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jueves, 16 de agosto de 2012

DIAS DE INVIERNO.

Hacía días que Nora estaba deprimida y Betty, que era un poco egoísta, se abstenía de visitarla.
Pensaba que se le podía contagiar la depresión y no quería perder, por ningún motivo, la frágil alegría de vivir con la que enfrentaba los infortunios.
Pensaba que hay gente que sucumbe a las penas sin un suspiro y otros, como ella, que llevan una especie de chaleco antibalas que les permite aguantar en pie la andanada de proyectiles que les dispara la vida.
Pero, a fin de cuentas, ¿qué le pasaba a Nora?
¿Por qué andaba con la bandera a media asta, como si guardara luto por alguna ilusión difunta?
Quizás solo era culpa del Invierno, con su melancolía gris.
Ni siquiera llovía y el cielo se mantenía oscuro y pesado como un corazón repleto de lágrimas sin derramar.
¡Urgía un desahogo, para tanta tristeza acumulada!
Y lo mismo valía para Nora. ¡Aveces llorar hace tanto bien!
Pero, ni ella misma conocía el motivo de su quebranto. Solo sabía que una mañana, al despertar, sintió que su vida carecía de objeto.
Adivinó que Betty no quería visitarla y más la entristeció la superficialidad de su afecto.
-Sonríe y te llenarás de amigos. Llora y te quedarás sola-pensó con amargura.
 Eran las once de otra mañana gris, cuando sonó el timbre.
Dudó en abrir, pero la campanilla volvió a sonar con insistencia.
Al fin se decidió y entreabrió la puerta unos centímetros. Vio la cara sonriente del cartero.
-¡Señorita Nora, carta certificada! Me tiene que firmar aquí.
Abrió la puerta por completo y el cartero fingió no ver su melena desgreñada y su bata manchada de café.
 Era un sobre manuscrito con una letra que le pareció conocida. Se quedó con él en la mano, sin decidirse a abrirlo.
¡Qué extraño!-pensó-Ya nadie escribe cartas.
El correo electrónico había reemplazado esa costumbre y Nora lo veía como el sepulturero de la emoción.
Recordaba como, en el pasado, un sobre deslizado bajo su puerta hacía latir su corazón con  delicioso suspenso.
Rasgó el sobre y se encontró con una carta que empezaba así:
"Mi querida Nora"
Rápidamente buscó la firma y se encontró con un nombre ya casi desvanecido en el tiempo: Igor.
 ¡Cómo!  ¿Igor?  ¡No era posible!  ¿Se había acordado de ella después de tantos años?
Rápidamente los contó. ¡Quince años, por lo menos!
Volvió al inicio de la carta, pero antes se sentó en el sillón, porque las piernas le flaqueaban.
Igor le decía que había estado en Santiago hacía unas semanas y había buscado su dirección en la guía de teléfonos.No quiso llamarla o temió hacerlo. No sabía. Pero, había preferido escribirle para resucitar el encanto de aquellos años en que habían mantenido correspondencia.
Volvería el mes siguiente y quería saber si Nora aceptaría salir con él a tomar un café.
Los recuerdos la invadieron con su melancólica nostalgia.
Habían sido amigos durante un año y luego él partió al extranjero a hacer un doctorado.
Al despedirse, los sacudió una emoción nunca sentida y Nora tuvo la certidumbre de que el amor los había rozado con sus alas sin llegar a posarse en ninguno de los dos. Tuvo la fuerte convicción de que algo hermoso podría haber nacido en ellos, si Igor no hubiera tenido que partir.
Se escribieron durante un tiempo y luego sus cartas se espaciaron.
Nora no tuvo más noticias de él y por un amigo, supo que Igor se había casado.
Ese fue el fin de aquella amistad romántica.
Al cabo de un tiempo, Nora también se casó. Ahora, estaba de nuevo sola.
Sintió en el corazón un dolor lacerante por la pérdida de su juventud, por todos esos años vacíos en los que dejó de creer en el amor, sólo porque el suyo había sido traicionado.
Una ola de llanto ardiente subió hasta su garganta. Hondos sollozos la sacudieron y dejó que las lágrimas corrieran libremente por su cara.
Largo rato lloró junto a la ventana.
Tras  los cristales, el cielo también pareció buscar alivio para ese peso oscuro que lo abrumaba. Las nubes se desgarraron y una lluvia torrencial cayó sobre la tierra, que durante tantos días había esperado el agua bienhechora.
El aguacero fue corto y el llanto de Nora no duró mucho más.
Insterticios de cielo azul aparecieron entre las nubes y un débil rayo de sol atravesó el vidrio de la ventana.
Nora sonrió con el corazón liviano y tomando su abrigo, salió en busca de Betty.
¡Por supuesto, le perdonaba su momentánea ingratitud!

2 comentarios:

  1. Igual que tenemos momentos de euforia, parece normal que los tengamos también de abatimiento.
    A veces "rescatamos" espinitas del pasado y nos lamentamos con el "y si..."
    En cuanto al tema de las cartas, yo pensaba también antes que habían quedado relegadas por el uso del teléfono y de internet pero ahora veo la causa en el dinero que cuesta el servicio postal. Enviar una carta de únicamente 20 gramos cuesta un dineral y encima el servicio es tan pésimo que puede desaparecer por el camino. Enviar un paquete que no llega a los 2 kg sólo está al alcance de los ricos (más si es con destino a otro país). Y cada año las tarifas aumentan y aumentan sin parar.
    Feliz fin de semana, Lilly.

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  2. Dice Ricardo Aliaga:
    Después de la pena viene la luminosa esperanza de un reencuentro.Y eso me alegra, pués generalmente tus finales son tristes.

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