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lunes, 27 de agosto de 2012

EL JARDIN SECRETO DE JOSE.

(Dedicado a José Secret Garden, seguidor de este blog)

José quería ser jardinero, el mejor y más diestro de todos, pero aún era sólo el aprendiz de su tío Gerónimo.
Juntos atendían los hermosos jardines de un conjunto habitacional en las afueras del pueblo.
Todas las casas eran blancas con rejas verdes adornadas de rosales trepadores y con amplios jardines, en los cuales había mucho trabajo que hacer.
El tío Gerónimo y José llegaban al alba y se les iba el día regando, desmalezando y sembrando nuevas flores, según la estación.
La casa que ambos preferían era la que estaba al extremo del conjunto. En la verja había un rótulo con su nombre "La Serrana" y su techo rojo y sus paredes blancas llenaban de placer a quienes los miraban. Pero lo más lindo para José era la gruta que había al fondo del jardín.
Bajo el arco de piedra había una imagen de yeso de la Virgen de Lourdes, con su vestido blanco y su cinturón azul.
Sus pequeñas manos estaban juntas en una plegaria y su rostro era tan dulce, que José no se cansaba de contemplarlo .Le parecía que sus labios le sonreían con bondad y que sus ojos le decían cosas que nadie más podía escuchar.
El joven no sabía rezar porque en su casa no se hablaba de religión y había olvidado todas las oraciones que aprendiera en la Escuela Parroquial.
Pero, se arrodillaba frente a la imagen y le hablaba de sus inquietudes. Lo que le preocupaba, lo que le causaba tristeza. Todo se lo contaba a la hermosa Señora.
Incluso, un día que llegó taciturno, se arrodilló frente a ella y le confió:
-" Señora, la más bella de todas, quiero decirte un secreto.
"Estoy enamorado, pero sé que ella es mucho para mí. Es la hija del director de la Escuela. La veo pasar siempre con libros bajo el brazo y yo  apenas sé leer... Tú sabes, Virgencita, que tuve que retirarme de la Escuela para trabajar con mi tío. Ella no me mira, ignora que yo existo. ¿Cómo iba a  mirar a un pobre jardinero?"
Los ojos de la imagen parecían mirarlo compasivos y sus labios se entreabrían como si le respondiera:
-"¡No te aflijas, José! Nada es imposible en los asuntos del Amor. Le contaré a mi Hijo lo que tú me has confiado.
"Se lo diré al oído, porque es tu secreto y no quiero que lo escuche ningún angelito de los que andan revoloteando por ahí. ¡No sabes lo traviesos que son y cómo les gusta burlarse de las cosas de la tierra! Se lo diré todo a mi Hijo Jesús y El verá lo que se puede hacer..."
Esas dulces palabras creía escuchar José de los labios de la imagen y el dolor de su corazón se apaciguaba y se llenaba de esperanzas.
Detrás de la gruta había un pequeño terreno sin cultivar y José decidió, en sus ratos libres y sin decirle a nadie, plantar nardos y azucenas, para ofrecerlos a la Señora.
Será mi jardín secreto, pensó complacido y se puso a preparar la tierra, arrancando las malas hierbas y abonándolo con cuidado.
Las plantas crecieron verdes y lozanas y estaban a punto de florecer, cuando José cayó enfermo.
Lo consumía la fiebre y se desmayó mientras trabajaba, incapaz de soportar el peso de las herramientas.
Asustado, su tío lo llevó a su casa y aconsejó a la madre que llamara al doctor.
El médico pronunció la temible palabra: tifus, pero tranquilizó a la llorosa mujer diciéndole:
-Si se toma estos remedios y guarda el debido reposo, mejorará, pero hay que tener paciencia, porque es una enfermedad larga.
Muchos días ardió de fiebre el pobre cuerpo de José. En su delirio, el joven repetía:
-¡EL jardín! ¡El jardín!
Su madre lo tranquilizaba:
-¡Cálmate, hijito! ¡No debes preocuparte! Gerónimo lo cuidará.
Ella ignoraba que José se refería a su jardín secreto, el que había cultivado sin decirle a nadie, detrás de la gruta de Nuestra Señora.
Cuatro semanas pasaron antes de que pudiera salir. Al fin, pálido y débil, insistió en ir a trabajar con su tío al jardín de "La Serrana".
Al llegar, corrió desesperado en dirección a la gruta. ¡Estaba seguro de que su jardín estaba seco! En un mes, nadie lo había regado...
Pero el horror de lo que vio, le arrancó un grito. La imagen de la Virgen ya no estaba ahí.
-¡No puede ser! ¡Robaron la estatua de la Señora!
Pero una voz dulcísima lo llamó desde detrás de la gruta.
-¡Estoy aquí, José! ¡No te aflijas!
Todos los lirios y las azucenas habían florecido y erguida en medio de ese blanco esplendor, estaba  la Virgen. Sus delicadas manos sostenían una regadera.
-He cuidado tu jardín mientras estabas enfermo-le dijo con sencillez.
Su bello rostro despedía un fulgor de estrellas.
José cayó de rodillas y cerró los ojos, arrobado. Una mano fresca se posó sobre su frente y los últimos vestigios de la fiebre desaparecieron por completo.
 Cuando abrió los ojos, estaba solo.
Bajo el arco de piedra de la gruta, la imagen de yeso sonreía como siempre.

2 comentarios:

  1. Lo que hace la fe y la esperanza...
    quien la posee nunca debería perderla
    y lo magnifico se manifiesta cuando realmente se necesite...

    hermoso texto
    saludos!

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  2. Una historia llena de magia y dulzura. Sin pasarse ni quedarse. Con el texto justo para lograr la maestría.

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