preguntó una voz cariñosa, con un dejo de burla.
Dorita volvió a constatar que junto a ella no había nadie, excepto un espantapájaros que habían puesto allí para alejar a los tordos que picoteaban las espigas.
Miró su cara, hecha de una bolsa de harina, rellena de paja. Dos grandes botones negros hacían las veces de ojos y su boca era sólo una rasgadura en la tela, que alguien había ribeteado con pintura roja, simulando unos labios. Para mayor realismo, le habían sujetado un cigarrillo en una de las comisuras.
-Han tratado de inducirme al vicio-comentó el espantapájaros-Pero detesto fumar. Hace mal para los bronquios.
Dorita lo miró asombrada.
-Haré cuenta de que no te he escuchado- le dijo- porque me consta que los espantapájaros no hablan.
-Ellos no, pero yo sí-le respondió el muñeco- Y sin ánimo de jactarme, te diré que soy alguien especial.
Dorita, atónita ante la inusitada situación, se había olvidado momentáneamente de su congoja, pero se acordó de pronto y soltó un diluvio de lágrimas.
-No llores más, niña. Desde este lugar que ocupo, en medio del campo, puedo ver muchas cosas. Otras me las cuenta el viento. Y puedo asegurarte que ese muchacho no vale ni un solo de tus suspiros.
Dorita lo miró enojada y olvidando su despecho, se sintió obligada a salir  en defensa del objeto de su amor.
-No quisiera ser grosera- le respondió con aspereza-pero te recuerdo que no  he pedido tu opinión.
-Igual te la doy, porque me caes simpática.
-No sé cómo puede tener opinión alguien que no tiene cerebro.
-Y no sé cómo podría amarte alguien que no tiene corazón.
 Dorita se quedó muda por un momento, pero luego, picada, le dijo con ironía: 
 -Estás enterado de muchas cosas para ser un simple espantapájaros. ¿Acaso el Mago de Oz ya te dio inteligencia?
-Tú sabes que el Mago de Oz no existe. Es sólo un hombrecito pequeño oculto tras una fachada grande. Encontrarás a mucha gente así, en el trascurso de tu existencia.
Dorita escuchó la campana que llamaba para el almuerzo.
-¡Tengo que irme!- exclamó-Pero antes, me gustaría saber cómo te llamas.
-Armani-contestó el muñeco- ¿No ves que está escrito aquí?
Y le mostró una etiqueta cosida en el forro de su chaqueta.
Dorita se rió y no quiso contradecirlo. Después de todo, el pobre no tenía por qué estar enterado de los apellidos de los grandes modistos.
El espantapájaros dobló su flexible cuerpo relleno de paja y cortó una amapola que había florecido entre las espigas. Con un gesto galante se la ofreció.
-¡Para que no te olvides de venir a verme otro día!
Dorita llegó a la casa muy agitada y su mamá, al verla entrar, le reprochó molesta:
-¡Por Dios, Dora! ¿Qué hace al medio día, sin sombrero, correteando por el campo? Le va a dar una insolación.
Dorita había cumplido ya los quince años y no soportaba que la trataran como a una niña. Pero, reconoció en su fuero interno que su mamá tenía razón.
La cabeza le pesaba y le zumbaban los oídos como si un inmenso oleaje golpeara contra las paredes de su cráneo.
-¿Estaré insolada?- se preguntó.
 Su conversación con el espantapájaros le pareció más un delirio que un hecho real y ya no estaba segura de que se hubiera producido.
Apenas almorzó. No tenía hambre, solo mucha sed y los párpados le pesaban como si fueran de plomo.
Preocupada, su mamá la mandó a acostarse.
En la tarde tenía fiebre alta y no sabía si estaba dormida o despierta.
La cama se mecía como un barco en alta mar y sorprendida, vio que al timón, iba el espantapájaros.
-¡No te aflijas, Dorita!- le gritó en medio del fragor del oleaje- ¡Esta tormenta no podrá derrotarnos!
Una ola inmensa los levantó hasta el techo y después cayeron en un abismo de espuma.
Sus papás llamaron al médico, que le recetó reposo y mucha hidratación.
Estuvo varios días en cama y cuando se levantó, su primer impulso fue ir al trigal a ver al espantapájaros.
Quería comprobar que su charla con él había sido un delirio provocado por la insolación. No podía pensar otra cosa. ¡Estaba demasiado grande para creer en fantasías!
Se adentró en las espigas y lo buscó inútilmente. ¡Ya no estaba!
Decidió preguntarle al capataz.
-¡Don Alamiro! ¿Qué pasó con el espantapájaros que había en el trigal?
-¡Se quemó, señorita!  ¿Me va usted a creer?  A algún gracioso se le ocurrió encenderle el cigarrillo que tenía en la boca. Como estaba relleno de paja, el fuego lo consumió en un minuto.  ¡Menos mal que se apagó solo, antes de que las llamas se propagaran al trigal!   Pero tengo que poner uno nuevo.  ¡No se puede descuidar uno con esos tordos de moledera!


2 comentarios:

  1. ¡Hola, Lillian!
    Este cuento me ha encantado. Un cuento dulce, con toques muy simpáticos y acertados y esos consejos que a veces nos dan pero que nos negamos a escuchar pese a que son por nuestro bien.
    Sospecho que quien prendió fuego al espantapájaros fue la Bruja mala del Oeste.
    Muy alegre tu dibujo. Felicitaciones.
    También me ha encantado que esta Dorita no tenga perro jaja.

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  2. Dice Maria Teresa Gonzalez:
    Muy simpático tu cuento. Aquí tenemos un lindo relato, alegre a pesar del desamor, lleno de vida, donde hay una niña quizás enamorada del amor, una madre preocupada, un galán sin corazón, un espántapajaros que habla para dar concejos y un trigal que uno vé moverse con la brisa...

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