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jueves, 30 de agosto de 2012

PELIGROSA PRIMAVERA.

El Invierno se ha ido al fin, dejando un déficit de lluvia y un superhabit de lágrimas.
Así piensa Elsa con la frente apoyada en el vidrio de la ventana.
Lágrimas de frustración y hastío, más pesadas y amargas que las que nacen de la tristeza.
Desde su departamento puede ver los árboles envueltos en una delicada túnica verde. Son los miles de brotes, apretados como puñitos de niño, que darán origen a las hojas nuevas. Pero aún flotan en los charcos las hojas secas del Otoño que pasó.
En el jardín del edificio hay rosas, blancas y frías como copos de nieve. ¿Se derretirán al sol o permanecerán enjoyadas por la última garúa?
Elsa deja vagar su mente, pero todas sus ensoñaciones convergen en un sólo punto: La presencia de Arturo en el departamento vecino.
Llegó a principios de Abril. Un hombre alto, de pelo negro con mechones grises.
Reservado y excéntrico tal vez, pero con un aire melancólico y severo, que no admitía familiaridades.
Alguien que lo conocía, le habló a Elsa de su viudez. Mencionó a una esposa muy querida, muerta al parecer en un accidente, no se sabía con certeza.
Elsa es una chica joven envasada en un cuerpo de mediana edad.
 El espejo le devuelve una imagen agradable y como buen amigo que es, se esfuerza en ocultarle las primeros signos de envejecimiento que aparecen en su cara.
Cuando Arturo llegó, la chica joven presa en su corazón empezó a estar atenta al ruido de la cerradura en el departamento vecino.
En las mañanas, si tenía suerte, lo encontraba en el ascensor.
El llevaba un maletín pesado de libros y en la mano, una carpeta con los apuntes de la clase que iba a dictar.
La saludaba con una sonrisa y le hacía algún comentario sobre la lluvia o la niebla de la noche pasada.
Elsa no quería hacerse ilusiones, no quería ponerse en ridículo. Luchaba por no pensar en él, pero sabía que era contraproducente rebelarse contra su naciente emoción.
El Amor es como una ola. Si la desafías y le haces frente, te bota. Pero si te dejas llevar, sales ilesa nadando por debajo de la espuma...
A veces, en las tardes, regresaban a la misma hora.
Se encontraban a la salida del Metro y caminaban juntos hasta el edificio.
Mientras andaban, uno junto al otro, Elsa podía oler su loción de afeitar y la lana húmeda de su abrigo.
Su ropa, su olor, sus movimientos al caminar y que a veces hacían que se rozaran sus cuerpos, le producían un hormigueo en la piel, un delicioso estremecimiento.
Se despedían en la puerta de su departamento y Elsa no se atrevía a invitarlo a entrar.
Cuando un hombre y una mujer de cualquier edad se encuentran solos entre cuatro paredes, puede suceder cualquier cosa.... Ella tenía miedo de que Arturo adivinara sus pensamientos y la viera estremecerse ante el dulce peligro que representaba estar sola con él.
Pero ¿por qué pensar en un "peligro" si era tan sólo "una posibilidad"?
Y así pasaron los meses del Invierno, sin que se cruzaran entre ambos más que unas frases de buenos vecinos.
Breves encuentros en el ascensor, caminatas desde la Estación del Metro, friolentos y apresurados bajo la ligera lluvia del anochecer...
Pero, ahora llega la Primavera. 
El corazón de Elsa arroja lejos la frazada gris que lo envuelve y quiere salir, desnudo y jubiloso, al encuentro de esa "posibilidad" que intuye.
Una tarde se encuentra con Arturo a la entrada del edificio.
El también parece trasformado.
Si durante el Invierno apenas pensó en ella, ahora parece descubrirla.
Le habla en un tono jovial que nunca antes le había escuchado. Mira con atención su rostro arrebolado, la fina blusa que cubre su pecho y que los pesados sweters  le habían ocultado hasta ahora...
La toma del codo y la guía hasta el ascensor.
-¿Te gustaría salir más tarde a tomar un café conmigo?
Elsa hace un gesto afirmativo y sonríe. Un acceso de alegría y de total entrega la sobrecoge, impidiéndole hablar.
Se despiden en la puerta de su departamento y él le dice que pasará a buscarla en una hora.
Elsa, atolondrada se mira al espejo y decide ponerse su blusa nueva.
Pero no atina a nada y nerviosa, da vueltas por su habitación.
Todo lo que soñó y deseó parece volcarse sobre ella como un mar tumultuoso.
-No hay que luchar, hay que dejarse llevar y salir ilesa, nadando bajo la ola...
Pero siente que no lo logrará y que se ahogará irremisiblemente.
Escribe en una hoja de papel: "Estoy muy cansada. Será en otra ocasión."
Y la sujeta en su puerta con una cinta engomada.
Se sienta en la cocina a tomar una taza de té y aún está allí una hora después, cuando los pasos seguros de él resuenan en el pasillo.
Su oído es tan fino que cree percibir cuando él desprende el papel y lo lee.
Los pasos se alejan y se pierden en dirección al ascensor.
"Fue sólo un intento-parecen decir-No volveré a molestarte."
Y Elsa se alegra porque tiene miedo.
 Miedo de la Primavera y del Amor. Y se aferra a su soledad como a una tabla salvadora.

1 comentario:

  1. Un melancólico cuento sobre el intento de sentir algo y el miedo a llevarlo a cabo. Me sorprendió el giro del final pero le da una carga de realidad que de otra forma no llevaría, porque parecía un cuento de película romántica.
    Esos miedos nos impiden hacer muchas cosas en la vida. ¡Vivimos tan condicionados...!
    ¡Feliz primavera para ti!

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